Tomado del libro: Cuando el cristianismo era nuevo. D.W. Bercot
Hace unos años, cuando yo empecé a estudiar los escritos de los primeros cristianos, mi interés primordial era seguir el desarrollo histórico de la doctrina cristiana. Pronto el testimonio y la vida de los primeros cristianos me conmovieron profundamente. “Eso es lo que significa la entrega total a Cristo”, dije entre mí. Mientras más leía, más me llenó el anhelo de disfrutar la comunión con Dios que los primeros cristianos disfrutaban. Cuánto deseaba yo poder deshacerme de los afanes de este mundo como ellos habían hecho. Pero sentía que no tenía ningún poder para hacerlo. ¿Por qué ellos podían hacer lo que yo no podía hacer? Empecé a buscar la respuesta a esta pregunta en sus escritos. Poco a poco vi tres puntos:
Hace unos años, cuando yo empecé a estudiar los escritos de los primeros cristianos, mi interés primordial era seguir el desarrollo histórico de la doctrina cristiana. Pronto el testimonio y la vida de los primeros cristianos me conmovieron profundamente. “Eso es lo que significa la entrega total a Cristo”, dije entre mí. Mientras más leía, más me llenó el anhelo de disfrutar la comunión con Dios que los primeros cristianos disfrutaban. Cuánto deseaba yo poder deshacerme de los afanes de este mundo como ellos habían hecho. Pero sentía que no tenía ningún poder para hacerlo. ¿Por qué ellos podían hacer lo que yo no podía hacer? Empecé a buscar la respuesta a esta pregunta en sus escritos. Poco a poco vi tres puntos:
➢ El apoyo de los hermanos de la iglesia.
➢ El mensaje de la cruz.
➢ La creencia, que el hombre comparte con Dios la responsabilidad para la obediencia.
Cómo fomentó la iglesia el desarrollo espiritual.
Los hombres somos por naturaleza seres sociables. Por eso nos es tan difícil oponernos a la corriente de nuestra cultura. Pero otros lo han hecho. Tenemos un buen ejemplo de esto en el movimiento “hippie” de la década de los sesentas. En esos años, millares de jóvenes—la mayoría de ellos de la clase mediana—rechazaron el materialismo y las modas de la sociedad y siguieron otro camino. Sencillamente se conformaban a otra cultura que ellos mismos crearon. Y todos se apoyaban los unos a los otros. Justamente esto era uno de los secretos de los primeros cristianos. Ellos lograron rechazar las actitudes, prácticas y diversiones impías de su cultura porque se conformaron a otra cultura. Millares y millares de cristianos se unieron y todos compartieron los mismos valores, las mismas actitudes, y las mismas normas para la diversión. Todo lo que tenía que hacer el cristiano individual era conformarse. O sea, tomaba la forma del cuerpo de creyentes. Cipriano declaró: “Corta una rama del árbol, y ya no podrá brotar más. Corta el riachuelo de su manantial, y pronto se secará.”
Pero los cristianos no trataron de legislar la justicia, aunque muchos grupos cristianos desde entonces han tratado de hacerlo. Al contrario, dependieron de la enseñanza sana y del ejemplo de rectitud para producir la justicia. Los grupos religiosos que dependen sólo de muchas normas detalladas para producir la santidad personal, pueden resultar produciendo más bien el fariseísmo. Por eso, la iglesia primitiva destacó la necesidad de cambiar comenzando desde el corazón. Consideraban que lo externo nada valía, a menos que reflejara lo que sucedía dentro de la persona. Clemente lo explicó de esta forma: “Dios no corona a aquellos que se abstienen de lo malo sólo por obligación. Es imposible que una persona viva día tras día de acuerdo a la justicia verdadera, excepto de su propia voluntad. El que se hace ‘justo’ bajo obligación de otro, no es justo en verdad. Es la libertad de cada persona la que produce la verdadera justicia y revela la verdadera maldad.” Por ejemplo, a pesar de la enseñanza de la iglesia primitiva acerca del vestir sencillo, no exigieron que el cristiano individual se vistiera de una manera especial o distintiva, y entre ellos no todos se vistieron igual. Aunque los primeros cristianos se opusieron a los cosméticos, no todas las mujeres cristianas dejaron de usarlos. Otros cristianos pasaron por alto el consejo de los ancianos de la iglesia y asistieron al teatro y a la arena, y la iglesia no los castigó por su desobediencia. Sin embargo, el método de la iglesia daba resultado. Aun los mismos romanos testificaban que la mayoría de los cristianos siguieron las guías de la iglesia en tales asuntos. De hecho, la iglesia puede enseñar por medio del ejemplo eficazmente sólo si la misma iglesia se ha conformado a las enseñanzas de Cristo. De otra manera, el ejemplo de la iglesia serviría de tropiezo y no de ayuda.
