HERMANOS, ESTE ES EL CAMINO DE LA VIDA MÁS ELEVADA. DEBEMOS PROCURAR IR CADA DÍA MÁS ABAJO, TOMANDO UNA POSTURA DE SIERVOS, CONCIENTE Y ESFORZADAMENTE.
No busquemos la
exaltación, esta es obra de Dios. Busquemos la humillación, esto
nos corresponde a nosotros. Humillarse es tomar una postura de
siervos delante de Dios y de los hombres.
DEBEMOS SER COMO EL AGUA
QUE SIEMPRE BUSCA DESCENDER Y BUSCA LOS LUGARES MÁS BAJOS PARA ALLI
ASENTARSE MANSAMENTE.
Cuando Dios encuentra
corazones así, los exalta y los usa. “El que se humilla será
exaltado”.
A veces pensamos y
hablamos refiriéndonos a la humildad como si esta nos robara todo lo
que es noble, osado y digno en el hombre. No logramos entender que
ser humildes es lo más noble, lo más osado y lo más digno que
puede hacer el hombre.
Representar a Jesús,
brillar con su luz, servir a los hombres en nombre de Dios, es lo que
más cerca nos coloca de su divina presencia.
NUESTRA MAYOR NECESIDAD ES
LA HUMILDAD. DEBEMOS CREER CON TODO NUESTRO CORAZÓN QUE JESÚS NOS
LA MUESTRA, NOS LA ENSEÑA Y NOS LA IMPARTE.
LA
HUMILDAD EN LOS DISCIPULOS DE JESÚS
Estuvimos mirando la
humildad en la persona y en las enseñanzas de Jesús. Ahora
estudiaremos acerca de la humildad en aquellos que rodearon a Jesús,
sus discípulos.
Al mirar a los discípulos
a través de los Evangelios vemos que ellos carecían de la humildad
de su Maestro. Vemos también que en ellos operó un cambio radical
con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
El testimonio de Cristo y
la obra del Espíritu Santo, no solo una de estas cosas sino ambas,
forjó en ellos un carácter humilde que los llevó a colocarse en la
posición de siervos. Lo mismo debe suceder en nosotros.
Los Evangelio desnudan la
falta de humildad de los discípulos y se contrasta esta falta de
humildad con la de Jesús.
Ellos discutían para ver
quién sería el mayor, quien se sentaría al lado de Jesús en el
Reino, etc. Mientras tanto, mientras ellos discutían Dios caminaba
entre los hombres y se ceñía la toalla para lavarles los pies.
No que no hubiera momentos
de humildad en estos hombres, pues los había. En una ocasión Pedro
dijo a Jesús: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre
pecador”. En otro momento ellos cayeron de rodillas cuando el Señor
calmó la tempestad. Eran expresiones ocasionales de humildad.
Muchas veces nosotros
somos así. Tenemos ocasionales actitudes de humildad y pensamos que
eso es ser humildes.
SER HUMILDES NO ES TENER
ESPORADICOS ACTOS DE HUMILDAD SINO QUE SER HUMILDES ES VIVIR
DESPOJADOS DEL ORGULLO, EN UN ESTADO DE CONTINUO RECONOCIMIENTO Y
SERVICIO A DIOS Y A SU CAUSA.
Al mirar a los discípulos
actuar de esta manera aprendemos que puede haber mucha religiosidad
activa y sincera, cuando todavía la humildad está ausente. Los
discípulos habían dejado todo por seguir a Jesús, creían en El,
le amaban, le obedecían. Cuando otros se volvieron atrás ellos
continuaron junto a su Maestro. Sin embargo en el fondo de su
corazón, inconscientes de ello, el orgullo estaba arraigado. La
gracia de la humildad no era la distinción de ellos como si lo era
en su Maestro.
Durante tres años los
discípulos habían estado en la escuela de entrenamiento de Jesús.
El les había llamado a aprender de El la mansedumbre y la humildad.
Les había dicho que El estaba no para ser servido, sino para servir.
Les lavo los pies y los llamó a que esa actitud la reprodujeran. Les
enseño que la humildad era el único camino a la gloria de Dios.
Aparentemente todas estas
enseñanzas y todo ese testimonio no habían servido de mucho. Aún
en la santa cena hubo disputas de quien sería el mayor.
