Este
es otro de los temas que el Señor nos reveló en su Palabra en los
primeros años de la renovación. El primer tema fue la adoración;
el segundo, el Señorío de Cristo y el evangelio del reino de Dios;
y el tercer tema, el discipulado.
En
las últimas décadas la palabra discipulado se ha incorporado a la
jerga evangélica. Hoy son muchos los que hablan del discipulado,
pero la mayoría aún no entiende su verdadero significado.
LA
GRAN MISIÓN
El
mundo evangélico prefirió por muchos años usar la versión de
Marcos al hablar de “la gran comisión” (como lo titulan algunas
traducciones; a mí me gustaría titularla “la gran misión”),
Marcos (16.15): Id
por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura.
Este
fue el pasaje más usado por los predicadores evangélicos. Yo
pertenecía a un grupo evangelístico de jóvenes, y Marcos 16.15 era
nuestro versículo lema.
Pero
cuando Dios nos visitó con su Espíritu Santo nos ayudó a entender
la parte que nos faltaba de la gran comisión, llevándonos a Mateo
28.18-20. En realidad Mateo dice lo mismo que Marcos, pero con otras
palabras. Los cuatro evangelios son complementarios. Pero nosotros
nos habíamos quedado únicamente con el enfoque de Marcos. Si
sumamos lo que está escrito en los cuatro evangelios, tendremos una
visión completa de la misión de la iglesia en el mundo. Nosotros no
habíamos tenido en cuenta los detalles de Mateo, y eso es lo que el
Señor nos hizo comprender en aquellos años.
Mateo
lo relata así:
Y
Jesús se acercó y les habló diciendo:
Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
Por
tanto, id, y haced
discípulos
a todas las naciones,
bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles
que
guarden todas las cosas que os he mandado;
y
he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo.
Amén.
En
Marcos 16, yo solo mencioné el versículo 15. Pero en el versículo
16 Jesús siguió diciendo: “El
que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere,
será condenado”. Esta
segunda parte tampoco la tomábamos muy en cuenta.
Los
que veníamos del sector evangélico no-pentecostal, hasta que Dios
nos bautizó con el Espíritu Santo, tampoco tomábamos en cuenta los
dos versículos subsiguientes (Marcos 16.17-18):
Y
estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera
demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes,
y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos
pondrán sus manos, y sanarán.
El
movimiento pentecostal puso mucho énfasis en estos dos versículos,
lo que les dio un gran impulso evangelístico y un significativo
crecimiento numérico.
Pero
la visión de hacer
discípulos
fue la revelación y el énfasis al que el Espíritu Santo nos llevó
a partir de la década de los sesenta.
¿Qué
significó para aquellos discípulos de Jesús esta orden: “Id,
y haced discípulos a todas las naciones?”
La
única referencia que ellos tenían era lo que Jesús había hecho
con ellos. Si un padre le dice a sus hijos: Quiero que se casen, que
tengan hijos, que los críen…
La
referencia es lo que su padre hizo con ellos.
Jesús
les dice a sus discípulos: Todo poder y autoridad me ha sido dada en
lo cielos y en la tierra, por lo tanto ahora ustedes vayan y hagan
discípulos a todas las naciones; no solamente aquí en Israel, sino
en todas las naciones. Lo que yo hice con ustedes es lo que ustedes
tienen que hacer a otros.
Sobre
estas palabras del evangelio de Mateo, Dios nos dio luz. Nos dimos
cuenta de que en nuestros programas como iglesia teníamos reuniones
de todo tipo: reunión de evangelización, reunión de la cena del
Señor, reunión de enseñanza, reunión de oración, escuela
dominical, reunión de jóvenes, reunión de adolescentes, reunión
de mujeres, reunión de bautismos, y hasta de casamientos y
entierros. Pero, ¿hacer discípulos? No sabíamos que era eso.
Recuerdo
que alguien nos preguntó:
¿Cuántas
reuniones tienen en la semana?
-Muchas,
y de diferentes clases.
Y
¿cuántos discípulos están formando?
No
sabíamos qué responder.
La
luz principal que recibimos sobre el discipulado vino a través del
hermano Iván Baker (ya con el Señor). Iván se había reunido con
un grupo de obreros y hermanos de su congregación de Isidro Casanova
(Zona Oeste del Gran Buenos Aires), para buscar al Señor en oración.
Allí Dios les habló sobre el llamado de Jesús a Simón Pedro y a
Andrés, y la promesa de hacerlos “pescadores
de hombres”.
