miércoles, 19 de junio de 2013

Resumen; HUMILDAD HERMOSURA DE LA SANTIDAD 2/2 - A. Murray


HERMANOS, ESTE ES EL CAMINO DE LA VIDA MÁS ELEVADA. DEBEMOS PROCURAR IR CADA DÍA MÁS ABAJO, TOMANDO UNA POSTURA DE SIERVOS, CONCIENTE Y ESFORZADAMENTE.
No busquemos la exaltación, esta es obra de Dios. Busquemos la humillación, esto nos corresponde a nosotros. Humillarse es tomar una postura de siervos delante de Dios y de los hombres.
DEBEMOS SER COMO EL AGUA QUE SIEMPRE BUSCA DESCENDER Y BUSCA LOS LUGARES MÁS BAJOS PARA ALLI ASENTARSE MANSAMENTE.
Cuando Dios encuentra corazones así, los exalta y los usa. “El que se humilla será exaltado”.
A veces pensamos y hablamos refiriéndonos a la humildad como si esta nos robara todo lo que es noble, osado y digno en el hombre. No logramos entender que ser humildes es lo más noble, lo más osado y lo más digno que puede hacer el hombre.
Representar a Jesús, brillar con su luz, servir a los hombres en nombre de Dios, es lo que más cerca nos coloca de su divina presencia.
NUESTRA MAYOR NECESIDAD ES LA HUMILDAD. DEBEMOS CREER CON TODO NUESTRO CORAZÓN QUE JESÚS NOS LA MUESTRA, NOS LA ENSEÑA Y NOS LA IMPARTE.
LA HUMILDAD EN LOS DISCIPULOS DE JESÚS
Estuvimos mirando la humildad en la persona y en las enseñanzas de Jesús. Ahora estudiaremos acerca de la humildad en aquellos que rodearon a Jesús, sus discípulos.
Al mirar a los discípulos a través de los Evangelios vemos que ellos carecían de la humildad de su Maestro. Vemos también que en ellos operó un cambio radical con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
El testimonio de Cristo y la obra del Espíritu Santo, no solo una de estas cosas sino ambas, forjó en ellos un carácter humilde que los llevó a colocarse en la posición de siervos. Lo mismo debe suceder en nosotros.
Los Evangelio desnudan la falta de humildad de los discípulos y se contrasta esta falta de humildad con la de Jesús.
Ellos discutían para ver quién sería el mayor, quien se sentaría al lado de Jesús en el Reino, etc. Mientras tanto, mientras ellos discutían Dios caminaba entre los hombres y se ceñía la toalla para lavarles los pies.
No que no hubiera momentos de humildad en estos hombres, pues los había. En una ocasión Pedro dijo a Jesús: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. En otro momento ellos cayeron de rodillas cuando el Señor calmó la tempestad. Eran expresiones ocasionales de humildad.
Muchas veces nosotros somos así. Tenemos ocasionales actitudes de humildad y pensamos que eso es ser humildes.
SER HUMILDES NO ES TENER ESPORADICOS ACTOS DE HUMILDAD SINO QUE SER HUMILDES ES VIVIR DESPOJADOS DEL ORGULLO, EN UN ESTADO DE CONTINUO RECONOCIMIENTO Y SERVICIO A DIOS Y A SU CAUSA.
Al mirar a los discípulos actuar de esta manera aprendemos que puede haber mucha religiosidad activa y sincera, cuando todavía la humildad está ausente. Los discípulos habían dejado todo por seguir a Jesús, creían en El, le amaban, le obedecían. Cuando otros se volvieron atrás ellos continuaron junto a su Maestro. Sin embargo en el fondo de su corazón, inconscientes de ello, el orgullo estaba arraigado. La gracia de la humildad no era la distinción de ellos como si lo era en su Maestro.
Durante tres años los discípulos habían estado en la escuela de entrenamiento de Jesús. El les había llamado a aprender de El la mansedumbre y la humildad. Les había dicho que El estaba no para ser servido, sino para servir. Les lavo los pies y los llamó a que esa actitud la reprodujeran. Les enseño que la humildad era el único camino a la gloria de Dios.
Aparentemente todas estas enseñanzas y todo ese testimonio no habían servido de mucho. Aún en la santa cena hubo disputas de quien sería el mayor.
Las lecciones externas, aún cuando estas vengan de Jesús, no son suficientes para que la humildad sea aprendida. No basta ningún argumento, ninguna descripción de la hermosura de la humildad, no basta ningún esfuerzo personal para poder desterrar al orgullo de nuestro corazón.
Nada puede bastar para esto excepto que la nueva naturaleza en su divina humildad sea revelada e impartida por el Espíritu Santo. Necesitamos que una nueva naturaleza surja, necesitamos un corazón nuevo para poder ser humildes y esto es obra del Espíritu Santo.
TENEMOS NUESTRO ORGULLO “HEREDADO DE OTRO”, DE ADÁN. NECESITAMOS “RECIBIR” NUESTRA HUMILDAD DE OTRO TAMBIÉN, DE CRISTO.
Así como antes era natural el orgullo, ahora debe ser lo natural la humildad. Esto nos es difícil a causa de nuestra carnalidad, pero lejos de resignarnos debemos proclamar la verdad y debemos saber que tenemos una nueva naturaleza y debemos saber que somos llamados a andar en el Espíritu y no en la carne.
Nuestros fracasos en cuanto a esto nos deben llevar a reconocer nuestra necesidad del poder del Espíritu y nos debe llevar a desear su presencia, su ministración y su auxilio constante.
Debemos convencernos del lugar único que ocupa la humildad en la vida de un cristiano. Ese convencimiento nos llevara a buscar de todo corazón que ella sea una realidad en nosotros. Al buscarla pronto descubriremos que el camino para hallarla es exponernos en oración y mirar el testimonio de Jesús dando lugar al Espíritu Santo para que seamos transformados de gloria en gloria y así la humildad de Jesús se refleje en nuestro diario andar.
Debemos reconocer que la humildad era la virtud principal de Cristo y la que El nos demando que aprendiéramos. No procuremos otros dones antes que este. Que ninguna otra gracia nos satisfaga aparte de la humildad.