Pastores graduados de la escuela de la vida.
La entrega a Cristo de todos los cristianos de la iglesia primitiva refleja la calidad de sus líderes. Pero en realidad el método de gobernar nuestras iglesias difiere mucho del método de las iglesias primitivas. En vez de tener un pastor egresado de un seminario y preparado profesionalmente, los ancianos entre ellos eran todos pastores que dedicaban su tiempo a la obra de la iglesia. Todos conocían sus puntos fuertes y también sus puntos flacos. Los pastores no se preparaban para servir como obispos o ancianos por medio de estudiar en un instituto bíblico o seminario, llenando sus cabezas de ciencia. La congregación no buscaba tanto una ciencia profunda sino una espiritualidad profunda. ¿Vivían cerca de Dios? ¿Habían dado ya por años un buen ejemplo a otros cristianos? ¿Estaban dispuestos hasta a dar su vida por Cristo? Como Tertuliano dijo a los romanos: “Nuestros ancianos son hombres probados. Obtienen su posición no por un sueldo, sino por firmeza de carácter.”
En una de sus cartas, Cipriano describe la manera en que las iglesias primitivas escogían a un anciano u obispo nuevo: “Será escogido en la presencia de todos, bajo la observación de todos, y será probado digno y capaz por el juicio y testimonio de todos. Para tener una ordenación apropiada, todos los obispos de las demás iglesias de la misma provincia deben reunirse con la congregación. El obispo debe ser escogido en la presencia de la congregación, ya que todos conocen a fondo su vida y sus hábitos.”
No sólo el obispo sino mucho más, todos los ancianos dedicaban todo su tiempo a su trabajo como pastor y maestro. Se dedicaban totalmente al rebaño. Se esperaba que dejaran cualquier otro empleo, a menos que la congregación fuera muy pequeña como para sostenerlos. Imagínese el cuidado espiritual que recibieron los primeros cristianos de sus pastores. En cada congregación de entonces había varios ancianos cuya única preocupación era el bienestar espiritual de su congregación. Con tantos pastores trabajando todo el tiempo en la congregación, cada miembro sin duda recibió el máximo de atención personal.
Pero para servir como anciano u obispo en la iglesia primitiva, un hombre tenía que estar dispuesto a dejarlo todo por Cristo. Lo primero que dejaba era sus posesiones materiales. Dejaba su empleo y el salario con que sostenía a su familia. Y no lo dejaba para luego recibir un buen salario de la congregación. De ninguna manera. Sólo los herejes pagaban un salario a sus obispos y ancianos. En las iglesias primitivas los ancianos recibían lo mismo que recibían las viudas y los huérfanos. Usualmente, recibían las cosas necesarias para la vida, y muy poco más. Pero sacrificaban esos ancianos más que sólo las cosas materiales del mundo. Tenían que estar dispuestos de ser los primeros en sufrir encarcelaciones, torturas, y hasta la muerte. Muchos de los escritores que cito en este libro eran ancianos u obispos, y más de la mitad de ellos sufrieron el martirio: Ignacio, Policarpo, Justino, Hipólito, Cipriano, Metodio, y Orígenes.
Con tal entrega de parte de sus líderes, no es difícil ver por qué los cristianos ordinarios de esa época se dedicaron a andar con Dios y a evitar la norma del mundo.
Un pueblo de la cruz.
Nadie quiere sufrir. Todos deseamos un cristianismo que no requiera sufrimiento. Pero Jesús dijo a sus discípulos: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10.38-39). A pesar de estas palabras del Señor, no muchos quieren hablar hoy de la cruz. Sin embargo, éste era el mensaje que se enseñaba en la iglesia primitiva: ser cristiano los involucraría en sufrimiento. Son típicas las siguientes palabras de Lactancio: “El que escoge vivir bien en la eternidad, vivirá en la incomodidad aquí. Será oprimido por muchas clases de problemas y cargos mientras viva en el mundo, para que en el fin reciba la consolación divina y celestial. De la otra manera, el que escoge vivir bien aquí, sufrirá en la eternidad.”
