Luc
6:20
Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados
vosotros los pobres,
porque vuestro es el reino de Dios.
Luc
6:21
Bienaventurados los que ahora tenéis
hambre,
porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis,
porque reiréis.
Luc
6:22
Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan,
y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre
como malo, por causa del Hijo del Hombre.
Luc
6:23
Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón
es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los
profetas.
Luc
6:24
Mas ¡ay de vosotros, ricos!
porque ya tenéis vuestro consuelo.
Luc
6:25
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis
saciados!
porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís!
porque lamentaréis y lloraréis.
Luc
6:26
¡Ay de vosotros, cuando todos
los hombres hablen bien de vosotros!
porque así hacían sus padres con los falsos profetas.
NOTA: Al mirar este texto de las
Escrituras y al cotejarlo con otros pasajes paralelos y/o
relacionados debemos concluir que:
- La expresión “los pobres” se relaciona con los “pobres de espíritu” de (Mt 5.3). Los que “tienen hambre” se relaciona con los que “tienen hambre y sed de justicia” de (Mt 5.6), etc.
Jesús
habla aquí, de una actitud de corazón frente a Dios.
- Así mismo, debemos entender que la actitud de nuestro corazón debe manifestarse en nuestro estilo de vida y que la vida “sencilla y humilde” fue característica dominante en la vida del Maestro y de la vida de sus discípulos.
Jesús
destaca aquí la vida sencilla y sacrificada
.
(El
pasaje se refiere a ambos aspectos)
Este pasaje contrasta
la sencillez tanto de corazón como de estilo de vida, con un estilo
de vida basado en la felicidad y seguridad de la abundancia y
autoconfianza.
Ante estos versículos me surge una
pregunta:
¿Qué nos sucede cuando leemos este
pasaje? Este pasaje ¿nos confronta o nos alienta?
A la mayoría de nosotros, seguramente
nos confronta.
Sin embargo debemos comprender que para
el Cristianismo primitivo esta era una palabra de aliento más que de
confrontación.
¿Por qué la diferencia entre “ellos”
y “nosotros”?
Esto sucede porque las cosas han
cambiado de aquellos días a estos días. El cristianismo ha ido
sufriendo cambios. El cristianismo ha mudado la manera en que
entiende “la carrera cristiana”.
La vida cristiana totalmente
comprometida, entregada y fortalecida en una esperanza viva guardada
en los cielos, fue cambiada por un cristianismo religioso, aguado con
una esperanza débil y terrenal.
Hoy el cristianismo es ofrecido y es
aceptado como un estilo de vida que nos permite lograr aquí en la
tierra nuestros sueños, para luego, ser llevados al cielo, a la
eterna felicidad.
Hubo un cambio de paradigma en cuanto a
“que es ser un cristiano” y debemos decir que este cambio, no fue
un paso positivo sino negativo. Este cambio no llevo a la Iglesia al
centro de la voluntad de Dios sino que lo arrastró afuera de ella.
Este cambio ha sido
negativo, es una “involución en el cristianismo” y no un avance.
Hoy, ser cristiano es entendido por los
mismos “cristianos”, como un estado de privilegio, donde las
puertas del cielo se nos abren y el favor de Dios, está de nuestro
lado para que alcancemos la “felicidad”.
La vida de renuncia, que caracterizó a
la primera Iglesia ya no es característica de la Iglesia actual ¿Por
qué? ¿Qué pasó?
Arrancaremos de estas palabras dichas
por Jesús en (Lucas cap.6) para meditar acerca de este proceso
involutivo que sufrió el cristianismo.
Este pasaje de Lucas es muy importante.
Son las bienaventuranzas. Describe quienes son los que gozan el favor
de Dios, describe quienes son los “bienaventurados”.
Sin embargo, en nuestros días, este,
nos es un pasaje chocante, pues Jesús llama “Bienaventurados” a
aquellos que le siguen y tienen como característica, ser “pobres”,
“tener hambre”, “llorar”, “ser aborrecidos”.