LA HUMILDAD EN LA VIDA DIARIA

(1 Jn 4.20) Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?

Que pensamiento tan solemne. Nuestro amor a Dios será medido por nuestro amor a los hombres. Nuestro amor a Dios será considerado ilusorio, a menos que se demuestre que el mismo se manifiesta hacia nuestros semejantes.
Este mismo pensamiento vale para la humildad. Es fácil pensar que somos humildes cuando nos imaginamos delante del Dios del Cielo. Pero es la humildad que manifestamos delante de los hombres la verdadera prueba de que nuestra humildad hacia Dios es real.
La humildad ha de ser no una postura que tomamos de vez en cuando, cuando pensamos en Dios o cuando oramos, sino ha de ser el verdadero espíritu con que nos relacionamos con los hombres.
LA VERDADERA HUMILDAD ES LA QUE OSTENTAMOS DELANTE DE LOS HOMBRES Y MOSTRAMOS EN NUESTRA CONDUCTA COTIDIANA.
Las cosas insignificantes de la vida son las importantes en la prueba de la eternidad, porque manifiestan que es lo que realmente hay en nosotros.
En los momentos que menos pensamos, ahí mostramos lo que realmente somos. Para conocer si un hombre es humilde lo tenemos que seguir en el curso de su día y mirar cómo reacciona en los lugares y ante las personas con las que se relaciona.
LA HUMILDAD DELANTE DE DIOS NO VALE NADA SI NO SE MUESTRA EN LA HUMILDAD DELANTE DE LOS HOMBRES.
Jesús fue nuestro testimonio de completa humildad en todo tiempo.
El apóstol Pablo también nos llama a la humildad delante de los hombres. Nos dice que “nos prefiramos unos a otros en honor”, “Que estimemos a los demás como superiores a nosotros”, “a ser siervos los unos de los otros por amor”, “que con humildad nos soportemos unos a otros”, etc.
Es en nuestra relación con los demás que la verdadera humildad de mente y corazón se hecha de ver.
La humildad en lo secreto, la humildad ante Dios, nos prepara para expresar humildad ante los hombres.
DAR HONOR A LOS DEMÁS, SERVIR A LOS DEMÁS, CONSIDERAR SUPERIOR A LOS DEMÁS, SON REGLAS DE UN HOMBRE HUMILDE, SON EXPRESIONES VISIBLES DE QUE CRISTO ESTÁ EN NOSOTROS.
Se nos puede venir a la mente una pregunta: ¿Cómo considerar superior a los demás cuando no lo son? Cuándo mi sabiduría, gracia recibida y dones naturales son mayor que el de otros ¿Cómo hacer para considerarlos como superiores a mí?
Estas preguntas no tienen respuesta porque no deberían ser formuladas. Estas preguntas revelan cuan poco conocemos de la verdadera humildad.
Hasta que no entiendo que no soy nada no puedo pretender ser humilde.
Debemos renunciar a todo pensamiento de nosotros mismos en la presencia de Dios. “Debemos perdernos para encontrarlo”.
¿Cómo puede ser que nos entreguemos gozosamente a Cristo y encontremos tan difícil el entregarnos a los hermanos? Esto es una incoherencia.
DEBEMOS CONSIDERARNOS NADA DELANTE DE LOS DEMÁS Y QUE NO BUSCAMOS NADA PARA NOSOTROS MISMOS.
CONSIDEREMOSNÓS SIERVOS DE DIOS, Y POR AMOR A EL, SIERVOS DE TODOS.
El espíritu de aquel que lavó los pies de sus discípulos siendo el Señor y el Maestro, debe hacernos considerar cual ha de ser nuestra postura ante los demás.
En esta actitud reside nuestra más alta “experiencia espiritual”. Algunos buscan experiencias espirituales y van tras manifestaciones sobre naturales o buscan vivir experiencias fuertes de osadía, desprecio por el mundo, celo, denuedo y poder.
Todo esto es bueno pero no nos damos cuenta que la virtud más delicada, profunda y celestial que Jesús enseño y pretende de nosotros es la humildad.
La pobreza de espíritu, la mansedumbre, la humildad no son frutos apreciados por el mundo. Pero triste es que no sean frutos apreciados por la Iglesia del Señor.
Nuestra semejanza a Cristo no ha de mostrarse por el poder que actúa en nosotros, ni por el celo que tenemos por los perdidos. Antes, ha de mostrarse por nuestro carácter manso y humilde de corazón.
Cuando me comparo con el retrato del hombre humilde, cuando me comparo con Jesús ¿Qué veo? ¿Qué vemos en nuestros hermanos más cercanos?
No nos contentemos con nada menos que procurar ser como Jesús. Miremos los textos bíblicos que nos hablan acerca de la humildad y veámoslos como promesas de lo que Dios nos quiere dar si disponemos nuestro corazón.
Cuando no somos nada, entonces Dios lo puede ser todo y ahí se manifestará la luz y el poder divino.
DEMOS LUGAR A DIOS Y PROCUREMOS MEDIANTE SU PODER SERVIR A LOS DEMÁS EN AMOR.

