TESTIMONIO
de lo recibido de Dios en el derramamiento del Espíritu Santo en
Argentina a partir del año 1967
Jorge
Himitian
Cuando
en la década de los sesenta Dios nos visitó con su Espíritu Santo,
después de la novedad del bautismo del Espíritu, el hablar en
lenguas, las profecías, los dones del Espíritu, lo primero que el
Señor instaló entre nosotros fue la adoración. Lo cual era algo
nuevo aun para las iglesias pentecostales. Por esa razón este será
el primer tema que nos hemos propuesto abordar en esta serie de
reuniones mensuales para pastores y esposas.
Mi
presentación no será un estudio bíblico sobre el tema, sino un
testimonio de lo que Dios hizo en nuestra generación. Mi objetivo es
compartirles con mucha sencillez lo que recibimos de Dios, a fin de
que las nuevas generaciones reciban de primera mano y no pierdan la
esencia de la que vino de parte de Dios.
Introducción
Proverbios
29.18 dice: "Sin
profecía el pueblo se desenfrena".
O
como dice la NVI: "Donde
no hay visión, el pueblo se extravía".
Por
eso desde tiempos antiguos Dios se comunicó con su pueblo. Hebreos
1.1 y 2 dice:
"Dios
habiendo hablado muchas veces y de mucha maneras en otro tiempo a
los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado
por el Hijo… "
El
Hijo es la revelación plena de Dios. Darse a conocer a sí mismo
como el Mesías, el Hijo del Dios viviente, fue lo más importante
que Jesús reveló a sus discípulos (Mateo 16.16). Y esto conlleva
la maravillosa revelación de Dios como Padre. El Unigénito del
Padre vino a fin de que su Papá llegue a ser nuestro Papá.
Además,
mediante su ejemplo y sus enseñanzas les comunicó la doctrina
(didaké) del Padre, la voluntad del Padre para todos los hombres.
Después
de estar tres años con sus discípulos, en sus últimos días les
dijo:
"Todavía
tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden
comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los
introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo,
sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá
sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo
anunciará a ustedes".
(Juan
16.12-14 – BPD)
Y
así sucedió. Cuando vino el Espíritu Santo los apóstoles
recibieron la visión completa del Hijo de Dios, y del propósito
eterno de Dios. El Espíritu comenzó a revelarles el misterio de
Cristo y de la iglesia. En Efesios 3.5, Pablo escribe:
"Misterio
que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los
hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas
por el Espíritu:
"
Por
eso cada vez que acontece un avivamiento, una irrupción del Espíritu
en la historia, el Espíritu generalmente trae revelación. No una
nueva revelación que no haya sido dada a los apóstoles y profetas
del primer siglo, sino que Dios derrama espíritu de sabiduría y
revelación para que comprendamos lo que ya había sido revelado por
Cristo y por el Espíritu Santo a los profetas y apóstoles del
primer siglo; revelación que, gracias a Dios, la tenemos registrada
en las Sagradas Escrituras, principalmente en el Nuevo Testamento.
Los
dos grandes derramamientos del Espíritu en el siglo XX
El
primero ocurrió a comienzos del siglo pasado, lo que dio lugar al
surgimiento del movimiento pentecostal, que llegó a ser el
movimiento religioso de más rápido crecimiento en la historia
contemporánea. Luego, en la década de los 60, hubo un nuevo
derramamiento del Espíritu en muchos lugares del mundo, con
características un poco diferentes al anterior. Fue conocido como
movimiento carismático o de renovación. Esta vez abarcó a casi
todas las denominaciones tradicionales evangélicas, y aun a los
católicos.
Ese
segundo derramamiento también ocurrió entre nosotros en Argentina.
Algunos de los que estamos hoy aquí, por la gracia de Dios, somos de
los primeros que fueron alcanzados por esa ola del Espíritu.
El
cuadro de las iglesias evangélicas en la década del 60’
Isaías
44.3, describe muy bien lo que sucedió en nuestra generación.
"Porque
yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida;
mi Espíritu derramaré sobre tu generación y mi bendición sobre
tus renuevos".
En
aquellos años en Argentina los evangélicos éramos aproximadamente
el 1% de la población. Las iglesias, que se habían establecido
gracias a la bendecida y fecunda labor de los misioneros, al
desaparecer la mayoría de esos pioneros, estaban pasando un tiempo
de sequedad y aridez espiritual. En general se había entrado en una
cierta rutina, siempre se oraba de la misma forma, se cantaban de la
misma forma, se predicaba de la misma forma, prácticamente se sabía
como iba a ser cada reunión.