Jesús enseña que los que están bajo
estas cualidades son “Bienaventurados” ¿Cómo puede ser? Nada
más contrario a lo que nosotros pensamos. Nunca ser pobre, estar
padeciendo hambre, estar tristes y ser aborrecidos puede ser visto
como una buena posición. Mucho menos pensar que eso es “gozar del
favor de Dios”.
Lo que a nosotros nos parece “bueno”
es la seguridad económica, la riqueza. “Bueno” es estar
saciados, cumplir lo que deseamos. “Bueno” es ser felices, reír
y “bueno” es que los demás hablen bien de nosotros.
Sin embargo Jesús proclama “ayes”
sobre estas cosas
¿Cómo puede ser?
Debemos comprender que el verdadero
cristianismo hace un fuerte contraste entre el presente del hombre y
el futuro venidero. En las Escrituras hay “un menosprecio por la
vida en este mundo” y un llamado a “hacer tesoros en los cielos”.
Por eso este pasaje habla del presente
–diciendo “ahora” reiteradamente- contrastándolo con el tiempo
por venir.
Siempre, el Evangelio nos invita a
tener en cuenta esto y nos llama a aceptar que “en el mundo
tendremos aflicción”, que en el presente, el camino que debemos
transitar es “angosto” (solo hay lugar para la voluntad de Dios),
pero que tenemos una ESPERANZA GLORIOSA para cuando “Cristo nuestra
vida se manifieste”.
El Evangelio nos llama a poner nuestros
ojos en la vida eterna, a poner nuestros ojos en padecer con Cristo
para “reinar con El”, en morir a nosotros para poder “ganar
nuestra vida”.
El mensaje de las
Escrituras nos llama a poner la mira en las cosas de arriba
y no en las de la
tierra.
Jesús está enfatizando esto – en
este pasaje de (Lc. 6)- y sus discípulos lo aceptaban y los
cristianos de los primeros siglos aceptaban también que “estas
eran las reglas del juego”.
Pero ¿Qué paso que hoy esto ya no es
tan así? ¿Qué paso que un pasaje como este, hoy nos choca tanto y
se nos hace tan difícil de aceptar?
En la actualidad es muy común ver a
los hombres afanados por el futuro y velando por “el mañana aquí
en la tierra, por sus metas aquí en la tierra” (muchísimas veces
descuidando la prioridad de nuestra “búsqueda del Reino de Dios”).
Somos entrenados desde pequeños a
pensar en nuestro futuro.
La tendencia natural es a prever y
proveer para el futuro. Ej.: “estudiar para cuando sea grande,
ahorrar para cuando me case, velar para cuando tenga hijos, proveer
para cuando sea anciano o esté enfermo, etc.”. “Hacer esto
cueste lo que cueste, dando lo mejor de mí”.
Las Escrituras no nos
guían a esto.
Si hay un énfasis en las Escrituras,
es el llamado a velar para cuando Jesús vuelva. El quiere que “nos
preocupemos por el futuro”, sí, que “nos preocupemos por nuestra
eternidad y por la de los demás”.
La Biblia nos insta a cuidarnos para
que cuando venga Jesús, nos halle velando, nos halle viviendo como
es digno de El.
Este es el énfasis de la Biblia y es
más que coherente, pues ¿Qué es lo temporal frente a lo eterno?
Jesús dijo:
Mar
8:34
Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame.
Mar
8:35
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que
pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.
Mar
8:36
Porque
¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su
alma?
Mar
8:37
¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
Hermanos, hoy al igual que en aquel
entonces, Jesús sigue pidiéndonos lo mismo para ser sus discípulos,
para ser salvos. Las condiciones no han cambiado.
Sin embargo comparando el cristianismo
actual con el de los primeros siglos parecería que algo ha cambiado.
La realidad es que mucho ha cambiado.
¿Por qué sucedió esto? ¿Qué pasó?
En los tiempos bíblicos, seguir a
Jesús era “mucho más difícil” que ahora ¿Por qué?
Básicamente por dos cosas:
- Porque la respuesta al llamado del discipulado era mucho más radical que ahora.
- Ej.:
- Los discípulos lo dejaron todo.
- La Iglesia primitiva lo dejo todo.