Las lecciones externas,
aún cuando estas vengan de Jesús, no son suficientes para que la
humildad sea aprendida. No basta ningún argumento, ninguna
descripción de la hermosura de la humildad, no basta ningún
esfuerzo personal para poder desterrar al orgullo de nuestro corazón.
Nada puede bastar para
esto excepto que la nueva naturaleza en su divina humildad sea
revelada e impartida por el Espíritu Santo. Necesitamos que una
nueva naturaleza surja, necesitamos un corazón nuevo para poder ser
humildes y esto es obra del Espíritu Santo.
TENEMOS NUESTRO ORGULLO
“HEREDADO DE OTRO”, DE ADÁN. NECESITAMOS “RECIBIR” NUESTRA
HUMILDAD DE OTRO TAMBIÉN, DE CRISTO.
Así como antes era
natural el orgullo, ahora debe ser lo natural la humildad. Esto nos
es difícil a causa de nuestra carnalidad, pero lejos de resignarnos
debemos proclamar la verdad y debemos saber que tenemos una nueva
naturaleza y debemos saber que somos llamados a andar en el Espíritu
y no en la carne.
Nuestros fracasos en
cuanto a esto nos deben llevar a reconocer nuestra necesidad del
poder del Espíritu y nos debe llevar a desear su presencia, su
ministración y su auxilio constante.
Debemos convencernos del
lugar único que ocupa la humildad en la vida de un cristiano. Ese
convencimiento nos llevara a buscar de todo corazón que ella sea una
realidad en nosotros. Al buscarla pronto descubriremos que el camino
para hallarla es exponernos en oración y mirar el testimonio de
Jesús dando lugar al Espíritu Santo para que seamos transformados
de gloria en gloria y así la humildad de Jesús se refleje en
nuestro diario andar.
Debemos reconocer que la
humildad era la virtud principal de Cristo y la que El nos demando
que aprendiéramos. No procuremos otros dones antes que este. Que
ninguna otra gracia nos satisfaga aparte de la humildad.
LA
HUMILDAD EN LA VIDA DIARIA
(1 Jn 4.20)
Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso.
Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar
a Dios a quien no ha visto?
Que pensamiento tan
solemne. Nuestro amor a Dios será medido por nuestro amor a los
hombres. Nuestro amor a Dios será considerado ilusorio, a menos que
se demuestre que el mismo se manifiesta hacia nuestros semejantes.
Este mismo pensamiento
vale para la humildad. Es fácil pensar que somos humildes cuando nos
imaginamos delante del Dios del Cielo. Pero es la humildad que
manifestamos delante de los hombres la verdadera prueba de que
nuestra humildad hacia Dios es real.
La humildad ha de ser no
una postura que tomamos de vez en cuando, cuando pensamos en Dios o
cuando oramos, sino ha de ser el verdadero espíritu con que nos
relacionamos con los hombres.
LA VERDADERA HUMILDAD ES
LA QUE OSTENTAMOS DELANTE DE LOS HOMBRES Y MOSTRAMOS EN NUESTRA
CONDUCTA COTIDIANA.
Las cosas insignificantes
de la vida son las importantes en la prueba de la eternidad, porque
manifiestan que es lo que realmente hay en nosotros.
En los momentos que menos
pensamos, ahí mostramos lo que realmente somos. Para conocer si un
hombre es humilde lo tenemos que seguir en el curso de su día y
mirar cómo reacciona en los lugares y ante las personas con las que
se relaciona.
LA HUMILDAD DELANTE DE
DIOS NO VALE NADA SI NO SE MUESTRA EN LA HUMILDAD DELANTE DE LOS
HOMBRES.
Jesús fue nuestro
testimonio de completa humildad en todo tiempo.
El apóstol Pablo también
nos llama a la humildad delante de los hombres. Nos dice que “nos
prefiramos unos a otros en honor”, “Que estimemos a los demás
como superiores a nosotros”, “a ser siervos los unos de los otros
por amor”, “que con humildad nos soportemos unos a otros”, etc.
Es en nuestra relación
con los demás que la verdadera humildad de mente y corazón se hecha
de ver.
La humildad en lo secreto,
la humildad ante Dios, nos prepara para expresar humildad ante los
hombres.