LA HUMILDAD Y LA SANTIDAD

Debemos buscar y procurar la santidad pues sin ella “nadie verá al Señor”.
La prueba de que la santidad que profesamos buscar o alcanzar es verdadera, es si manifiesta humildad.
Podríamos decir también que es necesaria humildad para que la santidad de Dios repose en nosotros, frágiles criaturas.
LA PRUEBA INFALIBLE DE NUESTRA SANTIDAD SERÁ QUE MOSTREMOS HUMILDAD DELNTE DE DIOS Y DE LOS HOMBRES.
La humildad es la flor y la belleza de la santidad. La principal característica de un “falsa santidad” es la falta de humildad.
El que está procurando santidad debe tener cuidado de no “perfeccionar en la carne lo que había comenzado en el espíritu”, y de modo inconsciente, se introduzca orgullo cuando menos lo espera.
El ejemplo del publicano y el fariseo que Jesús nos cuenta ilustra esta situación. El fariseo puede estar con la cabeza erguida en la presencia de Dios y en el culto que realiza, hay un enaltecimiento personal. En cambio, el publicano confiesa su profunda pecaminosidad, su indignidad y su necesidad de Dios.
Muchas veces queremos ser como el publicano, queremos ser humildes, pero terminamos siendo como el fariseo, terminamos siendo orgullosos. Esto sucede cuando pensamos que somos más santos que los demás y en esa postura nos conducimos en la casa de Dios.
Debemos tener cuidado porque el orgullo se puede disfrazar con el “habito de la adoración y la penitencia”. Podemos decir que estamos adorando a Dios; podemos decir que estamos sirviendo a Dios, que estamos defendiendo su causa pero sin darnos cuenta, en medio de estas acciones, nuestro orgullo está creciendo.
El fariseo mientras daba gracias a Dios se felicitaba así mismo”. Muchas veces nuestro corazón engañoso puede actuar así.
Aunque la frase del fariseo:”no soy como los demás hombres”, nos parece una frase que nunca estará en nuestra boca, debemos tener cuidado porque puede estar en nuestro corazón.
Debemos tener cuidado al pensar y al hablar de otros.
En Isaías hay una expresión que es una caricatura de la falsa santidad y dice:”Estate en tu lugar; no te acerques, porque yo soy más santo que tú” (Is 65.5).
Cuidado con pensar así. Jesús, el más santo, se acercó a los pecadores y con ellos compartió. También compartió con los religiosos, los que vivían bajo un “falso paradigma de santidad”. No por eso Jesús perdió santidad sino que por el contrario manifestó con ello su humildad.
NOTA: Donde se encuentre y con quien se encuentre, Jesús estaba en los lugares para decir la verdad. El estaba en todas las situaciones conciente del propósito de anunciar el Reino de Dios. Lo mismo debemos hacer nosotros, sino nuestra presencia será vana en cualquier lugar.
Nuestra santidad debe tener la mansedumbre y humildad de los santos”. Si Jesús era el más santo y sus características a aprender como “sus santos” es la mansedumbre y humildad, entonces debemos procurar que nuestra santidad exprese estas características.
En muchos de nosotros hay períodos o momentos de humildad y quebrantamiento pero esto es distinto a ser revestidos de un espíritu de humildad.
Esto se ve en la actitud hacia los demás, pues el que está revestido del espíritu de humildad, se considera siervo de todos.
La verdad es que nuestro yo es muy exigente y ama los primeros lugares. Nuestro orgullo se siente herido cuando nuestros derechos no son reconocidos. Muchas disputas surgen de aquí.
En vez de buscar el último lugar en la sala más pequeña, buscamos el primer lugar en la sala más grande” ¡Que poco entendemos de humildad!
EL MÁS SANTO SERÁ TAMBIÉN SIEMPRE EL MÁS HUMILDE. 
 
Cuando como criaturas nos volvemos nada ante Dios, nos mostraremos humildes ante las otras criaturas.
Con esta actitud de humildad debemos relacionarnos con los demás. “De una vida de humildad y servicio cualquiera que verdaderamente ame a Dios, estará dispuesto a aceptar aún la mayor reprensión que puede haber”.
Debemos tener cuidado con el orgullo de la santidad. No es que vamos a ir a decirle a alguien:”Estate en tu lugar, yo soy más santo que tú”. Pero puede ir creciendo inconscientemente, un hábito del alma que encuentra complacencia en sus logros, que no puede evitar ver que está adelantado con respecto a otros.
Debemos cuidar los pensamientos, las palabras y aún el tono con que nos expresamos. En muchos se discierne “el poder del yo” más que la “humildad de un santo” cuando se expresan. Aún los mundanos lo notan.