- Pablo lo dejo todo.
- También, porque las consecuencias de seguir a Cristo eran mucho más severas.
- Ej.:
- Pedro y Juan a la cárcel.
- Esteban apedreado.
- Iglesia perseguida y esparcida.
- Pablo despreciado por su pueblo.
- Juan enviado a Patmos.
Si tomamos un libro de “historia del
Cristianismo” veremos que con los discípulos de los primeros
siglos, sucede lo mismo que con los discípulos del N.T.
Un libro de Historia del Cristianismo
nos narrará acerca de hombres que se entregaron completamente a
Cristo. Veremos una Iglesia pobre, sufriente, entregada por completo.
Una Iglesia defendiendo y refrendando con su vida el testimonio
de Cristo. Una Iglesia que representa a su Maestro, “el Varón de
Dolores”.
- Ej.:
- Ignacio de Antioquia.
- Policarpo.
- Muchos mártires.
A la Iglesia de los primeros siglos, el
pasaje que leímos al principio -(Lc 6.20-26)- no los confrontaba,
sino que los alentaba. Ellos estaban padeciendo por Cristo y los
consolaba ver a Jesús llamándolos “Bienaventurados”. “Esto
era bálsamo para sus vidas”.
La verdad es que a la Iglesia de los
primeros siglos hablarle de “felicidad”, “abundancia”,
“prosperidad”, “comodidad”, etc., los dejaría confundidos y
les parecería ridículo.
En los primeros siglos
la Iglesia estaba formada por gente que apegaba su testimonio al de
Jesús y al de sus sufrientes líderes y mártires.
“La vida de la Iglesia sucedía
entre una teología sencilla y una gran entrega. La vida transcurría
entre sufrimientos a causa de Cristo y una esperanza viva de vida
eterna”.
En esos primeros siglos, ser cristiano
no traía consigo ningún tipo de privilegio de este mundo, ningún
beneficio para este mundo. Ser cristiano no era “la posibilidad
para vivir mejor y ser feliz”. Todo lo contrario, los cristianos
eran menospreciados y perseguidos por su mensaje y por sus prácticas.
La verdad, es que para ellos, los
textos bíblicos se hacían más reales que lo que hoy se nos hacen
a nosotros. Por ejemplo pasajes como:
- 2Ti_3:12 Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución;
- Flp 1:29 Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él,
- 2Ti_2:12 Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará.
- Hch_14:22 confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.
- Etc.
El hecho de seguir a Cristo, era el
resultado de compungir el corazón al entender que Cristo nos vino a
dar una posibilidad para volvernos al Padre y poder ser libres del
pecado y tener así “Vida Eterna”.
Seguir a Cristo era un cambio de vida
total, un profundo arrepentimiento, donde ahora lo único que
importaba era la Gloria de Dios.
Lo que sostenía a los discípulos
primitivos era su Esperanza de estar eternamente con su Señor.
“No había entre ellos tanto un
corazón de erudito o un corazón de maestro, tanto como un corazón
de alumno y siervo”.
“Las complicaciones
teológicas, la prosperidad y la riqueza” no eran temas cotidianos
de estudio bíblico. Su deseo era ser como su Maestro
y a lo sumo como sus
hermanos mayores.
El común de los cristianos, vivían
como “verdaderos peregrinos” en este mundo, lejos de la sabiduría
pagana, de las riquezas y rechazando los placeres y costumbres del
mundo.
Es interesante que al revés que en el
día de hoy, donde se busca la manera de prosperar dentro del Reino
de Dios, la Iglesia de la era temprana, se preocupaba de “cómo un
rico podía ser salvo”. Tenían muy en cuenta las enseñanzas de
Jesús y de los apóstoles en cuanto “a los ricos y al amor a las
riquezas”. Por ejemplo:
Mar_4:19
pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las
codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace
infructuosa.
Mar_10:23
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán
difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!
Luc_16:13
Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al
uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No
podéis servir a Dios y a las riquezas.
1Ti
6:10 porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual
codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de
muchos dolores.
1Ti
6:17 A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan
la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el
Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las
disfrutemos.