DAR HONOR A LOS DEMÁS,
SERVIR A LOS DEMÁS, CONSIDERAR SUPERIOR A LOS DEMÁS, SON REGLAS DE
UN HOMBRE HUMILDE, SON EXPRESIONES VISIBLES DE QUE CRISTO ESTÁ EN
NOSOTROS.
Se nos puede venir a la
mente una pregunta: ¿Cómo considerar superior a los demás cuando
no lo son? Cuándo mi sabiduría, gracia recibida y dones naturales
son mayor que el de otros ¿Cómo hacer para considerarlos como
superiores a mí?
Estas preguntas no tienen
respuesta porque no deberían ser formuladas. Estas preguntas revelan
cuan poco conocemos de la verdadera humildad.
Hasta que no entiendo que
no soy nada no puedo pretender ser humilde.
Debemos renunciar a todo
pensamiento de nosotros mismos en la presencia de Dios. “Debemos
perdernos para encontrarlo”.
¿Cómo puede ser que nos
entreguemos gozosamente a Cristo y encontremos tan difícil el
entregarnos a los hermanos? Esto es una incoherencia.
DEBEMOS CONSIDERARNOS NADA
DELANTE DE LOS DEMÁS Y QUE NO BUSCAMOS NADA PARA NOSOTROS MISMOS.
CONSIDEREMOSNÓS SIERVOS
DE DIOS, Y POR AMOR A EL, SIERVOS DE TODOS.
El espíritu de aquel que
lavó los pies de sus discípulos siendo el Señor y el Maestro, debe
hacernos considerar cual ha de ser nuestra postura ante los demás.
En esta actitud reside
nuestra más alta “experiencia espiritual”. Algunos buscan
experiencias espirituales y van tras manifestaciones sobre naturales
o buscan vivir experiencias fuertes de osadía, desprecio por el
mundo, celo, denuedo y poder.
Todo esto es bueno pero no
nos damos cuenta que la virtud más delicada, profunda y celestial
que Jesús enseño y pretende de nosotros es la humildad.
La pobreza de espíritu,
la mansedumbre, la humildad no son frutos apreciados por el mundo.
Pero triste es que no sean frutos apreciados por la Iglesia del
Señor.
Nuestra semejanza a Cristo
no ha de mostrarse por el poder que actúa en nosotros, ni por el
celo que tenemos por los perdidos. Antes, ha de mostrarse por nuestro
carácter manso y humilde de corazón.
Cuando me comparo con el
retrato del hombre humilde, cuando me comparo con Jesús ¿Qué veo?
¿Qué vemos en nuestros hermanos más cercanos?
No nos contentemos con
nada menos que procurar ser como Jesús. Miremos los textos bíblicos
que nos hablan acerca de la humildad y veámoslos como promesas de lo
que Dios nos quiere dar si disponemos nuestro corazón.
Cuando no somos nada,
entonces Dios lo puede ser todo y ahí se manifestará la luz y el
poder divino.
DEMOS LUGAR A DIOS Y
PROCUREMOS MEDIANTE SU PODER SERVIR A LOS DEMÁS EN AMOR.
LA
HUMILDAD Y LA SANTIDAD
Debemos buscar y procurar
la santidad pues sin ella “nadie verá al Señor”.
La prueba de que la
santidad que profesamos buscar o alcanzar es verdadera, es si
manifiesta humildad.
Podríamos decir también
que es necesaria humildad para que la santidad de Dios repose en
nosotros, frágiles criaturas.
LA PRUEBA INFALIBLE DE
NUESTRA SANTIDAD SERÁ QUE MOSTREMOS HUMILDAD DELNTE DE DIOS Y DE LOS
HOMBRES.
La humildad es la flor y
la belleza de la santidad. La principal característica de un “falsa
santidad” es la falta de humildad.
El que está procurando
santidad debe tener cuidado de no “perfeccionar en la carne lo que
había comenzado en el espíritu”, y de modo inconsciente, se
introduzca orgullo cuando menos lo espera.
El ejemplo del publicano y
el fariseo que Jesús nos cuenta ilustra esta situación. El fariseo
puede estar con la cabeza erguida en la presencia de Dios y en el
culto que realiza, hay un enaltecimiento personal. En cambio, el
publicano confiesa su profunda pecaminosidad, su indignidad y su
necesidad de Dios.
