El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. (Efesios 4:10)
Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. (Hechos 2:33-36)
Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. (Hechos 7:55-56)
1- Jesucristo es el Señor
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filip. 2:9-11)
Al llegar al final de este pasaje de Filipenses, nuestro corazón se llena de fe y de valor. Vemos lo que ocurrió en los cielos cuando el Padre y los ángeles recibieron a Jesús, luego de que acabara su obra de redención aquí en la Tierra: El Padre lo exalta al grado máximo, le entrega toda autoridad sobre todo lo creado, le da un nombre sobre todo nombre. ¡No hay nadie por encima de Jesucristo! Él se había humillado a sí mismo hasta lo sumo, por eso el Padre lo exaltó hasta el lugar supremo. Pero este no es el final. Un día, y tal vez sea más pronto de lo que pensamos, los vivos, los muertos, los demonios, ¡todos! se arrodillarán y reconocerán a Jesucristo como el Señor. ¡Aleluya! Por su gracia y por su misericordia nosotros podemos hacerlo ahora: arrodillarnos cada día, exaltarlo como Señor y Rey en nuestras vidas, familias, posesiones, y adorarlo con temor y reverencia ¡Él es digno!
Él se había humillado a sí mismo.
Por eso el Padre lo exaltó hasta lo sumo y lo hizo Señor.
2- Jesucristo es la cabeza de la Iglesia
Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Ef. 4:15-16)
Una de las maravillosas consecuencias de la exaltación de Jesucristo es que el Padre lo designó como cabeza de la Iglesia. Este es su derecho, ya que Él la compró por su propia sangre. Pero, además, la sustenta y la cuida, para presentársela a sí mismo como una esposa sin mancha. Es importante tomar conciencia de la íntima y estrecha relación que nos une a nuestro Amado Jesús, y a los miembros del cuerpo entre sí ¡Qué perfecta unidad nos ha dado Jesucristo al incluirnos en su Cuerpo! En la práctica, es imposible separar el cuerpo de la cabeza. Esto es lo que Pablo está tratando de explicarnos. Dios quiere que todo lo que sea y haga la Iglesia provenga de Cristo, la Cabeza. Todas las decisiones, objetivos y estrategias de acción, el amor por los perdidos, el gozo por un pecador que se arrepiente, la santidad, todo lo que la Iglesia desee o necesite, debe provenir de su unión con Cristo.
Todo lo que la Iglesia desee o necesite,
debe provenir de su unión con Cristo.
3- Jesucristo: nuestro abogado
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1 Juan 2:1)
El apóstol Juan nos dice algo glorioso: Si alguno tuviese pecado, tenemos abogado delante del Juez Eterno ¡Y nuestro defensor es justo! Para tratar de entender esto a partir de nuestras limitaciones humanas, sólo supongamos esta situación: Cometemos un pecado, tal vez algo que no parece tan grave: por ejemplo, le contestamos mal a alguien. Y seguramente, tarde o temprano, lo reconocemos y nos arrepentimos. Pero, ¿qué ocurre en los cielos? Aunque el pecado no sea terrible, es a los ojos del Dios santo y perfecto, una gran falta. Su ira se enciende. Pero a su diestra, exaltado, está el Hijo. Él le dice: “Padre, yo pagué por este pecado. En la cruz, con mi sangre, yo expié el pecado de mi amado hermano”. Y la intercesión del Justo por nosotros es aceptada. ¡Aleluya!
Tenemos abogado delante del Juez Eterno
¡Y nuestro defensor es justo!
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