Introducción:
En
nuestra tarea de hacer discípulos es fundamental que velemos sobre
nuestro propio espíritu. Proverbios 4.23 dice: “Sobre
toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”,
y en 1 Timoteo 4.16 Pablo le dice a su discípulo: “Ten
cuidado de ti mismo y
de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo eso, te salvarás a
ti mismo y a los que te oyeren”.
También en 1 Timoteo 4.12, le recomienda que sea ejemplo en palabra,
conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Con el correr del tiempo nos
iremos dando cuenta de que nuestra mayor influencia sobre nuestros
discípulos es nuestra manera de ser, nuestro carácter, espíritu,
conducta, etc. Es por ello que, como obreros del Señor, debemos
velar sobre nosotros mismos. Hay aspectos o áreas en nuestras vidas
que ningún otro hermano puede conocer tanto como nosotros mismos, y
en esas áreas nosotros somos los principales responsables de
cuidarnos.
1)
DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRAS INTENCIONES Y MOTIVACIONES.
¿Cuál
es nuestra motivación más honda al hacer la obra de Dios?
¿Decae
nuestro ánimo o nos molesta cuando algún colega nos aventaja en
gracia y en frutos?
Cuando
alguno nos elogia públicamente solemos exteriorizar modestia con
nuestras palabras y gestos, pero ¿qué sucede en nuestro interior?
Dios mira nuestro corazón y no nuestras exteriorizaciones.
Cuando
nuestra obra progresa más que la de los demás, ¿nos sentimos
superiores?
¿Nuestros
hermanos nos conocen como somos, o fingimos y procuramos dar una
mejor imagen de lo que en realidad somos?
Creo
que necesitamos, cada uno de nosotros, con cierta frecuencia, hacer
un profundo examen de nuestras intenciones y motivaciones. Muchas
veces hallaremos en nuestro corazón una mezcla de motivaciones sanas
y carnales, y cada vez que tengamos conciencia de ello, deberemos
humillarnos delante del Señor, despojándonos de nuestro corazón
“perverso y engañoso”. Necesitamos reafirmar una y otra vez que
la gloria de Dios ha de ser nuestra única intención, y que el amor
al Señor será nuestra suprema motivación al hacer la obra. Es muy
importante que velemos sobre esta área de nuestra vida.
2)
DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRO EJERCICIO DE AUTORIDAD.
Dios
nos ha delegado autoridad para edificar a nuestros hermanos. Si no
ejercemos autoridad no podemos edificar la casa de Dios. Pero debemos
velar mucho sobre esta área porque el ejercicio de autoridad entraña
riesgos y peligros que debemos evitar.
Quiero
señalar algunos de esos peligros:
1)
La ambición de poder. Este
es una de los males más arraigados dentro de la naturaleza humana.
Cuando notamos que los mandos responden (a uno decimos “ven”, y
viene; a otros decimos “ve”, y va; a un tercero decimos “haz
tal cosa”, y la hace), es posible sentir una satisfacción carnal.
Es así como podemos llegar a pervertirnos en nuestro corazón y
hacer uso de la autoridad para alimentar nuestro ego. Si ejercemos
autoridad debe ser únicamente para servir a los hermanos (Mateo
20.25-28)
2)
La autoridad despótica.
¡Cuánto daño hace ejercer
autoridad sin amor, sin gracia, sin cariño! Ejercer autoridad no
significa actuar y hablar con un tono dictatorial y enérgico, sino
mostrar al discípulo la voluntad del Señor con amor y firmeza. Si
bien en algunas ocasiones es necesaria una serie de reprensión, sin
embargo, no puede ser ese el tono permanente en nuestra relación con
los discípulos (1 Tesalonicenses 2.7-8)
3)
La falta de autoridad. Otro
peligro es mantener una estructura aparente de autoridad sin
ejercerla realmente. Ser demasiado blando y condescendiente de modo
tal que la vida del discípulo no se desarrolle ni crezca. La
relación no es más que una buena amistad. No hay instrucciones,
mandatos claros, control, dirección, etc. (2 Timoteo 4.2; Tito 2.15)
4)
El pretender ser autoridad en
todos los temas. No somos
autoridad en todas las materias. Debemos saber limitarnos a las áreas
que nos competen. Debemos saber decir “NO SE”. En ciertas
situaciones debemos saber derivar a otro, y muchas otras veces
consultar y asesorarnos en vez de dar una respuesta apresurada.