1Ti
6:18 Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos,
generosos;
1Ti
6:19 atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que
echen mano de la vida eterna.
* Vamos a mirar algunas referencias al
libro de Justo González (JG) “Historia del Cristianismo” para
que podamos observar como vivían los cristianos de los primeros
siglos.
JG (pag.150)
En
el Nuevo Testamento, y en la iglesia de los primeros siglos, aparece
frecuentemente el tema de que el evangelio es primeramente para los
pobres, y que los ricos tienen mayores dificultades en entenderlo o
seguirlo. De hecho, la cuestión de cómo una persona rica podía ser
salva preocupó a los cristianos de los primeros siglos.
La mayoría de los cristianos eran de
clases bajas. La erudición, las altas filosofías, la riqueza, el
bienestar y la prosperidad no eran temas centrales ni en la fe, ni en
el estilo de vida de los primeros cristianos.
JG ( pag. 111)
...
hemos citado las palabras del pagano Celso acusando a los cristianos
de ser gentes ignorantes cuya propaganda tenía lugar, no en las
escuelas ni en los foros, sino en las cocinas, os talleres y las
talabarterías. Aunque la obra de cristianos tales como Justino,
Clemente y Orígenes parece darles un mentís a las palabras de
Celso, el hecho es que, en términos generales, Celso decía verdad.
Los sabios entre los cristianos eran la excepción más bien que la
regla. Y en su obra Contra Celso, Orígenes se cuida de no desmentir
a su contrincante en este punto. Desde el punto de vista de paganos
cultos tales como Tácito, Cornelio Frontón y Marco Aurelio, los
cristianos eran una gentuza despreciable, sin educación ni cultura.
En esto no se equivocaban los paganos, pues todo parece indicar que
la mayoría de los cristianos de los primeros siglos pertenecía a
las clases más bajas de la sociedad.
Según
el testimonio de los Evangelios, Jesús pasó la mayor parte de su
ministerio entre pescadores, prostitutas e inválidos. El apóstol
Pablo, que parece haber pertenecido a una clase social algo más
elevada, dice sin embargo que la mayoría de los cristianos en
Corinto eran gentes ignorantes, carentes de poder, y de linaje
oscuro. Lo mismo es cierto a través de los tres primeros siglos de
la vida de la iglesia. Aunque sabemos de algunos
cristianos
de alta clase social, tales como Domitila y Flavio Clemente en Roma,
y Perpetua en Cartago, por cada uno de estos personajes parece haber
habido centenares de cristianos de baja posición social. En su
mayoría, los cristianos eran esclavos, carpinteros, albañiles o
herreros.
JG ( pag. 118)
En
conclusión, la iglesia cristiana antigua estaba formada en su
mayoría por gentes humildes para quienes el hecho de haber sido
adoptadas como herederas del Rey de Reyes era motivo de gran
regocijo. Esto puede verse en su culto, en su arte y en muchas otras
manifestaciones. La vida cotidiana de tales cristianos se desenvolvía
en la penumbra rutinaria en que viven los pobres de todas las
sociedades. Pero aquellos cristianos vivían en la esperanza de una
nueva luz que vendría suplantar la luz injusta e idólatra de la
sociedad en que vivían.
Así vivían los
primeros cristianos. “Sin esperanzas, ni expectativas en este
mundo”. Aguardando la Venida de su Señor.
Entregados a la fe que
habían abrazados. Gozosos de ser “escogidos de Dios”.
¿Qué Pasó? ¿Qué sucedió que en
nuestros días hay una valoración tan distinta de la vida cristiana
y de las expectativas en este mundo?
“El cristianismo
actual quiere ir al cielo
pero no sin dejar de
disfrutar aquí en la tierra”.
¿Por qué este cambio de paradigma?
Justo González nos dice en su libro –
pag 154-, “Pero
ahora, a partir de Constantino, la riqueza y el boato empiezan a ser
tomados por señal del favor divino”.
Vemos aquí detalles muy importantes:
- Se marca un momento de quiebre en la historia: “la llegada de Constantino a la vida de la Iglesia”.