Muchas veces queremos ser
como el publicano, queremos ser humildes, pero terminamos siendo como
el fariseo, terminamos siendo orgullosos. Esto sucede cuando pensamos
que somos más santos que los demás y en esa postura nos conducimos
en la casa de Dios.
Debemos tener cuidado
porque el orgullo se puede disfrazar con el “habito de la adoración
y la penitencia”. Podemos decir que estamos adorando a Dios;
podemos decir que estamos sirviendo a Dios, que estamos defendiendo
su causa pero sin darnos cuenta, en medio de estas acciones, nuestro
orgullo está creciendo.
“El fariseo mientras
daba gracias a Dios se felicitaba así mismo”. Muchas veces nuestro
corazón engañoso puede actuar así.
Aunque la frase del
fariseo:”no soy como los demás hombres”, nos parece una frase
que nunca estará en nuestra boca, debemos tener cuidado porque puede
estar en nuestro corazón.
Debemos tener cuidado al
pensar y al hablar de otros.
En Isaías hay una
expresión que es una caricatura de la falsa santidad y dice:”Estate
en tu lugar; no te acerques, porque yo soy más santo que tú” (Is
65.5).
Cuidado con pensar así.
Jesús, el más santo, se acercó a los pecadores y con ellos
compartió. También compartió con los religiosos, los que vivían
bajo un “falso paradigma de santidad”. No por eso Jesús perdió
santidad sino que por el contrario manifestó con ello su humildad.
NOTA: Donde se encuentre y
con quien se encuentre, Jesús estaba en los lugares para decir la
verdad. El estaba en todas las situaciones conciente del propósito
de anunciar el Reino de Dios. Lo mismo debemos hacer nosotros, sino
nuestra presencia será vana en cualquier lugar.
“Nuestra santidad debe
tener la mansedumbre y humildad de los santos”. Si Jesús era el
más santo y sus características a aprender como “sus santos” es
la mansedumbre y humildad, entonces debemos procurar que nuestra
santidad exprese estas características.
En muchos de nosotros hay
períodos o momentos de humildad y quebrantamiento pero esto es
distinto a ser revestidos de un espíritu de humildad.
Esto se ve en la actitud
hacia los demás, pues el que está revestido del espíritu de
humildad, se considera siervo de todos.
La verdad es que nuestro
yo es muy exigente y ama los primeros lugares. Nuestro orgullo se
siente herido cuando nuestros derechos no son reconocidos. Muchas
disputas surgen de aquí.
“En vez de buscar el
último lugar en la sala más pequeña, buscamos el primer lugar en
la sala más grande” ¡Que poco entendemos de humildad!
EL MÁS SANTO SERÁ
TAMBIÉN SIEMPRE EL MÁS HUMILDE.
Cuando como criaturas nos
volvemos nada ante Dios, nos mostraremos humildes ante las otras
criaturas.
Con esta actitud de
humildad debemos relacionarnos con los demás. “De una vida de
humildad y servicio cualquiera que verdaderamente ame a Dios, estará
dispuesto a aceptar aún la mayor reprensión que puede haber”.
Debemos tener cuidado con
el orgullo de la santidad. No es que vamos a ir a decirle a
alguien:”Estate en tu lugar, yo soy más santo que tú”. Pero
puede ir creciendo inconscientemente, un hábito del alma que
encuentra complacencia en sus logros, que no puede evitar ver que
está adelantado con respecto a otros.
Debemos cuidar los
pensamientos, las palabras y aún el tono con que nos expresamos. En
muchos se discierne “el poder del yo” más que la “humildad de
un santo” cuando se expresan. Aún los mundanos lo notan.
Que en cada paso que demos
hacia la santidad, también demos un paso hacia la humildad. No sea
que nos deleitemos en ideas y actos hermosos mientras que el yo
todavía no esté muerto.
LA HUMILDAD EXPRESARÁ DE
LA MEJOR MNERA LA SANTIDAD.
LA
HUMILDAD Y EL PECADO
La humildad es a menudo
identificada con el pecado y la contrición. Pensamos que manteniendo
nuestra mente enfocada en nuestra pecaminosidad seremos por eso más
humildes.
Debemos ver, que tanto
Jesús como los apóstoles nos hablan de la humildad sin hacer
referencia al pecado. Por el contrario la nombran como una virtud que
distingue los santos.