Sin
embargo, en un considerable número de hermanos había sed
espiritual. Aunque hubo algunos brotes por aquí y por allí, en
general se sentía la necesidad de un avivamiento. Por eso pegó muy
fuerte ese coro que decía:
Hazme
volver al río de Dios.
Hazme
beber de tu río, Señor.
Hazme
vivir por el río de Dios.
Hazme
volver, hazme beber, hazme vivir.
En
1964, yo tenía 23 años de edad, y estaba muy activo en la obra,
pero tenía una gran sed espiritual, buscaba casi desesperadamente
ser lleno del Espíritu Santo. Mi búsqueda duró 18 largos meses. Y
una noche, frustrado y queriendo dejar todo, orando con lágrimas en
mi cuarto, Dios me habló. Me dijo -como quien le sopla un secreto a
un amigo al oído- : “Es
un don”.
Yo había equivocado el camino, pues estaba buscando el premio del
Espíritu Santo, que como resultado de mi auto-santificación
llegaría el día en que Dios me premiaría con la llenura del
Espíritu. ¡Qué revelación fue cuando Dios me dijo: “Es
un don”!
Estaba de rodillas orando al borde de mi cama, y me invadió tanta
paz que me quedé dormido. A la mañana siguiente al despertar, le
dije: Señor, si es un don (un regalo), ahora mismo lo voy a recibir.
Y allí en mi cuarto aquella fría mañana de Julio 1963, el Señor
me llenó con su Espíritu Santo.
Y
así, aquí y allá, de diferentes modos y circunstancias, otros
hermanos y pastores iban siendo llenos del Espíritu. Keith Bentson y
su esposa, Alberto Darling, Iván Baker, Augusto Ericsson, Jorge
Pradas, y muchos otros. Al principio la mayoría eran de los hermanos
libres; y luego se extendió a pastores y hermanos de todas las
denominaciones. Y alabábamos a Dios en nuevas lenguas. A pesar de
haber tenido la mayoría de nosotros una fuerte formación
anti-pentecostal.
Yo
solía leer la Biblia de corrido en mis devociones personales, y
recuerdo que en esos días estaba leyendo los profetas menores. ¡Uf,
los profetas menores… qué aburrido! Estaba deseando llegar cuanto
antes al N.T. Pero cuando recibí la unción del Espíritu, ¡los
profetas menores se transformaron para mí en el Nuevo Testamento! La
palabra cobró vida. Dios me hablaba. ¡Cómo se transformó mi
tiempo de oración! Allí comprendí que para orar no era necesario
cerrar los ojos. Aprendí a orar con los ojos abiertos y con la
Biblia abierta. Orar la palabra, proclamarla, alabar con la palabra.
Y así comencé a recibir revelación sobre la palabra. Se encendían
las luces. Todo era nuevo. Era tal el gozo que después de un par de
semanas comencé a hablar en nuevas lenguas, sin saber que eso era
hablar en lenguas. No lo supe por meses. Desde mi interior brotaban
alabanzas a Dios que sobrepasaban mi entendimiento y toda expresión
conocida. Era un río. La comunión con Dios se volvió algo
apasionante.
Lo
mismo les sucedía a otros pastores y hermanos; y cuando nos
juntábamos compartíamos la revelación que cada uno iba recibiendo
de parte de Dios.
Se
abrió así una nueva dimensión en nuestras vidas: LA DIMENSIÓN DEL
ESPÍRITU.
La
dimensión del Espíritu
Antes
de esta experiencia nuestras reuniones habían caído en una rutina.
Siempre de la misma forma. Se comenzaba cantando un himno; luego una
oración; después otro himno; los anuncios, el mensaje, otro himno,
la oración final, y a casa.
Cuando
le damos libertad al Espíritu cada reunión es diferente. Pero lo
más importante en cada reunión es experimentar aquello inefable que
es la
presencia de Dios.
Yo
recuerdo que antes solíamos usar el versículo de Mateo 18.20 en las
reuniones donde asistía poca gente, como un consuelo, diciendo:
Hermanos aunque hoy seamos pocos, el Señor dijo: "donde
están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos".
En
cambio una reunión en la dimensión del Espíritu se transforma en
un encuentro con Dios; porqué el Señor está presente y cada
corazón lo siente, lo experimenta, lo vive. La fe se vuelve viva. La
palabra cobra vida. El Espíritu se mueve.
Antes
estábamos dominados por la dimensión de la mente. Occidente se
caracterizaba por la dimensión racional, el conocimiento
intelectual. La mente prevalecía sobre el Espíritu. Pero el
derramamiento del Espíritu nos llevó a otra dimensión, a la
dimensión del Espíritu; nuestro espíritu lleno del Espíritu de
Dios. Y todo fue cambiando, todo fue transformándose.