Que en cada paso que demos hacia la santidad, también demos un paso hacia la humildad. No sea que nos deleitemos en ideas y actos hermosos mientras que el yo todavía no esté muerto.
LA HUMILDAD EXPRESARÁ DE LA MEJOR MNERA LA SANTIDAD.
LA HUMILDAD Y EL PECADO
La humildad es a menudo identificada con el pecado y la contrición. Pensamos que manteniendo nuestra mente enfocada en nuestra pecaminosidad seremos por eso más humildes.
Debemos ver, que tanto Jesús como los apóstoles nos hablan de la humildad sin hacer referencia al pecado. Por el contrario la nombran como una virtud que distingue los santos.
Sabiendo esto, es importante que no olvidemos nuestro pasado y no dejemos de vernos como rescatados. No debemos dejar de tener una profunda conciencia de haber sido pecadores inexcusables.
Pablo se veía así. Nunca se olvidó de sus pecados. Muchas veces se refiere a su vieja vida como “blasfemo y perseguidor de la Iglesia”. Por ello se consideraba “el menor de los apóstoles”, “el más pequeño de todos los santos” y el “primero de los pecadores”.
La gracia le había salvado, Dios ya no se acordaba de sus pecados, pero el no olvidaba de donde Dios le había sacado.
El se regocijaba en la salvación de Dios y así, más experimentaba la gracia de Dios. Se consideraba un pecador salvado.
Ni por un momento olvidaba que era un pecador a quien Dios tomó en sus brazos y le colmó de amor.
Pablo no habla que pecaba continuamente. Pablo habla de que había sido un pecador y Dios le había transformado. Eso lo llevaba a adorar y a humillarse ante Dios.
Nunca debemos dejar de vernos como pecadores rescatados. “Debemos ser un monumento al maravilloso amor redentor de Dios”.
NO ES EL PECADO, SINO LA GRACIA LO QUE NOS MANTIENE VERDADERAMENTE HUMILDES.

LA HUMILDAD Y LA FE
Las bendiciones y las promesas de la vida cristiana son “como objetos expuestos en una vitrina”. Se los puede ver, pero no se los puede alcanzar. Si quisiéramos tomar alguna de esas cosas veremos que hay “un grueso cristal que se interpone”.
Los cristianos vemos las promesas de paz y descanso, gozo a rebosar, amor, comunión, fruto abundante, etc., pero hay algo que se interpone y nos impide obtenerlas.
¿Qué es lo que nos impide obtener estas promesas? Nada más que nuestro orgullo, el cual trunca la fe.
Las promesas hechas a la fe son gratuitas y seguras. La invitación y el estímulo a usar de ella y tomar lo que Dios nos quiere dar son fuertes. El poder con que podemos contar es cercano y disponible.
Ante todo esto, se interpone algo que impide nuestra fe y es el orgullo.
EL ORGULLO HACE IMPOSIBLE LA FE.
(Jn 5.44)
Si buscamos recibir gloria los unos de los otros ¿Cómo podemos creer?
La fe y el orgullo son irreconciliables porque la fe y la humildad tienen una misma raíz.