Sabiendo esto, es
importante que no olvidemos nuestro pasado y no dejemos de vernos
como rescatados. No debemos dejar de tener una profunda conciencia de
haber sido pecadores inexcusables.
Pablo se veía así. Nunca
se olvidó de sus pecados. Muchas veces se refiere a su vieja vida
como “blasfemo y perseguidor de la Iglesia”. Por ello se
consideraba “el menor de los apóstoles”, “el más pequeño de
todos los santos” y el “primero de los pecadores”.
La gracia le había
salvado, Dios ya no se acordaba de sus pecados, pero el no olvidaba
de donde Dios le había sacado.
El se regocijaba en la
salvación de Dios y así, más experimentaba la gracia de Dios. Se
consideraba un pecador salvado.
Ni por un momento olvidaba
que era un pecador a quien Dios tomó en sus brazos y le colmó de
amor.
Pablo no habla que pecaba
continuamente. Pablo habla de que había sido un pecador y Dios le
había transformado. Eso lo llevaba a adorar y a humillarse ante
Dios.
Nunca debemos dejar de
vernos como pecadores rescatados. “Debemos ser un monumento al
maravilloso amor redentor de Dios”.
NO ES EL PECADO, SINO LA
GRACIA LO QUE NOS MANTIENE VERDADERAMENTE HUMILDES.
LA
HUMILDAD Y LA FE
Las
bendiciones y las promesas de la vida cristiana son “como objetos
expuestos en una vitrina”. Se los puede ver, pero no se los puede
alcanzar. Si quisiéramos tomar alguna de esas cosas veremos que hay
“un grueso cristal que se interpone”.
Los
cristianos vemos las promesas de paz y descanso, gozo a rebosar,
amor, comunión, fruto abundante, etc., pero hay algo que se
interpone y nos impide obtenerlas.
¿Qué es lo
que nos impide obtener estas promesas? Nada más que nuestro
orgullo, el cual trunca la fe.
Las promesas
hechas a la fe son gratuitas y seguras. La invitación y el estímulo
a usar de ella y tomar lo que Dios nos quiere dar son fuertes. El
poder con que podemos contar es cercano y disponible.
Ante todo
esto, se interpone algo que impide nuestra fe y es el orgullo.
EL ORGULLO
HACE IMPOSIBLE LA FE.
(Jn 5.44)
(Jn 5.44)
Si buscamos
recibir gloria los unos de los otros ¿Cómo podemos creer?
La fe y el
orgullo son irreconciliables porque la fe y la humildad tienen una
misma raíz.
Teniendo
orgullo en nuestro corazón, puede haber una convicción y seguridad
intelectual de la verdad pero esto le quita el lugar a una fe
verdadera y viva.
TENDREMOS
TANTA FE VERDADERA, COMO HUMILDAD VERDADERA TENGAMOS.
Para llegar
a esta conclusión debemos pensar en el significado de la fe.
¿Qué es la
fe? ¿No es la confesión de la invalidez y la inutilidad nuestra?
¿No es la entrega y la espera en que Dios obre en lo que nosotros no
podemos? La fe es lo más humillante para el “hombre carnal” pues
declara su incapacidad y dependencia.
Una “vida
de fe” es una “vida de humildad”. Nuestra vida transcurre en
dependencia y confianza en Dios.
La fe es la
que nos permite ver y tomar lo que viene del cielo. La fe busca “la
gloria que viene de Dios”.
Entre tanto
que recibimos gloria de otros, entre tanto que buscamos, amamos y
guardamos celosamente la gloria de esta vida, el honor y la
reputación que viene de los hombres, no podemos recibir la gloria
que viene de Dios.
El orgullo
hace a la fe imposible. Por eso muchos no creen, por eso muchos
resisten el evangelio.
También
debemos ver que la debilidad de nuestra fe tiene su causa en “la
borra de orgullo” que reside en nuestro corazón.
Todavía nos
comportamos muchas veces, más como independientes que como
dependientes, como racionales más que como hombres de fe.
La humildad
y la fe están íntimamente unidas en las Escrituras.
Hay dos
casos que son paradigmáticos en los Evangelios. En estos dos casos
Jesús reconoce la fe de las personas que participan de la situación.
El centurión y la mujer siro fenicia.