Iván comprendió la radicalidad del llamado de Jesús al decir:
“Sígueme”, a fin de que cada convertido fuera un discípulo de
él. Y luego el Señor los llevó al pasaje de Mateo 28.18-20. Era a
mediados del año 1968. Iván nos fue compartiendo esta revelación.
Esto
produjo un gran cambio en nuestra comprensión de la gran comisión,
y gradualmente cambió nuestro ministerio y nuestra metodología de
trabajo en la edificación de la iglesia.
Antes
nuestras actividades principales estaban centralizadas en la reunión
congregacional. Considerábamos al púlpito el eje central de nuestro
ministerio. Descubrimos que Jesús muy pocas veces usó el púlpito.
Jesús se concentró en construir relaciones permanentes con
determinadas personas, a quienes llamó discípulos. Les enseñó,
los conoció profundamente, fue ejemplo cercano para ellos, los
corrigió, los entrenó, y los envió.
Para
nosotros esto fue una revolución. Cambió el eje de nuestra forma de
trabajo pastoral. Tuvimos que comenzar a relacionarnos con algunos
personalmente para entablar una relación de discipulado, de
paternidad espiritual, como lo hacía Jesús.
Uno
puede predicar a cien personas, a mil o a diez mil; pero no puede
tener cien, mil o diez mil discípulos y formarlos responsablemente.
El discipulado es igual a la paternidad, a los hijos hay que
criarlos, conocerlos, amarlos, educarlos, corregirlos y formarlos
como hombres.
Vimos
que Jesús era para sus discípulos un padre, un amigo, alguien que
gastaba tiempo en estar con ellos. Él predicó a las multitudes,
sanó a muchos enfermos, alimentó a miles; pero sabía muy bien que
su tarea principal era estar con un círculo menor: sus doce
discípulos.
Todo
esto nos llevó nuevamente a las Escrituras, y pudimos constatar que
esta nueva comprensión provenía de Dios. Usando la Concordancia
Bíblica descubrimos que la palabra ‘discípulo’
es la que más se usa en el Nuevo Testamento para referirse a los
hijos de Dios
-
La palabra ‘creyente’
-la más empleada por el mundo evangélico- aparece en el Nuevo
Testamento solo 12 veces.
-
La palabra ‘cristiano’
-que nos gusta mucho usarla- aparece en todo el N.T. solo 3 veces.
-
La palabra ‘convertido’
no aparece ni una sola vez. La Biblia habla de la conversión, pero
el término ‘convertido’ o ‘inconverso’ no aparecen nunca.
-
La palabra ‘evangélico’
o ‘católico’,
ni una sola vez.
-
¡En
cambio la palabra ‘discípulo’
se menciona más de 250 veces en el N.T.!
No
es que los números lo definan todo, pero algo nos quieren mostrar.
Jesús
dijo claramente: “Vayan
y hagan discípulos”.
No dijo: Vayan y hagan evangélicos,
o católicos;
ni siquiera creyentes,
sino discípulos.
¿QUÉ
ES UN DISCÍPULO?
Para
que haya un discípulo, debe haber alguien que lo discipule o le
enseñe. Por eso Jesús dijo: “Hagan
discípulos… bautizándolos… enseñándoles
que guarden
todas las cosas que yo os he mandado”.
Y
esto trajo cambios fundamentales entre nosotros:
- Hay que enseñar lo que Jesús enseñó. No estamos autorizados a enseñar otra cosa. Nuestra responsabilidad es enseñar los mandamientos de Jesús, pues no son nuestros discípulos sino de Cristo.
- Hay que enseñarles que guarden; esto significa que obedezcan, que cumplan, que vivan de acuerdo a los mandamientos de Jesús. Esta comprensión produjo un gran cambio en todo lo que tiene que ver con la educación cristiana. En occidente el objetivo de la enseñanza ha sido transmitir información, conocimiento. En una escuela, después de enseñar a los alumnos se les toma un examen para ver si saben, si recibieron bien la información que se les transmitió. Si el estudiante sabe, es aprobado. Si no sabe, es reprobado.(*)
En
cambio en el discipulado el objetivo es que
guarden.
Esto tiene que ver con la vida, la
manera
de vivir. El propósito es que el discípulo viva de acuerdo a la
palabra de Dios, a los
mandamientos
de Jesús.
Todo
lo que tenía que ver con educación cristiana, (llámese Escuela
Dominical, seminarios,
estudios
bíblicos, u otros formatos de enseñanza) tomó el estilo y el
objetivo de enseñanza
imperante
en occidente, que era mayormente transmitir información.