Teniendo orgullo en nuestro corazón, puede haber una convicción y seguridad intelectual de la verdad pero esto le quita el lugar a una fe verdadera y viva.
TENDREMOS TANTA FE VERDADERA, COMO HUMILDAD VERDADERA TENGAMOS.
Para llegar a esta conclusión debemos pensar en el significado de la fe.
¿Qué es la fe? ¿No es la confesión de la invalidez y la inutilidad nuestra? ¿No es la entrega y la espera en que Dios obre en lo que nosotros no podemos? La fe es lo más humillante para el “hombre carnal” pues declara su incapacidad y dependencia.
Una “vida de fe” es una “vida de humildad”. Nuestra vida transcurre en dependencia y confianza en Dios.
La fe es la que nos permite ver y tomar lo que viene del cielo. La fe busca “la gloria que viene de Dios”.
Entre tanto que recibimos gloria de otros, entre tanto que buscamos, amamos y guardamos celosamente la gloria de esta vida, el honor y la reputación que viene de los hombres, no podemos recibir la gloria que viene de Dios.
El orgullo hace a la fe imposible. Por eso muchos no creen, por eso muchos resisten el evangelio.
También debemos ver que la debilidad de nuestra fe tiene su causa en “la borra de orgullo” que reside en nuestro corazón.
Todavía nos comportamos muchas veces, más como independientes que como dependientes, como racionales más que como hombres de fe.
La humildad y la fe están íntimamente unidas en las Escrituras.
Hay dos casos que son paradigmáticos en los Evangelios. En estos dos casos Jesús reconoce la fe de las personas que participan de la situación. El centurión y la mujer siro fenicia.
En ambos vemos grandes expresiones de humildad. El centurión dijo: “No soy digno que entres debajo de mi techo”. La mujer siro fenicia dijo: “Si Señor, pero los perritos comen las migajas”.
La humildad lleva al alma a “no ser nada delante de Dios”. La humildad le quita el obstáculo a la fe.
NUESTRO ORGULLO PONE OBSTACULO A LA FE Y ESTO DETENIE EL AVANCE DE LA OBRA DE DIOS EN NOSOTROS.
La humildad absoluta, incesante y total debe ser la base de toda oración y de toda aproximación a Dios.
Por el contrario hoy parecería que se nos enseña a exigirle a Dios que nos de lo que le pedimos. Se nos induce a extorsionar y a amenazar a Dios para que nos bendiga cuando es la humildad verdadera la que atraerá la bendición de divina.
Sin humildad de corazón no podemos estar cerca de Dios. Es como querer ver sin ojos o vivir sin respirar.
Erramos al esforzarnos en creer, en hacer querer crecer nuestra fe. Debemos procurar crecer en humildad y entonces como consecuencia nuestra fe se vigorizará.
Debemos buscar humillarnos bajo la poderosa mano de Dios y El nos exaltará.
Que nuestro deseo y ferviente oración sea humillarnos ante Dios. El velará por nosotros.
CUANTO MÁS TE INCLINES EN HUMILDAD DELANTE DE DIOS, MÁS EL CUMPLIRÁ LOS DESEOS DE TU FE.