- Un cambio de paradigma: La vida sufrida y sencilla que Jesús predicó ya no es lo que habla de una vida que transita bajo el favor de Dios. Ahora “la riqueza y el boato son señales de favor divino”.
La Iglesia comenzaba a vivir una nueva
realidad, una nueva dimensión. El paradigma de “que es”, “como
es” y “como debe vivir un cristiano” estaba cambiando y este
cambio perduraría hasta nuestros días.
Mucho tiene que ver, en toda esta
“evolución”, la “Conversión” de Constantino. Su
acercamiento al cristianismo terminó de cerrar la etapa de
persecución que hubo sobre la Iglesia bajo los anteriores
emperadores.
Además la Iglesia, gracias a el,
comenzó a recibir el apoyo y el favor del Estado y dejo de ser una
Iglesia pobre y perseguida.
La Iglesia hizo un fuerte viraje:
- El liderazgo de la comunidad cristiana de pronto se encontró rodeada de favor, riquezas y poder.
- Además se añadieron al pueblo de Dios muchos “ricos”, ya que ser cristiano “ahora era fácil y era favorable” (exención de impuesto, favor del estado, etc.).
Todo esto produjo cambios en lo
visible, en lo cotidiano de la “vida cristiana”. Pero lo más
importante y lo más grave es que también produjo cambios en lo
profundo, en el corazón, en la esencia de lo que significaba ser un
discípulo de Jesús.
La doctrina, la
liturgia y el estilo de vida cristiano comenzaron a alejarse de las
enseñanzas de Jesús y los apóstoles.
Preguntamos entonces: ¿Fue buena, la
“simpatía” de Constantino con el cristianismo? ¿Fue favorable?
¿O fue el comienzo en el viraje de en la cosmovisión de lo que es
ser un verdadero cristiano (lo cual nos ha afectado hasta el día de
hoy)?
Miremos algunos párrafos del libro
“Historia del Cristianismo” (JG).
J.G (pag. 124)
Por
fin, tras una serie de pasos que corresponden a otro capítulo de
esta historia, Constantino quedó como el único emperador, y la
iglesia gozó de paz en todo el Imperio.
Hasta
qué punto esto ha de considerarse como un triunfo, y hasta qué
punto fue el comienzo de nuevas dificultades para la iglesia, será
el tema principal de nuestra próxima sección. Por lo pronto,
señalemos sencillamente el reto enorme a que tenían que enfrentarse
ahora aquellos cristianos, que hasta unos pocos meses antes estaban
preparándose para el martirio, y que ahora recibían del emperador
muestras de una simpatía y un apoyo siempre crecientes. ¿Qué
sucedería cuando aquellas gentes, que servían a un carpintero, y
cuyos grandes héroes eran pescadores, esclavos y criminales que
habían sido condenados por el estado, se vieran rodeados del boato y
el prestigio del poder imperial? ¿Permanecerían firmes en su fe? ¿O
resultaría quizá que quienes no se habían dejado amedrentar por
las fieras y las torturas sucumbirían ante las tentaciones de la
vida muelle y del prestigio social? Estas fueron las preguntas a que
tuvieron que enfrentarse los cristianos de las generaciones que
siguieron a Constantino.
La historia demuestra con creces, que
la Iglesia sucumbió ante la tentación de un “Evangelio más
fácil”. El quiebre y el desvío fundamental que sufrió la Iglesia
en ese momento de la historia, nunca más se logró corregir.
Desde ese momento la Iglesia ya no fue
la misma y los desvíos teológicos, litúrgicos y doctrinales se
fueron profundizando prácticamente sin control.
Estos desvíos no se los debemos
atribuir a Constantino sino a la Iglesia que abandonó la obediencia
a las Escrituras.
JG (pag. 151/152)
Las
nuevas condiciones de la iglesia tras la paz de Constantino no fueron
igualmente recibidas por todos los cristianos.
Frente
a quienes, como Eusebio de Cesarea, veían en tales circunstancias el
cumplimiento de los designios de Dios, había otros que se dolían
del triste estado a que parecía haber descendido la vida cristiana.