En
cambio el discipulado toca la vida, la conducta, el comportamiento,
el carácter, la
familia,
la manera de hablar, la manera de trabajar. Tiene que ver con lo
cotidiano, para
que
los discípulos vivan de acuerdo a la voluntad de Dios.
Al
principio todo esto parece lento porque tenemos la impresión de que
avanzaríamos más si le predicáramos a mil personas. No descartamos
para nada el predicar a mil o a cien mil, pero eso solo no es
suficiente. Es necesario tener una relación cercana con algunos,
para que luego estos, estando bien formados, puedan hacer lo mismo
con otros, y así sucesivamente.
(*)
Aunque en la actualidad ha habido cambios, y en los centros de
educación más actualizados hay un enfoque que se va asemejando cada
vez más al del discipulado en cuanto a objetivos de la enseñanza
que ya no solo tienen que ver con saberes, sino con competencias, es
decir con el saber hacer; sin embargo en la década del sesenta
el sistema que se utilizaba era como el que señalamos.
Primero
tuvimos que entender bien qué es un discípulo según Jesús.
Porque si él nos ordenó hacer
“discípulos”,
el que tiene la autoridad para definir qué es un discípulo es el
mismo Jesús. Entonces fuimos a Lucas 14, donde Jesús define
claramente qué es un discípulo. En este pasaje pudimos confirmar
nuevamente el evangelio del reino y el señorío de Cristo. Solo
predicando el evangelio del reino se puede lograr un discípulo.
Predicando un evangelio sin reino, proponiendo que la gente acepte a
Jesús como Salvador es posible lograr un evangélico pero no un
discípulo.
Lucas
14.25-33:
25
Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo:
26
Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e
hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no
puede ser mi discípulo.
27
Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi
discípulo.
28
Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se
sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita
para acabarla?
29
No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla,
todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él,
30
diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar.
31
¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta
primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene
contra él con veinte mil?
32
Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una
embajada y le pide condiciones de paz.
33
Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que
posee, no puede ser mi discípulo.
- Es importante observar que Jesús dirige estas palabras a la multitud.
- No los anima a hacerse sus discípulos en base a una decisión superficial o al entusiasmo del momento, sino que les pide que hagan bien la cuenta antes de tomar tal decisión.
Tres
características que señala Jesús de un discípulo:
- Versículo 26:
Si
alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e
hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no
puede ser mi discípulo.
La
palabra aborrecer
en la Biblia tiene dos significados. Uno es sinónimo de odiar. Y el
otro, de poner en segundo lugar. ¿En cuál de estos dos sentidos
Jesús está usando la palabra aborrecer?
El
sentido común nos diría: poner en segundo lugar, pues Jesús nunca
nos mandaría a odiar a nadie; menos a nuestros seres queridos. Pero,
aun más importante que nuestro sentido común es la versión de
Mateo que en el pasaje paralelo dice: “El
que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí”
(Mateo 10.37).
Entonces,
según Jesús, un
discípulo es aquél en cuya vida Jesús es el número uno; antes
que padre, madre, esposa o esposo; antes que hijos, hermanos, y aun
antes que su propia vida.
- Versículo 27:
Y
el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi
discípulo.
Según
Jesús, un discípulo es alguien que lleva su cruz y sigue a Jesús.
¿Qué
significa llevar la cruz y seguir a Jesús?
Para
responder correctamente debemos preguntarnos: ¿Qué significó para
Jesús llevar la cruz? Pues lo que significó para él debe
significar también para nosotros.
Vayamos
al pasaje bíblico que lo explica muy bien: Filipenses 2.8:
“…
y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
Así
que para Jesús llevar la cruz significó hacerse obediente a la
voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias, hasta la muerte
de cruz.
Para
Jesús llevar la cruz significó decir: “Padre,
si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino
la tuya” (Lucas
22.42).
Tomar
la cruz es renunciar a hacer mi voluntad y aceptar la voluntad del
Padre aunque tenga que morir. Ser obediente hasta las últimas
consecuencias. Eso es ser un discípulo.
- Versículo 33:
Así,
pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee,
no
puede ser mi discípulo.
¿A
cuánto debemos renunciar? A todo lo que poseemos.
Entonces,
según Jesús, un discípulo es aquél que renuncia a todo lo que
posee. Todo es todo. Ropa, muebles, artículos del hogar, casa, auto,
dinero, empresa, propiedades, tiempo, familia, proyectos, planes. Sin
olvidarnos nada.