LA HUMILDAD Y LA MUERTE AL YO

LA MUERTE AL YO ES EL FRUTO PERFECTO DE LA HUMILDAD.
Como Jesús, que se humilló a sí mismo hasta la muerte, nosotros debemos humillarnos a nosotros mismos hasta la muerte.
La humildad debe guiarnos a morir al yo. De este modo demostramos que estamos entregados completamente a Dios.
Solo así encontramos libertad de nuestra naturaleza caída y se nos abre el camino para una vida nueva y plena en Dios.
Jesús impartió vida sacada de la muerte. Fue una vida ganada a la muerte.
La vida de Jesús llevaba la marca de la muerte, la vida de sus discípulos debe llevar esta misma marca.
No podemos identificarnos con el poder de resurrección en Cristo sin primero identificarnos Con su muerte. “No hay resurrección sin previa muerte”.
La humildad nos conduce a la muerte del yo. La humildad y la muerte al yo son para nosotros una misma cosa en su naturaleza.
La humildad ha de ser nuestro deber primario. Colocarnos en oración en una postura de completa invalidez ante Dios. Considerarnos impotentes, hundirnos en su presencia sabiendo que no somos nada y El lo es todo, será nuestro oficio mas sagrado.
Debemos también aprovechar cada oportunidad para humillarnos delante de nuestro prójimo como una ayuda a nuestro crecimiento y como una prueba de su obra en nosotros.
Dios verá nuestra actitud de corazón, verá nuestro deseo y nos llenará de su presencia y tendremos así una vida plena mientras estamos muriendo a nosotros mismos.
Jesús fue distinguido y comparado con un cordero. “El Cordero de Dios”. En el contexto esto significa dos cosas: humildad y muerte.
Nos gustaría compararnos con un búfalo, un león, un águila, pero no con un cordero. Sin embargo debemos vernos como corderos.
Debemos entregarnos sin reservas a Dios y transitar el camino con estas marcas, humildad y muerte.
Hemos sido “bautizados en su muerte”. “Somos vivos de entre los muertos”. “Estamos muertos al pecado pero vivos para Dios”. “Llevamos en nuestro cuerpo la muerte del Señor y actúa en nosotros la vida de Jesús”.
Húndete cada mañana en Jesús y cada día Jesús se manifestará en ti.
Que una humildad feliz, sosegada, amante y voluntaria sea tu marca y ella permita que Dios se manifieste en ti.