Ignacio, obispo de Antioquía y un compañero del apóstol Juan, fue apresado por su testimonio cristiano. Mientras viajaba rumbo a Roma para su juicio y martirio, escribió cartas de ánimo y exhortación a varias congregaciones cristianas. A una congregación escribió: “Por tanto, es necesario que uno no sólo sea llamado cristiano, sino que sea en verdad un cristiano. Si no está dispuesto a morir de la misma manera en que murió Cristo, la vida de Cristo no está en él” (Juan 12.25). A otra escribió: “Que traigan el fuego y la cruz. Que traigan las fieras. Que rompan y se disloquen mis huesos y que corten los miembros de mi cuerpo. Que mutilen mi cuerpo entero. ¡En verdad, que traigan todas las torturas diabólicas de Satanás y me permitan que así alcance a Jesucristo! Quisiera morir por Jesucristo más bien que reinar sobre los confines del mundo entero.” Pocos días después de escribir estas palabras, Ignacio fue llevado ante un gentío que gritaba en la arena de Roma, donde le despedazaron las fieras.
Cuando un grupo de cristianos de su congregación se pudrían en una mazmorra romana, Tertuliano los exhortó con estas palabras: “Benditos, estimen lo difícil en su vida como una disciplina sobre los poderes de la mente y del cuerpo. Pronto van a pasar por una lucha noble, en la cual el Dios viviente será su director y el Espíritu Santo su entrenador. El premio es la corona eterna de esencia angélica, ciudadanía en el cielo ygloria sempiterna.” También les dijo: “La cárcel produce en el cristiano lo que el desierto produce en el profeta. Aun nuestro Señor pasó mucho tiempo a solas para que tuviera mayor libertad en la oración y para que se alejara del mundo. . . . La pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo.”
Pero la mayoría de los creyentes no necesitaban ninguna advertencia sobre lo que pudieran tener que sufrir. Ellos mismos lo habían visto. En verdad, esto mismo—el ejemplo de millares de cristianos que soportaban el sufrimiento y la muerte antes de negar a Cristo—llegó a ser uno de los métodos más poderosos del evangelismo.
En su primera apología, Tertuliano recordó a los romanos que su persecución servía sólo para fortalecer a los cristianos. “Entre más nos persigan ustedes, más crecemos nosotros. La sangre de los cristianos es una semilla. . . . Y después de meditar en ello, ¿quién habrá entre ustedes que no quisiera entender el secreto de los cristianos? Y después de inquirir, ¿quién habrá que no abrace nuestra enseñanza? Y cuando la haya abrazado, ¿quién no sufrirá la persecución de buena voluntad para que también participe de la plenitud de la gracia de Dios?”
Uno de los problemas en nuestras iglesias hoy es que casi nunca oímos la predicación del evangelio completo. Oímos sólo de las bendiciones del evangelio; pocas veces oímos el mensaje de sufrir por Cristo. Estamos tan alejados del mensaje de la iglesia primitiva que ni siquiera entendemos lo que significa sufrir por Cristo. En verdad no entendemos lo que significa sufrir por ser cristianos. Creemos que cuando soportamos las tribulaciones comunes que cualquier persona puede pasar, eso es sufrir por Cristo.Aunque tales situaciones pudieran traer mucho sufrimiento, tanto emocional como físico, no son nada en comparación para aquel que se ha preparado para soportar la tortura y hasta la muerte por Cristo (Romanos 8.17; Apocalipsis 12.11).
Aunque los primeros cristianos soportaban matrimonios difíciles con incrédulos, millares de cristianos hoy se divorcian de sus cónyuges creyentes sin pensar, sólo porque su matrimonio tiene algunas fallas. Tales personas prefieren desobedecer a Cristo antes de soportar un sufrimiento temporal. Varios cristianos me han dicho que ya no soportaban más vivir con su cónyuge porque tenían discusiones todos los días. Me pregunto qué respuesta darán tales personas en el día del juicio final cuando se encuentran ante mujeres y hombres cristianos de los primeros siglos que pudieron soportar que se les sacaran los ojos con hierros candentes, o que se les arrancaran los brazos del cuerpo, o que se les degollaran vivos. ¿Por qué aquellos cristianos tenían poder para soportar semejantes torturas terribles, y a nosotros nos falta el poder para aguantar siquiera un matrimonio difícil? Tal vez es porque no hemos aceptado nuestra responsabilidad de llevar la cruz.
Hace unos años, una mujer cristiana contemplaba divorciarse de su marido porque no podían llevarse bien. Con los ojos llenos de lágrimas, me dijo: “Yo no quiero vivir de esta forma el resto de mi vida”. Después, reflexioné en sus palabras: “el resto de mi vida”. Los primeros cristianos aceptaron el mensaje de sufrir por Cristo porque sus ojos estaban puestos en la eternidad. No pensaban en sufrir “el resto de su vida”. Pensaban en sufrir no más de unos cincuenta o sesenta años. ¡Y el resto de su vida lo pasarían en la eternidad con Jesús! Comparadas con semejante futuro, las tribulaciones del presente parecían insignificantes. Como Tertuliano, supieron que “la pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo”.