Jesús
es nuestro gran modelo. Él renunció a todo lo que tenía e hizo la
voluntad del Padre en todos los aspectos de su vida. Y sus discípulos
debemos seguir su ejemplo.
Todo
esto es una confirmación del evangelio del reino y el señorío de
Cristo sobre nuestras vidas. Si Jesús es nuestro Kyrios, debemos
obedecerlo y reconocer que todo lo que somos y tenemos le pertenece a
él.
Esto
cambió el objetivo de nuestro ministerio, y nos llevó a
reenfocarnos hacia lo que nos ordenó Jesús, hacer discípulos. Para
ello tuvimos que relacionarnos personalmente con algunos y dedicarnos
a su formación.
Comprendimos
que la palabra discípulo en la práctica significa alumno. Un alumno
es alguien que va a la escuela para aprender. Tenemos un libro de
texto que son las enseñazas y los mandamientos de Jesús, que están
registradas en las Sagradas Escrituras. Entonces un discípulo es uno
que se sujeta a todas las enseñanzas de Jesús.
EL
ANDAR EN LUZ
Otro
aspecto importante a tener en cuenta para que el discipulado funcione
es que haya una comunión transparente entre el discípulo y su
discipulador. Comprendimos la necesidad de andar en luz, tal como lo
señala el apóstol Juan.
1
Juan 1.6:
Este
es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos:
Dios
es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.
Si
decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas,
mentimos,
y no practicamos la verdad;
pero
si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos
comunión unos con otros,
y
la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.
Para
que haya comunión debemos andar en luz unos con otros. Esto
significa una relación de sinceridad, de transparencia. Es una
relación de confianza en la que podemos abrir nuestro corazón y
confesar nuestros pecados, tentaciones o debilidades; podemos pedir
consejo, orar unos por otros sobre nuestras necesidades específicas.
Una relación de amor y verdad, desechando la apariencia y el
fingimiento. Es entonces que la sangre de Cristo nos limpia de todo
pecado. Y esto es más que perdón, es limpieza, es santificación.
POR
LAS CASAS
Con
esta nueva comprensión, al leer los primeros capítulos de Hechos de
los Apóstoles, pudimos entender por qué la iglesia se reunía en
grupos pequeños por las casas, y no se contentaba solo con tener
reuniones multitudinarias.
El
reunirse por las casas hace posible tener círculos más pequeños de
comunión donde podemos conocernos y tener una relación personal con
cada uno de los discípulos. La idea no es simplemente tener una
reunión casera con el mismo formato que la reunión congregacional.
La esencia y la razón de ser de un grupo en el hogar es que sea un
grupo de discipulado; esto significa que un hermano más crecido en
el Señor es el responsable de un grupo de discípulos para la
edificación y formación de ellos.
De
este modo la iglesia crece no solo numéricamente sino también
espiritualmente. Y los nuevos discípulos, además de sumarse a la
reunión congregacional, son integrados en grupos más pequeños de
comunión en donde son conocidos, amados, ayudados, ministrados,
enseñados, aconsejados; recibiendo allí una atención y una
formación personalizada. A la vez son animados e instruidos a ser
obreros del Señor, a evangelizar y a discipular a otros en la medida
que vayan creciendo en el conocimiento de la palabra de Dios.
Las
reuniones multitudinarias son buenas y hermosas pero no son
suficientes para la debida edificación de cada discípulo a la
imagen de Cristo.
En
los primeros años, a estos grupos pequeños que se reunían por las
casas las llamábamos “células”. Pues una célula es la parte
mínima de un cuerpo. Las células tienen vida, nacen, crecen y se
multiplican, tienen un núcleo; y ese término describía bien el
funcionamiento y crecimiento de los grupos pequeños. Pero luego
cuando llegó el gobierno militar a Argentina (años 70), como la
palabra “célula” era muy usada por los guerrilleros, para evitar
confusión vimos conveniente evitar el término “células” y
comenzamos a llamarlas “grupos de hogar”.
¿QUÉ
DEBEMOS ENSEÑAR A LOS DISCÍPULOS?
Muy
pronto tomamos conciencia de que para la debida formación de los
discípulos necesitábamos un
programa de enseñanza.
Jesús
al decir: “Vayan y hagan discípulos…”, explicó también el
cómo: “Bautizándolos… y enseñándoles a que guarden todas
las cosas que yo os he mandado”.