La puerta estrecha de que Jesús había hablado se había vuelto tan
ancha que las multitudes se apresuraban a pasar por ella —muchos en
busca de posiciones y privilegios, sin tener una idea del significado
del bautismo o de la fe cristiana—. Los obispos competían en pos
de las posiciones de más prestigio. Los ricos y los poderosos
parecían dominar la vida de la iglesia. La cizaña crecía junto al
trigo y amenazaba ahogarlo.
Durante
casi trescientos años, la iglesia había vivido bajo la amenaza
constante de las persecuciones. Todo cristiano sabía que
posiblemente algún día lo llevarían ante los tribunales, y tendría
que afrontar la terrible alternativa entre la apostasía y la muerte.
Durante los largos períodos de paz que existieron a veces en los
siglos segundo y tercero, hubo quienes olvidaron esto, y cuando la
persecución se reanudó no pudieron resistirla. Esto a su vez
convenció a otros de que la seguridad y la vida muelle eran el
principal peligro que los amenazaba, y que éste se hacía mucho más
real durante los períodos de relativa calma. Ahora, cuando la paz de
la iglesia parecía asegurada, muchas de estas personas
veían
en esa paz una nueva artimaña del Maligno.
¿Cómo,
entonces, se puede ser cristiano en medio de tales circunstancias?
Cuando la iglesia se une a los poderes del mundo, cuando el lujo y la
ostentación se adueñan de los altares cristianos, cuando la
sociedad toda parece decir que el camino angosto se ha vuelto amplia
avenida, ¿cómo resistir a las enormes tentaciones del momento ?
¿Cómo dar testimonio del Crucificado, del que no tenía siquiera
donde posar la cabeza, cuando los jefes de la iglesia tienen lujosas
mansiones, y cuando el testimonio sangriento del martirio no es ya
posible? ¿Cómo vencer al Maligno, que a todas horas nos tienta con
los nuevos honores que la sociedad nos ofrece?
Esas preguntas que enfrentaban los
cristianos del siglo IV las enfrentamos nosotros hoy, en medio de una
cristiandad totalmente diluida.
Hoy más que nunca, podemos decir que:
- La puerta ya no es estrecha, sino ancha.
- Muchos se acercan en búsqueda de beneficios sin comprender la verdadera esencia de la fe.
- Que los líderes religiosos compiten por posiciones y privilegios dentro de la Iglesia.
- Que la cizaña crece junto al trigo y amenaza con ahogarlo.
Debemos preguntarnos ¿Cómo escapar de
“religiosidad”? ¿Cómo hacer para vivir como verdaderos
cristianos en este tiempo?
Hubo diferentes posturas que tomaron
los cristianos del siglo IV ante la situación que vivían.
Hoy nos toca a nosotros tomar postura
frente al estado en que se encuentra el cristianismo.
¿Qué postura tomaremos ante un
Evangelio diluido? ¿Lo aceptaremos? ¿Nos acomodaremos? ¿Romperemos
lanzas con la Iglesia “oficial” y con la teología “oficial”?
¿Lucharemos desde adentro? ¿Qué haremos?
Veamos las distintas reacciones, entre
los cristianos, frente a la conversión de Constantino.
JG (pag. 140/141)
El
impacto de la conversión de Constantino sobre la vida de la iglesia
fue tan grande que se hará sentir a través de todo el resto de
nuestra narración, hasta nuestros días. Luego, lo que aquí nos
interesa no es tanto mostrar las consecuencias últimas de ese
acontecimiento, como sus consecuencias inmediatas, durante el siglo
cuarto.
Naturalmente,
la consecuencia más inmediata y notable de la conversión de
Constantino fue el cese de las persecuciones.
Hasta
ese momento, aun en tiempos de relativa paz, los cristianos habían
vivido bajo el temor constante de una nueva persecución. Tras la
conversión de Constantino, ese temor se disipó. Los pocos
gobernantes paganos que hubo después de él no persiguieron a los
cristianos, sino que trataron de restaurar el paganismo por otros
medios.