En ambos
vemos grandes expresiones de humildad. El centurión dijo: “No soy
digno que entres debajo de mi techo”. La mujer siro fenicia dijo:
“Si Señor, pero los perritos comen las migajas”.
La humildad
lleva al alma a “no ser nada delante de Dios”. La humildad le
quita el obstáculo a la fe.
NUESTRO
ORGULLO PONE OBSTACULO A LA FE Y ESTO DETENIE EL AVANCE DE LA OBRA DE
DIOS EN NOSOTROS.
La humildad
absoluta, incesante y total debe ser la base de toda oración y de
toda aproximación a Dios.
Por el
contrario hoy parecería que se nos enseña a exigirle a Dios que nos
de lo que le pedimos. Se nos induce a extorsionar y a amenazar a Dios
para que nos bendiga cuando es la humildad verdadera la que atraerá
la bendición de divina.
Sin humildad
de corazón no podemos estar cerca de Dios. Es como querer ver sin
ojos o vivir sin respirar.
Erramos al
esforzarnos en creer, en hacer querer crecer nuestra fe. Debemos
procurar crecer en humildad y entonces como consecuencia nuestra fe
se vigorizará.
Debemos
buscar humillarnos bajo la poderosa mano de Dios y El nos exaltará.
Que nuestro
deseo y ferviente oración sea humillarnos ante Dios. El velará por
nosotros.
CUANTO MÁS
TE INCLINES EN HUMILDAD DELANTE DE DIOS, MÁS EL CUMPLIRÁ LOS DESEOS
DE TU FE.
LA
HUMILDAD Y LA MUERTE AL YO
LA MUERTE AL YO ES EL
FRUTO PERFECTO DE LA HUMILDAD.
Como Jesús, que se
humilló a sí mismo hasta la muerte, nosotros debemos humillarnos a
nosotros mismos hasta la muerte.
La humildad debe guiarnos
a morir al yo. De este modo demostramos que estamos entregados
completamente a Dios.
Solo así encontramos
libertad de nuestra naturaleza caída y se nos abre el camino para
una vida nueva y plena en Dios.
Jesús impartió vida
sacada de la muerte. Fue una vida ganada a la muerte.
La vida de Jesús llevaba
la marca de la muerte, la vida de sus discípulos debe llevar esta
misma marca.
No podemos identificarnos
con el poder de resurrección en Cristo sin primero identificarnos
Con su muerte. “No hay resurrección sin previa muerte”.
La humildad nos conduce a
la muerte del yo. La humildad y la muerte al yo son para nosotros una
misma cosa en su naturaleza.
La humildad ha de ser
nuestro deber primario. Colocarnos en oración en una postura de
completa invalidez ante Dios. Considerarnos impotentes, hundirnos en
su presencia sabiendo que no somos nada y El lo es todo, será
nuestro oficio mas sagrado.
Debemos también
aprovechar cada oportunidad para humillarnos delante de nuestro
prójimo como una ayuda a nuestro crecimiento y como una prueba de su
obra en nosotros.
Dios verá nuestra actitud
de corazón, verá nuestro deseo y nos llenará de su presencia y
tendremos así una vida plena mientras estamos muriendo a nosotros
mismos.
Jesús fue distinguido y
comparado con un cordero. “El Cordero de Dios”. En el contexto
esto significa dos cosas: humildad y muerte.
Nos gustaría compararnos
con un búfalo, un león, un águila, pero no con un cordero. Sin
embargo debemos vernos como corderos.
Debemos entregarnos sin
reservas a Dios y transitar el camino con estas marcas, humildad y
muerte.
Hemos sido “bautizados
en su muerte”. “Somos vivos de entre los muertos”. “Estamos
muertos al pecado pero vivos para Dios”. “Llevamos en nuestro
cuerpo la muerte del Señor y actúa en nosotros la vida de Jesús”.
Húndete cada mañana en
Jesús y cada día Jesús se manifestará en ti.
Que una humildad feliz,
sosegada, amante y voluntaria sea tu marca y ella permita que Dios se
manifieste en ti.
LA
HUMILDAD Y LA FELICIDAD
Para que Pablo no se
exaltare a sí mismo, a acusa de la revelación que había recibido,
le había sido enviado un agujón para su carne, para que así, se
mantuviese humilde.