Cantar
en el espíritu
Aprendimos
a cantar en el espíritu. Coros muy sencillos. Uno de esos coros
decía:
Oh,
Dios es bueno.
Oh,
Dios es bueno.
Oh,
Dios es bueno.
Dios
es bueno para mí.
Recuerdo
que Orville tomaba el acordeón y nos enseñaba a cantar en el
Espíritu y adorar al Señor. Nos decía: El Señor está aquí.
Cántale a él. Cierra tus ojos, o ábrelos, si quieres, pero cántale
a él. Canta con el corazón. No simplemente con tus labios. Lo que
cantas que fluya desde tu espíritu. Por allí se veía a una hermana
que después de cantar una, dos o tres veces la misma canción,
comenzaba a decir con sus propias palabras: ¡Señor tu eres bueno
para mí…! y se le caían las lágrimas. Y otro más allá de
rodillas diciendo: ¡Señor, siento tu amor, siento tu amor en mí...!
Y así las reuniones fueron cambiando su formato, y entrando en otra
dimensión: LA DIMENSIÓN DEL ESPÍRITU.
O
este otro coro:
Maravilloso
es él, maravilloso es él,
Maravilloso
es él, Cristo el Señor…
Cuando
aprendimos a cantar en el espíritu, Orville, algún tiempo después,
nos enseñó a cantar los grandes himnos que la iglesia cantó en
años y siglos anteriores.
A
ti, Señor, Omnipotente Dios,
Con
humildad alzamos hoy la voz;
-
- -
¡Santo!
¡Santo! ¡Santo! Señor Omnipotente,
Siempre
el labio mío loores te dará…
-
- -
De
Jesús el nombre mis labios nunca callen;
El
lirio es del valle, estrella del albor,
Es
el Rey de gloria, y en mi corazón
De
su amor la historia, por siempre es mi canción.
Es
un canto de libertad…
-
- -
Oh,
Dios eterno, tu misericordia
Ni
una sombra de duda tendrá;
Tu
compasión y bondad nunca fallan,
Y
por los siglos el mismo serás.
¡Oh,
tu fidelidad! ¡Oh tu fidelidad!
Cada
momento la veo en mí,
Nada
me falta, pues todo provees.
¡Grande,
Señor, es tu fidelidad!
Cantar
la Palabra
En
esta nueva dimensión del Espíritu surgió una nueva himnología.
Comenzamos a cantar la palabra. Cantar las gloriosas verdades de la
palabra de Dios.
Salmo
23.
Jehová
es mi pastor nada pues me faltará…
Isaías
44.6
Así
dice Jehová.
Así
dice tu Redentor:
Yo
soy el primero,
Yo
soy el postrero,
Y
fuera de mí no hay Dios.
Efesios
1.3-14
Bendito
sea el Padre, de nuestro Salvador,
Que
nos ha bendecido con toda bendición.
¿Qué
es lo que acciona el espíritu? La fe. La fe en la palabra.
Cuando
yo creo la palabra con todo el corazón, y la canto, es entonces que
entró en la dimensión del espíritu. Porque con el corazón se cree
para justicia, y con la boca se confiesa para salvación.
¿Creo
que Jehová es mi pastor, y que nada me faltará?
¿Creemos
que el Padre nos ha bendecido con toda bendición espiritual?
Si
lo canto sin creer, no pasa nada. Pero si lo canto creyendo cada
palabra, me fortalezco, soy renovado en el espíritu de mi mente, soy
transformado.
Y
llega un momento que ni las palabras nos alcanzan. Desbordamos, nos
brotan nuevas lenguas, queremos danzar, queremos volar… casi somos
transfigurados.
Y
en este ambiente de fe, de presencia de Dios, vienen las profecías,
se manifiestan los dones, ocurren milagros, visiones, revelaciones.
Sabemos que adoramos a un Dios vivo, real, cercano, presente. Que
habla, que sana, que liberta, que salva, y que hace maravillas.
Adoración
Antes
sabíamos cantar, orar, predicar, enseñar. Pero no sabíamos lo que
era adorar. Yo pensaba que adorar era cantar algún himno que
incluyera la frase “Te adoramos…” No tenía idea. Dios es
espíritu, y los que le adoran es necesario que lo hagan en espíritu
y en verdad. Solo se puede adorar en la dimensión del Espíritu.