LA HUMILDAD Y LA FELICIDAD
Para que Pablo no se exaltare a sí mismo, a acusa de la revelación que había recibido, le había sido enviado un agujón para su carne, para que así, se mantuviese humilde.
En un principio Pablo deseaba que esa espina fuera quitada. Tres veces se lo pidió a Dios.
La respuesta que recibió fue que la prueba era una bendición, que en la debilidad y en la humillación se podrían manifestar mejor la gracia y el poder de Dios.
Pablo, al comprender esto, en vez de simplemente soportar la prueba, se comenzó a gloriar en ella. En vez de seguir pidiendo ser librado de ella, la aceptó con placer.
LA HUMILLACIÓN ES EL LUGAR DE LA BENDICIÓN, DEL PODER Y DEL GOZO.
En la prosecución de la humildad los cristianos pasamos por estos dos estadios.
En el primer estadio tememos, huimos y buscamos liberación de todo lo que puede humillarnos. En esta etapa queremos ser humildes pero rechazamos lo que nos humilla. Esto es así, porque todavía no amamos la humildad. La humildad todavía no es un gozo, un placer y una honra. Todavía no podemos decir: “Me gloriaré en mis debilidades, en lo que me humilla”.
Para pasar al segundo estadio necesitamos una nueva revelación del Señor Jesús. Cuando Pablo entendió que “la gracia de Dios bastaba”, que la presencia de Dios era suficiente porque lo era todo, entonces pudo aceptar con gozo lo que lo humillaba.
Procuremos aprender esta lección que la vida de Pablo nos enseña.
Si somos hombres de Dios, que no se glorían en sus debilidades, todavía nos falta aprender una gran lección.
Dios nos quiere enseñar esta lección, para que podamos colocarnos en la correcta posición de humildad y para eso y por eso, Dios permite que seamos humillados.
La plena conformidad a Cristo tiene que ver con esto. Ser humildes y gloriarnos en nuestras debilidades.
LA MÁS ALTA LECCIÓN QUE PODEMOS APRENDER LOS CREYENTES ES LA HUMILDAD.
La humildad vendrá a través de un trato profundo de nuestro Padre. Debemos aprender a mirar las circunstancias difíciles como oportunidades para aprender la lección de la humildad.
Su fuerza hecha perfecta en nuestra debilidad, su presencia llenando y satisfaciendo nuestra vaciedad debe ser nuestra felicidad.
Las humillaciones nos conducen a la verdadera humildad. Debemos terminar por gloriarnos en lo que nos humilla.
El peligro del orgullo está más cercano de lo que pensamos y necesitamos vivir en humildad para no caer en la trampa. En los momentos “más elevados” de nuestra experiencia espiritual estamos en mayor riego de enorgullecernos.
Cuando más alto lleguemos en nuestra estatura espiritual más humillados hemos de estar. Así y solo así nuestros testimonios reflejarán a Cristo.

LA HUMILLACIÓN Y LA EXALTACIÓN
¿Cómo vencer el orgullo? Humillándonos.
Debemos procurar colocarnos en la postura correcta, la de humildes siervos de Dios y por amor a El, siervo de los hombres. Esto nos llevará a crecer en humildad.
Debemos aceptar todo lo que Dios permite que nos humille y debemos procurar ser humildes en todo tiempo.
Cuando nos humillamos Dios promete exaltarnos. La gracia de Dios nos coronará.
Debemos entender que la gloria más alta para una criatura es ser solo un recipiente. Recibir, gozar y reflejar la gloria de Dios es nuestra exaltación.
Luchemos por la humildad y lograremos ser como Jesús.
En esta lucha se mezclan el esfuerzo con la impotencia, el fracaso y el éxito parcial y la expectativa de algo mejor. Peleando esa batalla Dios nos otorgará la victoria y la humildad será una realidad para nosotros y no tan solo un concepto.
El llamado es a humillarnos. El esfuerzo sincero de escuchar y obedecer esto será recompensado. Aquel que obra “el querer y el hacer” vendrá a nosotros con “prendas de humildad” y nos vestirá con estas ropas que nos distinguirán como discípulos de Jesús.
Una humildad que todo lo abarca, que marca nuestro trato con Dios y los hombres debe ser nuestra búsqueda. Entonces El vendrá en nuestra búsqueda porque Dios quiere habitar con los quebrantados y humildes de espíritu.









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