En un principio Pablo
deseaba que esa espina fuera quitada. Tres veces se lo pidió a Dios.
La respuesta que recibió
fue que la prueba era una bendición, que en la debilidad y en la
humillación se podrían manifestar mejor la gracia y el poder de
Dios.
Pablo, al comprender esto,
en vez de simplemente soportar la prueba, se comenzó a gloriar en
ella. En vez de seguir pidiendo ser librado de ella, la aceptó con
placer.
LA HUMILLACIÓN ES EL
LUGAR DE LA BENDICIÓN, DEL PODER Y DEL GOZO.
En la prosecución de la
humildad los cristianos pasamos por estos dos estadios.
En el primer estadio
tememos, huimos y buscamos liberación de todo lo que puede
humillarnos. En esta etapa queremos ser humildes pero rechazamos lo
que nos humilla. Esto es así, porque todavía no amamos la humildad.
La humildad todavía no es un gozo, un placer y una honra. Todavía
no podemos decir: “Me gloriaré en mis debilidades, en lo que me
humilla”.
Para pasar al segundo
estadio necesitamos una nueva revelación del Señor Jesús. Cuando
Pablo entendió que “la gracia de Dios bastaba”, que la presencia
de Dios era suficiente porque lo era todo, entonces pudo aceptar con
gozo lo que lo humillaba.
Procuremos aprender esta
lección que la vida de Pablo nos enseña.
Si somos hombres de Dios,
que no se glorían en sus debilidades, todavía nos falta aprender
una gran lección.
Dios nos quiere enseñar
esta lección, para que podamos colocarnos en la correcta posición
de humildad y para eso y por eso, Dios permite que seamos humillados.
La plena conformidad a
Cristo tiene que ver con esto. Ser humildes y gloriarnos en nuestras
debilidades.
LA MÁS ALTA LECCIÓN QUE
PODEMOS APRENDER LOS CREYENTES ES LA HUMILDAD.
La humildad vendrá a
través de un trato profundo de nuestro Padre. Debemos aprender a
mirar las circunstancias difíciles como oportunidades para aprender
la lección de la humildad.
Su fuerza hecha perfecta
en nuestra debilidad, su presencia llenando y satisfaciendo nuestra
vaciedad debe ser nuestra felicidad.
Las humillaciones nos
conducen a la verdadera humildad. Debemos terminar por gloriarnos en
lo que nos humilla.
El peligro del orgullo
está más cercano de lo que pensamos y necesitamos vivir en humildad
para no caer en la trampa. En los momentos “más elevados” de
nuestra experiencia espiritual estamos en mayor riego de
enorgullecernos.
Cuando más alto lleguemos
en nuestra estatura espiritual más humillados hemos de estar. Así y
solo así nuestros testimonios reflejarán a Cristo.
LA
HUMILLACIÓN Y LA EXALTACIÓN
¿Cómo vencer el orgullo?
Humillándonos.
Debemos procurar
colocarnos en la postura correcta, la de humildes siervos de Dios y
por amor a El, siervo de los hombres. Esto nos llevará a crecer en
humildad.
Debemos aceptar todo lo
que Dios permite que nos humille y debemos procurar ser humildes en
todo tiempo.
Cuando nos humillamos Dios
promete exaltarnos. La gracia de Dios nos coronará.
Debemos entender que la
gloria más alta para una criatura es ser solo un recipiente.
Recibir, gozar y reflejar la gloria de Dios es nuestra exaltación.
Luchemos por la humildad y
lograremos ser como Jesús.
En esta lucha se mezclan
el esfuerzo con la impotencia, el fracaso y el éxito parcial y la
expectativa de algo mejor. Peleando esa batalla Dios nos otorgará la
victoria y la humildad será una realidad para nosotros y no tan solo
un concepto.
El llamado es a
humillarnos. El esfuerzo sincero de escuchar y obedecer esto será
recompensado. Aquel que obra “el querer y el hacer” vendrá a
nosotros con “prendas de humildad” y nos vestirá con estas ropas
que nos distinguirán como discípulos de Jesús.
Una humildad que todo lo
abarca, que marca nuestro trato con Dios y los hombres debe ser
nuestra búsqueda. Entonces El vendrá en nuestra búsqueda porque
Dios quiere habitar con los quebrantados y humildes de espíritu.
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