Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. (Juan 14:22-23)
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)
1- Cristo en nosotros: la vida en el Espíritu
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.
(Juan 16:13-14)
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
(Romanos 8:1)
Jesucristo, horas antes de entregar su vida en la cruz, les promete a sus discípulos algo maravilloso: “Vendremos con mi Padre, y haremos morada con él”. ¿Cuándo se cumplió esto? Cuando vino el Espíritu Santo a llenar sus corazones, en Pentecostés. Es lo que ya había prometido al decir: “De su interior correrán ríos de agua viva”. ¡Qué elocuente imagen usó en esa oportunidad! Es lo que realmente se experimenta al recibir la plenitud del Espíritu: ríos de vida que fluyen y corren de nuestro ser. El Espíritu viene a llenarnos para que andemos siempre en Él, y no en nuestra carne. Algunos piensan: “Si ya recibí el Espíritu, ¿por qué no vivo así? Porque la vida del Espíritu es una vida continua de plenitud, y se alimenta de oración, de mirar a Jesús, de buscar su Presencia. “Sed llenos del Espíritu”, es un mandato que se expresa en presente continuo. Es algo que debemos buscar cada día.
2- Vive en nosotros: el deseo de santidad
Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.
(Rom. 8:9)
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
(1 Corintios 6:19-20)
Pablo nos dice que el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero antes explica que no vivimos de acuerdo a la carne, o sea, según nuestra naturaleza pecadora, sino según el Espíritu, si habita en nosotros. Es este Espíritu, llamado “Santo”, el que nos lleva a la santidad, el que nos hace aborrecer el pecado, el mundo y toda obra de nuestra carne y de las tinieblas. ¡Qué maravilloso es saber que fuimos comprados por un alto precio! ¡Y que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo! Esta verdad nos anima y nos da fe para apartarnos de toda contaminación, y consagrarnos cada día a vivir sólo para Él.
La vida en el Espíritu
destruye las obras de la carne.
3- Cristo en nosotros: continuadores de su misión
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
(Hechos 1:8)
El Señor resucitado nos dice que somos sus testigos. Testigos de su vida, de su muerte y resurrección, de todo lo que ha hecho en nuestras vidas. Un testigo cuenta lo que vio. Y aunque nunca nuestros ojos físicos hayan visto a Jesús, sus hechos en nuestra vida nos hacen incuestionables testigos de su amor y poder. Jesucristo nos equipó con su Espíritu para ser continuadores de su misión. Él vino para buscar y salvar lo que estaba perdido. Y para formar discípulos de Cristo a su misma imagen. ¡Y esta es hoy nuestra misión! ¡Seamos fieles a este llamado!
Recibimos el Espíritu Santo
para ser continuadores de su misión.
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