5)
Manejar vidas en vez de
formarlas. El peón y el
aprendiz, ambos están bajo autoridad, pero después de varios años
el peón sigue siendo peón y el aprendiz un oficial. Un discípulo
es un aprendiz; debemos sobre todo enseñarle, formarle, Es fácil
manejar una vida; la cuestión es formarla. No le digas lo que él
puede descubrir, no hagas lo que él puede hacer, delégale
responsabilidades y dale campo para que pueda experimentar.
6)
El perpetuar una autoridad
vertical innecesariamente.
Nuestro objetivo es que nuestros discípulos crezcan y lleguen a la
madurez. En la medida en que esto ocurra la verticalidad debe ir
declinando para dar lugar a la mutualidad. “Someteos
los unos a los otros…”
(Efesios 5.21 y 1 Pedro 5.5) No debemos ser un tapón para nuestros
discípulos, por el contrario debemos animarles a que crezcan aún
más que nosotros mismos.
7)
El ser “intocable”.
Debe recordar que sobre todo somos hermanos. Cualquier discípulo
tiene que tener libertad para amonestarnos cuando vea algo mal en
nuestra vida. Hay aquellos que nos cuestionan porque tienen rebeldía
en su corazón, pero están los que alguna vez nos cuestionan porque
tienen más vida propia e inquietudes legítimas en su interior; no
debemos resistir sistemáticamente todo cuestionamiento sino
considerar objetivamente el aporte de algún hermano que piense un
poco diferente a nosotros.
8)
El tratar a todos de la misma
manera. No podemos tratar a
todos por igual. No podemos discipular del mismo modo al joven y al
anciano. El trato debe ser acorde a cada persona. En 1 Timoteo 5.1-2
Pablo pide a Timoteo que su trato sea según la persona. Sería
perjudicial tener un método único y dar a todos el mismo
tratamiento. Aunque los principios y enseñanzas son los mismos para
todos, sin embargo, el trato debe ser según la persona, teniendo en
cuenta su edad, personalidad, capacidad, etc.
3)
DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRO CARÁCTER Y CONDUCTA.
A
la larga transmitiremos a nuestros discípulos lo que somos. Al
principio podremos impresionar con buena enseñanzas, pero con el
correr del tiempo trascenderá nuestro carácter y llegarán a
conocernos. Si en nuestras vidas hay fallas importantes de conducta
(sobre todo en nuestro hogar y en nuestro trato comercial), nuestros
discípulos deducirán que, aunque seamos muy enfáticos al enseñar,
en la vida práctica se puede vivir mediocremente y seguirán no
nuestra enseñanza sino nuestro ejemplo. Habrá quienes al conocernos
más íntimamente se escandalizarán y se alejarán, y otros sufrirán
secretamente nuestro doblez. Es por eso que Pablo le dice a Timoteo
“ten cuidado de ti mismo….
Porque haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”
(1 Timoteo 3.2-7; Tito 1.6-8)
4)
DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRA CONCIENCIA.
Vez
tras vez Pablo exhorta a Timoteo a mantener una buena conciencia
delante de Dios (1 Timoteo 1.5; 1.19; 3.9) Si tenemos pecados ocultos
en nuestras vidas, estamos andando en tinieblas y fingiendo fe. Esta
es un área que tan solo nosotros podemos conocer. Debemos velar para
que nuestra vida sea transparente delante de nuestros hermanos. Si
pecamos, no demoremos en confesarlo. Nuestra hipocresía ofende más
a Dios que nuestro pecado. Seamos íntegros, sinceros, hombres de
verdad, humildes. Si tú no te cuidas en esto, ningún otro de puede
cuidar; por lo tanto, “ten cuidado de ti mismo”. Amén.
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