Adorar es postrarse delante de alguien que está presente, es
postrarnos ante la majestad de Dios. Adorar es encontrarse con Dios y
rendirle máxima reverencia, gloria, honra, amor; es entregarnos por
completo; es darle todo a él. Es reconocer que todo es suyo, y
entregárselo de corazón. Es reconocer su grandeza y humillarnos
ante Él reconociendo nuestra pequeñez. Adorar es besar el suelo, el
polvo, reconociendo que somos polvo, nada, y que todo viene de él.
Tuya
es, oh Jehová, la magnificencia y el poder.
Tuya
también la gloria, victoria y el honor.
Tuyos
los dominios, oh Jehová,
Y
tú eres excelso sobre todo.
(1 Crónicas 29.11)
La
antesala de la adoración es la contemplación, y la contemplación
nos lleva a la admiración, nos quedamos embelezados por él,
maravillados por su majestad, su poder, su reino, su fidelidad, su
firmeza. Somos conmovidos por su amor, su misericordia, su gracia, su
fidelidad, su hermosura. Vienen las lágrimas, el gozo.
Experimentamos lo inexplicable, lo inefable, en la adoración
entramos en la esfera de la eternidad.
Cristo,
Cristo, Cristo,
Nombre
sin igual para mí que encanta el corazón.
Cristo,
Cristo, Cristo,
A
tu amor me rindo en sincera adoración.
-
- -
Cristo,
Cristo, Cristo es tu nombre sin igual.
Amo,
Maestro, Cristo;
cual fragancia tras la lluvia.
Cristo,
Cristo, Cristo;
te proclame todo ser.
/Reyes
y reinos pronto pasarán,
Mas
tú permanecerás. /
El
Espíritu es creativo, siempre es nuevo, crea nuevas canciones,
nuevas expresiones. Pero hay veces que para expresar lo que sentimos
usamos una sola palabra: ¡Aleluya! Y la repetimos no se cuántas
veces. Es que no es simplemente una palabra, con los ojos de la fe
estamos viendo a Dios en su trono, en su majestad, en su gloria, y le
decimos: ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! Cada nuevo ʹAleluyaʹ,
no es una repetición, es un nuevo ¡Aleluya! Es como el río. Es el
mismo río, pero las aguas que corren no son las mismas, son siempre
nuevas.
El
que no conoce la dimensión del Espíritu, no entiende esto, piensa:
Qué aburrido… Repiten y repiten la misma palabra. Pero al que está
viendo a Dios, no le resulta nada aburrido, más bien quiere que ese
momento no se acabe nunca. El Espíritu nos conecta con la dimensión
celestial, con el trono de Dios, con la multitud de ángeles que le
alaban en la dimensión eterna.
La
esencia que no podemos perder.
Luego
vinieron nuevos coros y también nuevos instrumentos. Al acordeón le
agregamos una guitarra; después el órgano electrónico, la
trompeta... Más adelante, con el avance de la tecnología vinieron
los teclados, sintetizadores, baterías, guitarras eléctricas,
bajos, etc. Todo está bien. El Salmo 150 cobró vida, "alabadle
con cuerdas y flautas, alabadle con címbalos resonantes…"
Pero
hay un peligro sutil: quedarse con las nuevas formas, el nuevo
estilo, la nueva himnología, y perder la esencia.
¿Cuál
es la esencia? La presencia de Dios; el Espíritu; el encuentro con
Dios.
Si
está la esencia, y queremos agregarle 120 instrumentos y armar una
orquesta sinfónica, podemos. Sería maravilloso. A mí me encanta.
El peligro es que una buena orquesta o una banda con 5, 10 ó 15
buenos músicos y buenas voces, suena muy bien, y casi pareciera que
no necesitamos al Espíritu Santo. Es muy fácil quedarse con la
forma y perder la esencia.
Hoy
la mayoría de las Iglesias Evangélicas de América Latina y del
mundo ha renovado sus instrumentos y su himnología. Hoy hay más
profesionalidad, canciones muy lindas y modernas, ejecutantes y
cantantes excelentes en muchos casos, pero ¿Dónde está el
Espíritu; el mover del Espíritu Santo en la reunión? ¿Qué lugar
le damos al Espíritu para hacer y decir lo que Dios quiere a su
pueblo?
Eso
es lo que no podemos perder, lo que no podemos dejar. Eso es lo que
Dios ha restaurado, su presencia en medio de su pueblo, la gloria de
Dios llenando su casa.
En
el lugar santísimo
Qué
maravilloso es saber que el velo ha sido roto; que tenemos libertad
para entrar al lugar santísimo, a la misma presencia de Dios.
Uno
de los primeros coros que cantábamos en la casa de Alberto Darling
fue:
Aleluya,
aleluya,
Tras
el velo penetré y su gloria allí hallé.
