Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (Hebreos 4:15)
Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. (1 Juan 3:5)
1- No se halló pecado en su boca
Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. (Isaías 53:6)
La mentira es un terrible pecado. Junto a sus hermanas, la falsedad y la hipocresía, ha causado mucho daño. Ha herido amistades, destruido familias, creado sombras entre hermanos en la fe, y generado divisiones. No es de extrañar que así sea: este pecado termina honrando a su propio padre, Satanás. Sin embargo, en el Eterno Dios hecho hombre, durante más de tres décadas, no se pudo hallar ni siquiera una pequeña mentira, ningún doblez de corazón... a tal punto que pudo declarar: “Yo soy la verdad” ¡Aleluya! Todas sus afirmaciones son verdaderas, todas sus promesas se cumplirán. Podrán pasar los cielos y la tierra, pero los dichos de su boca permanecen para siempre.
No se halló pecado en su boca.
2- Fue manso y humilde de corazón
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Juan 11:29)
Antes de crear el tiempo, en la eternidad pasada, Dios había creado un ángel hermoso, un querubín protector. Su belleza y esplendor eran un reflejo de la gloria del Creador. Pero un día, su corazón se llenó de orgullo. La pobre criatura quiso ser igual a Dios. Su rebelión y deseo de independencia provocaron su eterna perdición. Más tarde tentó también al hombre, infectándolo de ese terrible veneno: el orgullo. Jesucristo, el Eterno Verbo hecho hombre, es el perfecto “anti-Satanás”. Siendo Dios, se hizo criatura. Siendo hombre, se revistió de genuina humildad, de asombrosa mansedumbre. A tal punto que en esto pide que le imitemos. Ahora, esta imitación no debe ser una mera postura exterior, sino un cambio interior del corazón. Jesús es el perfecto antídoto al veneno del orgullo.
Jesús es el perfecto antídoto
ante el veneno del orgullo.
3- Buscó agradar en todo a su padre celestial
Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada. (Juan 8:29)
Y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia. (Lucas 3:22)
Son innumerables las oportunidades en las que Jesús declara que su objetivo es glorificar al Padre: honrarlo, obedecerle, agradarle. En ocasión del bautismo de Jesús, el Padre se conmueve de tal manera, que le da una señal audible: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Al contemplarlo, nuestras vidas se irán transformando a la imagen de este Hijo Amado, Jesús. Y un día nuestro Padre podrá decir de nosotros: “En ustedes encuentro alegría”.
4- Dependió del Padre en todo
“…y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.” (Juan 8:28)
En nuestra naturaleza humana caída, encontramos, vez tras vez, un gran deseo de independencia. No nos gusta que otro nos gobierne o nos dirija. Pareciera que eso insultara nuestra capacidad e inteligencia. Es un vestigio del veneno satánico que heredamos de Adán. Pero aquí viene Jesús, un hombre lleno de tal sabiduría que aún hace callar a sus enemigos, diciendo que no habla ni actúa si el Padre no lo autoriza. Más aún, en Juan 12:50 aclara que lo que habla, lo habla como el Padre se lo dice. Por eso Jesús nunca pecó ni engañó a sus oyentes. Dependía, aún en el más mínimo detalle, de su Padre.
Jesús agradó al Padre en todo
y dependió del Padre en todo.
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