Allí estaba el programa de enseñanza: Enseñar a los discípulos
todos
los mandamientos de Jesús.
Esta
clara instrucción de Jesús nos ayudó a entender qué es la didaké.
Didaké es una palabra griega, y se refiere a la totalidad de los
mandamientos de Jesús y de los apóstoles en el Nuevo Testamento. En
las versiones españolas está traducido por “doctrina”
o
“enseñanza”.
En griego: “didaké”
o
“didaskalía”.
En
el seminario donde yo estudié, a una de las materias que nos
enseñaban se la llamaba ‘Doctrina Cristiana’, pero en realidad,
según su contenido era ‘Teología Sistemática’, que no tiene
nada que ver con lo que el Nuevo Testamento llama ‘doctrina’.
El
que nos ayudó a entender lo que es la doctrina fue el hermano Keith
Bentson.
Con
su estilo práctico de enseñar, Keith nos contó que cierta vez
alguien le preguntó: “¿Cuál es la doctrina de ustedes?”
Él
le respondió: “Nuestra doctrina es que los hijos obedezcan a los
padres; que el marido ame a su esposa, y no sea áspero con ella; que
ayudemos a los pobres en sus necesidades; que perdonemos al que nos
ofende…”
-
No, hermano, usted no entendió mi pregunta.
-
Sí, lo entendí perfectamente. Usted quiere preguntarme acerca
nuestro Credo o de nuestros dogmas. Pero doctrina no es eso. La
doctrina son los mandamientos de Jesús y de los apóstoles.
¿Qué
es doctrina?
Según
el Nuevo Testamento, doctrina
es lo que Jesús enseñó en el Sermón del Monte (Mateo 5, 6 y 7);
pues al concluir sus enseñanzas Mateo 7.28 dice:
Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su
doctrina
(didaké).
A
estos tres capítulos, Mateo 5 al 7, más que “Sermón
del Monte”
habría que titularlo: “La
doctrina de Jesús”.
Doctrina no es teología ni el credo particular de una determinada
denominación.
El
texto de Mateo 5 comienza así:
Viendo
la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus
discípulos.
Y
abriendo su boca les enseñaba,
diciendo…
Aquí
el verbo “enseñar” en griego es “didaskein”.
De allí viene el sustantivo didaké
o su sinónimo didaskalía.
Por eso a veces también se traduce por “enseñanza”.
Lo importante es el contenido de la doctrina o enseñanza. Son
mandamientos que nos revelan la voluntad de Dios para todos los
hombres.
En
Juan 7.16-18, Jesús dice:
Mi
doctrina
no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la
voluntad de Dios, conocerá si la doctrina
es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su
propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria
del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia.
En
el discipulado no tenemos derecho a enseñar nuestras propias
enseñanzas o nuestros propios métodos de multiplicación.
Discipular es enseñar con toda fidelidad la doctrina de Jesús, que
es la doctrina del Padre. Son los mandamientos que nos enseñan a
vivir según la voluntad de Dios.
Jesús
se vació de sí mismo y se sometió en todo al Padre. En Juan 17.8,
le dice al Padre: porque
las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron.
Hechos
4.42, hablando de los tres mil nuevos discípulos en Jerusalén,
dice:
Y
perseveraban en la doctrina de los apóstoles,
en
la comunión unos con otros,
en
el partimiento del pan y en las oraciones.
La
doctrina de los apóstoles era la doctrina de Jesús. Ellos fueron
fieles a las instrucciones de Jesús: “enseñándoles
a que guarden todas las cosas que yo os he mandado”.
EL
KERIGMA APOSTÓLICO
Algunos
años después comprendimos que en la formación de los discípulos,
junto con la didaké,
es indispensable el kerigma.
Jesús,
antes de su pasión y muerte, les dijo a sus discípulos (Juan
16.12-14):
Aún
tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis
sobrellevar.
Pero
cuando
venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad;
porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo
que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
Él
me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.
Según
Jesús, la función del Espíritu Santo sería revelar a los
discípulos la VERDAD COMPLETA acerca de Jesús. Pablo dice que el
misterio de Cristo fue revelado a los apóstoles y profetas por el
Espíritu (Efesios 3.5).
Durante
el ministerio terrenal de Jesús los doce tuvieron algunos chispazos
de revelación acerca de la persona de Jesús. Por ejemplo, cuando
Pedro, ante la pregunta de Jesús: “Y vosotros ¿quien decís que
soy?”, respondió: “Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”
(Mateo 16.15-16).