Todo
esto produjo en primer término el desarrollo de lo que podríamos
llamar una “teología oficial”. Deslumbrados por el favor que
Constantino derramaba sobre ellos, no faltaron cristianos que se
dedicaron a mostrar cómo Constantino era el elegido de Dios, y cómo
su obra era la culminación de la historia toda de la iglesia. Un
caso típico de esta actitud fue Eusebio de Cesarea, el historiador
que no debe confundirse con Eusebio de Nicomedia, y a quien
dedicaremos nuestro próximo capítulo.
Otros
siguieron un camino radicalmente opuesto. Para ellos el hecho de que
el emperador se declarase cristiano, y que ahora resultara más fácil
ser cristiano, no era una bendición, sino una gran apostasía
Algunas personas que participaban de esta actitud, pero que no
querían dejar la comunión de la iglesia, se retiraron al desierto,
donde se dedicaron a la vida ascética. Puesto que el martirio no era
ya posible, estas personas pensaban que el verdadero atleta de
Jesucristo debía continuar ejercitándose, si no ya para el
martirio, al menos para la vida monástica. Luego, el siglo cuarto
vio un gran éxodo hacia los desiertos de Egipto y Siria. De este
movimiento monástico nos ocuparemos en el tercer capítulo.
Algunos
de quienes no veían con agrado el nuevo acercamiento entre la
iglesia y el estado sencillamente rompieron la comunión con los
demás cristianos. Estos son los cismáticos de que trataremos en el
capítulo cuatro.
Entre
quienes permanecieron en la iglesia, y no se retiraron al desierto ni
al cisma, pronto se produjo un gran despertar intelectual. Como en
toda época de actividad intelectual, no faltaron quienes propusieron
teorías y doctrinas que el resto de la iglesia se vio obligado a
rechazar. La principal de estas doctrinas fue el arrianismo, que dio
lugar a enconadas controversias acerca de la doctrina de la Trinidad.
En el capítulo quinto discutiremos esas controversias hasta el año
361, fecha en que Juliano fue proclamado emperador.
El
reinado de Juliano fue el punto culminante de otra actitud frente a
la conversión de Constantino: la reacción pagana.
Por
lo tanto, el capítulo sexto tratará acerca de ese reinado y esa
reacción.
Empero
la mayor parte de los cristianos no reaccionó ante la nueva
situación con una aceptación total, ni con un rechazo absoluto.
Para la mayoría de los dirigentes de la iglesia, las nuevas
circunstancias presentaban oportunidades inesperadas, pero también
peligros enormes. Por tanto, al mismo tiempo que afirmaban su
lealtad al emperador, como siempre lo había hecho la mayoría de los
cristianos, insistían en que su lealtad última le correspondía
sólo a Dios. Tal fue la actitud de los “gigantes” de la iglesia
tales como Atanasio, los capadocios, Ambrosio, Jerónimo, Agustín y
otros —a quienes dedicaremos la mayor parte de esta Sección
Segunda de nuestra historia—. Puesto que tanto las oportunidades
como los peligros eran grandes, estas personas se enfrentaron a una
tarea difícil. Naturalmente, no podemos decir que sus actitudes y
soluciones fueron siempre acertadas. Pero dada la magnitud de la
tarea a que se enfrentaron, y dado también el impacto que su obra ha
tenido en la vida de la iglesia a través de los siglos, existe
sobrada razón para llamar al siglo IV —y principios del V— “la
era de los gigantes”.
Observando la historia llegamos a la
conclusión de que no todos se paparon de la misma manera frente a la
nueva situación de la Iglesia. Básicamente hubo:
- Quienes vieron en Constantino “un elegido de Dios” para bendecir a su Pueblo.
- Quienes no estaban de acuerdo con la situación pero que no quisieron romper la comunión con la Iglesia y que se retiraron para vivir una vida ascética.
- Quienes por diferentes motivos rompieron la relación con la Iglesia. Los cismáticos.
- Quienes se quedaron dentro de la Iglesia y:
- entre los cuales hubo un despertar intelectual.
- que no reaccionaron con una aceptación total, ni con un rechazo absoluto.
Nos toca frente a la realidad
actual buscar la guía de Dios y tomar postura ¿Cuál será?
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