¿Somos los hombres capaces de obedecer a Dios?
Martín Lutero enseñó que somos completamente incapaces de hacer algo bueno, que tanto el deseo y el poder de obedecer a Dios vienen sólo de Dios. Estas eran doctrinas fundamentales de la reforma en Alemania, pero no produjeron una nación de cristianos alemanes, obedientes y piadosos. En verdad, produjeron todo lo contrario. La Alemaniade Lutero llegó a ser un bodegón sucio de borrachera, inmoralidad y violencia. El esperar pasivo que Dios obrara no produjo ni una iglesia piadosa ni una nación piadosa.Los primeros cristianos enseñaron todo lo contrario. Nunca enseñaron que el hombre es incapaz de hacer lo bueno o de vencer el pecado en su vida. Ellos creían que bien podemos servir a Dios y obedecerle. Pero primero falta que tengamos un amor profundo por Dios y un respecto profundo por sus mandamientos. Así lo explicó Hermes: “El Señor tiene que estar en el corazón del cristiano, no solamente sobre sus labios.” Ellos creyeron que nuestro andar con Dios es obra de ambos partidos. El cristiano mismo tiene que estar dispuesto a sacrificarse, poniendo toda su fuerza y toda su alma a la obra. Pero también necesitaba depender de Dios. Orígenes lo explicó así: “Dios se revela a aquellos que, después de dar todo lo que puedan, confiesan su necesidad de su ayuda”. Los cristianos de los primeros siglos creían que el cristiano tenía que anhelar fervientemente la ayuda de Dios, y buscarla. No sólo tenía que pedir a Dios su ayuda una vez, tenía que persistir en pedirle. Clemente enseñó a sus alumnos: “Un hombre que trabaja solo para libertarse de sus deseos pecaminosos nada logra. Pero si él manifiesta su afán y su deseo ardiente de eso, lo alcanza por el poder de Dios. Dios colabora con los que anhelan su ayuda. Pero si pierden su anhelo, el Espíritu de Dios también se restringe. El salvar al que no tiene voluntad es un acto de obligación, pero el salvar al que sí tiene voluntad es un acto de gracia.”
Así vemos que entendieron que la justicia resulta de la obra mutua, la del hombre y la de Dios. Hay poder sin límite de parte de Dios. La clave está en poder utilizar ese poder. El anhelo ferviente tiene que nacer del mismo cristiano. Comentó Orígenes sobre eso, que no somos zoquetes de madera que Dios mueve a su capricho. Somos humanos, capaces de anhelar a Dios y de responderle a él. Y al referirse a ese anhelo nuestro, Clemente no se refería a un anhelo sencillo. Mucho más, él dijo que tenemos que estar dispuestos a sufrir “persecuciones interiores”. El mortificar a nuestros deseos carnales no va a ser fácil, y si no estamos dispuestos a sufrir en el corazón, luchando contra nuestros pecados, Dios no va a brindarnos el poder de vencerlos (Romanos 8.13; 1 Corintios 9.27).
Antes de menospreciar la enseñanza de aquellos cristianos, tenemos que proponer otra buena explicación de lo asombroso su poder. No podemos negar el hecho de que tenían un poder extraordinario. Aun los romanos paganos tenían que admitir eso. Como Lactancio declaró: “Cuando la gente ve que hay hombres lacerados de varias clases de torturas, pero siempre siguen indomados aun cuando sus verdugos se fatigan, llegan a creer que el acuerdo entre tantas personas y la fe indómita de los moribundos, sí tiene significado. Se dan cuenta de que la perseverancia humana por sí sola no podría resistir tales torturas sin la ayuda de Dios. Aun los ladrones y hombres de cuerpo robusto no podrían resistir torturas como éstas. Pero entre nosotros, los jóvenes y las mujeres delicadas—por no decir nada de los hombres—vencen sus verdugos con silencio. Ni siquiera el fuego los hace gemir en lo más mínimo. Estas personas—los jóvenes y el sexo débil— aunque teniendo una posibilidad de escape, soportan como soldados en la batalla las mutilaciones del cuerpo y hasta el fuego. Fácilmente pudieran evitar estos castigos [al negar a Cristo] si así lo desearan. Pero lo soportan de buena voluntad porque confían en Dios.”
Resumen: Ariel Montenegro.
Resumen: Ariel Montenegro.
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