viernes, 11 de marzo de 2016

Heridos.

 Sal. 9:19 Levántate, oh Jehová; no se fortalezca el hombre;

¿Puede bendecir Dios a un hombre si primero no lo debilita o hiere?

Como Dios puede hacer reposar su bendición sobre un hombre, sin quebrar previamente sus aspiraciones egocéntricas.

Las fuerzas gravitatorias del egoísmo humano, inclinan sus pensamientos y sus caminos hacia sí mismo, el orgullo como elemento casi indetectable al auto considerarnos, como resbaladiza anguila se esconde en los recovecos del alma, y desde allí como una silenciosa enfermedad, genera toda una sintomatología de comportamientos variados, muchas veces camuflados de piedad, servicio y buena voluntad.

Si no somos heridos por la palabra viva, que parte el alma y el espíritu y discierne las verdaderas intenciones del corazón, sino no somos escudriñados por aquel cuyos ojos son como llama de fuego, permanecemos en nuestra ignorante ceguera, caminando con rumbo oscilante, engañándonos solo a nosotros mismos y a los ingenuos, pues a Dios no podemos engañar, ni los hombres que poseen verdadero discernimiento.

Heridos por la palabra instrumentada por el Espíritu, pues aún las circunstancias que nos afligen, pueden ser entendidas arbitrariamente, de  tal modo que a veces se le pueden dar los giros interpretativos para suavizar la autocrítica.

Hebreos 4:12
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.


Háblanos Padre, hierenos con tu palabra viva, líbranos de nuestros propios caminos que siempre nos alejaran de tu amor.

Claudio Lancioni

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