Inmediatamente
Jesús le aclaró:
“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo
reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Es
decir, esto no salió de ti sino de mi Padre.
El
kerigma revela la persona de Cristo
La
comprensión que ellos tenían de Jesús era parcial y hasta
fluctuante.
A
veces creían y otras veces dudaban. Pero la revelación cabal, total
acerca de Jesús no la tuvieron hasta que recibieron el Espíritu
Santo en el día de Pentecostés. Recién entonces, el velo les fue
quitado, y tuvieron el conocimiento pleno de quién
es Jesús.
El misterio de Cristo les fue revelado. A la proclamación de esta
verdad el Nuevo Testamento lo define como Kerigma.
Al
español está traducido como “predicación”.
La
palabra “predicación” en castellano no tiene la misma fuerza ni
el significado completo que tiene la palabra griega kerigma.
El
diccionario de la lengua española dice: “Predicación:
acción de predicar”.
Pero kerigma
no se limita a la acción de predicar, se refiere también al
contenido de la predicación.
Hoy
hay muchos predicadores que predican sus propios sermones, sus
propias ideas, y hasta predican cosas contrarias al kerigma revelado
a los apóstoles. ¡Cuidado!
Así
como la didaké
consiste
en mandamientos que nos revelan la voluntad de Dios, el kerigma
consiste en la verdad que nos revela quién es Jesús. El kerigma
tiene
un propósito definido: revelar a Cristo proclamando la revelación
que le fue dada a los apóstoles y profetas por el Espíritu Santo.
Debemos
predicar el kerigma, y enseñar la didaké.
La
función del Espíritu es revelarnos a Cristo para que conozcamos
cabalmente quién es Jesús. El Espíritu vino para glorificar a
Cristo, para dárnoslo a conocer.
Cuando
en el día de Pentecostés Dios derramó el Espíritu sobre los
ciento veinte, se reunieron miles de personas; muchos se preguntaban
“¿qué es esto?”; otros decían: “estos están borrachos”.
Se levantó Pedro y proclamó a viva voz:
“Varones
hermanos, estos no están borrachos como algunos suponen, no ven que
son las nueve de la mañana. Esto es lo que dijo el profeta Joel: En
los postreros días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda
carne…”, y Pedro les explicó el fenómeno que ellos acababan de
presenciar. Pero a continuación les proclamó el kerigma (Hechos
2.22-36):
Varones
israelitas, oíd estas palabras:
Jesús
nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas,
prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él,
como
vosotros mismos sabéis;
a
éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento
de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos,
crucificándole;
al
cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte,
por
cuanto era imposible que fuese retenido por ella.
Porque
David dice de él [en
el Salmo 16]:
…
Porque
no dejarás mi alma en el Hades,
Ni
permitirás que tu Santo vea corrupción.
…
Varones
hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió
y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de
hoy.
Pero
siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado
que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo
(al Mesías) para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló
de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades,
ni su carne vio corrupción.
A
este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Así
que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre
la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y
oís.
Porque
David no subió a los cielos; pero él mismo dice [Salmo
110]:
Dijo
el Señor a mi Señor:
Siéntate
a mi diestra,
Hasta
que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.
Sepa,
pues, ciertísimamente toda la casa de Israel,
que
a este Jesús a quien vosotros crucificasteis,
Dios
le ha hecho Señor [Kyrios, Adonai] y Cristo [Mesías].
Esto
es kerigma: Proclamar a Cristo, anunciar quién es Jesús.
Ante
semejante revelación los judíos reunidos se desesperaron. ¿Entonces
ese hombre, por quien hace 53 días gritamos: “¡Crucifícale,
crucifícale!” era el Mesías?
Varones
hermanos, ¿qué haremos?
Pedro
les dijo: Arrepentíos,
y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo
(Hechos
2.38).
El
kerigma revela también la obra de Cristo
El
kerigma revela no solo la persona de Cristo sino también y la obra
de Cristo.
- La obra de Cristo por nosotros, en su muerte y resurrección.
- La obra de Cristo en nosotros, por el Espíritu Santo.
- La obra de Cristo entre nosotros, haciéndonos iglesia.
- La obra de Cristo a través de nosotros, nuestra misión en el mundo.
Los
discípulos necesitan conocer,
vivir y comunicar
a otros toda la didaké y todo el kerigma. Ambos cosas son
indispensables para la transformación de nuestras vidas, familias,
comunidades, y para la transformación de las naciones.
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