“Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” Juan 15:15
Un discípulo de Cristo no es un simple seguidor de sus mandamientos y leyes. Es su amigo. ¡Qué honra tan grande!
Somos llamados a una relación personal con Cristo. No podemos vivir solamente de conocer sus mandamientos. Estaríamos perdiendo lo mejor de la vida cristiana. Si alguien no se relaciona con Dios, aún cuando cumpla todos sus mandamientos, no es mas que un “religioso”. Puede conocer las palabras de Dios, y aún así no conocer a Dios.
Tampoco podemos vivir sólo de la comunión con los hermanos, aún cuando esta sea muy importante. Necesitamos de una relación personal e intensa con el Señor. No sustituyamos nuestra relación con Dios por nada en esta vida. Ni por la relación con los hermanos.
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y a Jesucristo, a quien has enviado…” Juan 17:3
Lo más importante en la vida presente y futura es conocer a Dios. Pasaremos la eternidad relacionándonos con Él y conociéndole mejor. En los cielos, esto será todo: relacionarnos con el Señor, conocerlo y amarlo cada vez más. Qué bienaventuranza. Y en esta vida, no hay nada mejor que desarrollar este conocimiento. Qué aventura tremenda y deseable: conocer y relacionarnos con el amado y todopoderoso Dios del universo.
En esta vida, nada se compara a
la relación con Dios.
A medida que crezcamos en esta relación, los momentos con el Señor se volverán más placenteros, hasta que llegará un día en el cual no existirá otra cosa que deseemos más que disfrutar de esa comunión.
Además de esto, una relación intensa con el Señor producirá en nosotros tal amor por Él que cualquier servicio que hagamos, cualquier mandamiento suyo, será liviano para nosotros. Jamás pensaremos en abandonarlo. Y, con gran alegría, perseveraremos hasta el fin. Aún sin ver a Jesús con nuestros ojos humanos, nuestro amor por Él crecerá (y no disminuirá) con el pasar del tiempo.
“a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis,
os alegráis con gozo inefable y glorioso…” 1º Pedro 1:8
La buena parte
“Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada…” Lucas 10:38-42
Este relato es muy especial. En él, el Espíritu de Dios nos revela su corazón.
No cambiemos la amistad con Jesús
por el servicio a Él.
Marta servía al Señor, pero había cambiado su relación con el Señor por servicio a Él. Su intención era buena, pero se estaba perdiendo la mejor parte: aprovechar aquel momento en que el Señor estaba en su casa. En cambio, María vio esa oportunidad y prefirió al Señor. Y esta acción de María agradó a Jesús. Él deseaba estar con ellas, disfrutar de esa relación. Y esta es una escena que se repite hoy con nosotros. Aprendamos esta preciosa lección: no cambiemos a Jesús por servirle.
Servir al Señor es muy bueno, y un privilegio tremendo. Pero relacionarnos con Él es infinitamente mejor.
Aceptemos su invitación de amor. Hagamos como María, elijamos la buena parte.
Servir al Señor es bueno, pero relacionarnos con Él
es la mejor parte.
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