Aleluya,
aleluya,
Hoy
yo vivo en la presencia de mi Rey.
Antes
el sacerdote solo podía entrar hasta el lugar santo. Pero cuando
Cristo murió el velo se rompió.
En
el A.T. el santuario era algo visible, algo material; ya sea el
tabernáculo o el templo. La gente lo podía ver con los ojos
físicos. Todo lo cual era una mera figura del santuario invisible:
el santuario celestial, de la verdadera presencia de Dios.
Hebreos
12 dice: "Ustedes
no se han acercado al monte que se podía palpar, al fuego, al sonido
de la trompeta… ustedes se han acercado al monte de Sión, a la
ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial…"
Es
decir, no se han acercado a la dimensión material, sino a la
dimensión espiritual…
Todo
eso que en A.T. se podía ver, palpar, oler, percibir por medio de
los cinco sentidos era solo una maqueta del verdadero santuario.
En
cambio ahora tenemos acceso a ese santuario que está en la dimensión
del espíritu. Ahora por la fe vemos al Invisible; contemplamos al
Rey de los siglos; entramos al santuario celestial en plena
certidumbre de fe; y vemos a Aquel que está sentado en el trono, y
al Cordero. Nos unimos al coro celestial y con ellos adoramos
cantando:
Al
que está sentado en el trono,
Y
al Cordero, sea la alabanza,
Y
la honra, y la gloria y el poder,
Por
los siglos de los siglos. Amén.
La
letra de esta alabanza esta tomada literalmente de Apocalipsis 5.13.
La música la compuse yo; pero en realidad yo no la compuse, yo la
escuché en mi espíritu mientras adoraba a Dios en la sala de mi
casa con la Biblia abierta en este capítulo, estaba leyendo y
adorando, cuando escuché esta melodía cantada con las palabras del
versículo 13. Tomé la guitarra y comencé a cantarla yo también.
Espíritu
de sabiduría y de revelación
Pablo
escribiendo a los efesios dice: Les escribo esta carta, pero mientras
lo hago, ruego a Dios, "el
Padre de gloria, que les de espíritu de sabiduría y de revelación
en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro corazón
para que sepan cuál es la esperanza a la que él los ha llamado…"
(Efesios 1.17-18). Era importante escribirles la carta, pero no era
suficiente; por eso oraba pidiendo que ocurriera en ellos esta obra
sobrenatural que se llama ʹrevelaciónʹ.
Cuando
en el espíritu entendemos a Dios, lo conocemos, comprendemos su
voluntad, se abre en nuestras vidas y en la vida de la iglesia una
nueva dimensión de las abundantes riquezas de gloria y del poder
sobrenatural que tenemos en Cristo Jesús.
Así
la palabra se torna viva; y por la revelación vemos lo que Dios ve;
oímos lo que Dios dice; experimentamos los que Dios nos ha dado; y
somos transformados a su imagen y semejanza.
La
iglesia de occidente había quedado atrapada, limitada a la dimensión
de la mente, del conocimiento intelectual, pero este mover del
Espíritu vino para introducirnos a esta esfera del conocimiento
espiritual, que no es nada extra bíblico, sino por medio de la
Palabra registrada en la S.E. No queremos nada fuera de la Palabra,
menos contra la Palabra, pero la Palabra con el Espíritu se hace
luz, cobra vida; y nuevamente el Verbo (la Palabra) se hace carne,
esta vez en nosotros.
Conclusión
El
primer punto de la visión es este: ʹla
dimensión del Espírituʹ.
Todo lo demás va a funcionar, si funcionamos en esta dimensión.
Yo
soy del siglo pasado, disculpen los más jóvenes que he usado himnos
y canciones de hace varias décadas, es que son los que domino y
conozco. Para nada estoy pretendiendo que volvamos a las canciones de
hace 30, 40 ó 50 años, -aunque el buen maestro saca de su tesoro
cosas viejas y cosas nuevas-. Lo importante es que no perdamos la
esencia; y si la perdimos, procuremos recuperarla. Que volvamos a la
sencillez, al primer amor, al Espíritu, a la presencia de Dios.
La
esencia siempre se expresará en formas concretas y exteriores; pero
quedarnos con las formas, aunque sean más lindas y agradables, sin
la esencia, es solo apariencia. Y todo lo religioso y litúrgico
suele correr ese riesgo.
Prioricemos
al Espíritu Santo en todo.
Hazme
volver al río de Dios,
Hazme
beber, de tu río, Señor,
Hazme
vivir por tu río, Señor,
Hazme
volver, hazme beber, hazme vivir.
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