Estoy hablando con pastores y líderes. Hace unos dos o tres años un hermano me preguntó: “Marcos, ¿cómo ves la Iglesia?”. Le dije: “La veo muy bien. La Iglesia está bien. El liderazgo está mal. El problema de la Iglesia son los pastores”. Son la gente que Dios permite que crezca en la Iglesia sin tener este aspecto del que vamos a hablar arreglado en su vida. Y tenemos que tratarlo y solucionarlo.
Todo lo que fue creado en el plano natural fue hecho por Dios. Pero en el Edén sucedió algo que corrompió todo. Y todo fue corrompido. Por ejemplo, ahí fueron corrompidos todos los apetitos, por la comida, por la bebida, los apetitos sexuales. Dios creo el apetito sexual, pero después se transformó en otra cosa, en algo torcido. Todo fue corrompido.
Y una cosa que fue torcida allí, fue una cosa que no estaba errada. Y es el deseo, la necesidad que tenemos, como seres, de ser aceptados, de ser amados. Esto no es malo. Yo quiero ser aceptado y quiero ser amado. Y no hay problema con esto porque Dios quiere ser aceptado y quiere ser amado. Entonces esto no es nada malo. Pero ahí en el Edén, como todo se corrompió, esto también se descompuso, se corrompió también. Se transformó en una enfermedad gravísima porque nos volvimos esclavos de esta necesidad. Y esto pude crecer al extremo de no sólo querer ser amados sino ser los más amados.
A esto lo llamo “el monstruo”. ¿Usted conoce este monstruo? Algunos tienen la ilusión de que no tienen este monstruo. La primer lección es tomar conciencia del monstruo que tenemos en nuestra carne.
Una estrategia del infierno
Esto lo compartí, por primera vez, al grupo de presbíteros en Salvador. Dios constituyó los ministerios en la Iglesia. Todo era muy sencillo. Y la Iglesia transformó el servicio en status, posiciones, títulos, cargos. Y de esto quizás hablaba Pablo cuando dijo: “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo.” (2 Cor. 11:3).
Un día imaginé algo que tal vez sucedió en el infierno. Después de trecientos años de existencia de la Iglesia, el Diablo ya no sabía que hacer para hacer callar a esta gente. Los mataba y los perseguía, pero no podía. Mataba uno y surgían diez. Mataba diez y surgían cien. Y no pudo. Y siempre con la misma estrategia: Persecución, persecución, persecución. Un día, ya no aguantaba más esta situación y convocó a un congreso infernal para estudiar el tema. Estaban ahí todos estos demonios y se presentó la problemática: "Que hacemos para callar a esta gente, ya no se puede soportar más, que alguien, por favor, tenga una idea diferente". Y se levantó uno de ellos. Tal vez su nombre era "Sofisticatus Confucios". Y dijo: "Por que no hacemos todo al revés. Hace trecientos años que buscamos bajarles, bajarles, bajarles, y no lo logramos. Cambiemos. Vamos a levantarlos, subirles. Vamos a decirles que tengan cosas grandes, bonitas. Vamos a darles nombres, cargos, títulos, lugares, dinero, abundancia". Y hubo un aplauso unánime. Habían encontrado la fórmula. Y hace mil setecientos años que no cambiaron más la fórmula.
La tendencia a esto en nuestros corazones es a lo que más debemos temer. Porque es el camino de Lucifer y el camino contrario al de Jesucristo. La primera sugerencia es no confiar en nuestro corazón, malo y pervertido. Seamos conscientes que tenemos este monstruo dentro nuestro. Aquel que no sabe de la existencia de este monstruo satánico en su interior vivirá una ilusión. Será mejor cuando más rápido descubramos este monstruo dentro nuestro. Varias veces, en mi propia experiencia, tuve que pasar la vergüenza de tener que confesar esto. Si reconoces este monstruo que hay en vos, aumentan las posibilidades de que lo mantengas en una jaula. Hay que tener una jaula para este monstruo que eres tu mismo.
Manifestaciones de este monstruo
1- Necesidad de reconocimiento:
¿Alguno de ustedes no sienten este monstruo queriendo saltar dentro de ustedes?
Algunos síntomas de esto: Preocupación constante por lo que piensan los demás de mi desempeño, de mi desarrollo. Preocupación por la apariencia, por la imagen. Esfuerzo por proteger esta imagen. Significa que el monstruo está ahí, rugiendo. Hay una definición bíblica para esto: Vanidad
El remedio para esto es revelación de Cristo que es lo opuesto a esto, constricción, convicción de pecado, renunciar a la imagen, renunciar al nombre, a la buena fama y fe. Todo esto es el remedio.
¿Saben cuando se logra la liberación de esta cosa, cuando es que se rompe algo? Es muy sencilla, pero no hay otra forma. Después hay que tomar la cruz todos los días. Les voy a decir como funciona. Dios es absolutamente exigente. Él encontró imperfecciones hasta en los ángeles. Sólo le sirve el 100% de perfección. Y yo estoy muy lejos de esto. Pero este Dios me puso en Cristo. Y me aceptó como si yo fuera perfecto, tan perfecto como Cristo. El ser más absolutamente exigente y Rey de todas las cosas me abrazó y me dijo: "Marcos te amo, te quiero y te acepto. Te quiero conmigo, Te quiero para mí. Fuiste creado para mi alegría, para mi placer". Entonces está aceptación de Dios nos sana por completo. Si Dios me aceptó, ¿que me puede hacer el hombre? ¿Qué me interesa lo que piensan los críticos, los incrédulos, la gente o el mundo? ¿Qué me importa? ¡Si Dios nos acepta! Aquí el monstruo tomó un sedante... Pero empieza otra vez
2- Sentimientos interiores de competencia:
Cuando no arreglamos esto viene un síntoma un poco más fuerte, los sentimientos de competencia. No estoy luchando, pero hay sentimientos. El problema no es el mayor, porque es interior. Puedo tener este sentimiento y tener, aún, el monstruo enjaulado. Pero es peor que la necesidad de reconocimiento, de aprobación.
Síntomas: No me alegro con el éxito de los demás. Por el contrario, me entristezco. ¿Alguna vez tuviste esto? ¿O sólo yo tengo este problema en mi vida? No me alegro cuando otro es recordado y yo soy olvidado. No estoy haciendo nada. No estoy cometiendo ningún pecado. Pero ahí dentro no me gusta lo que ocurre. No me alegro si Mengano es más amigo de Beltrano que amigo mío. Me gustaría que fuera más amigo mío que del otro. Es sólo un sentimiento. No estoy haciendo nada. Pero el monstruo está ahí
Yo, a veces, me miraba al espejo, y Dios me mostraba el monstruo que hay en mí, y me asustaba. Descubrí que muchas veces esto viene del miedo. Miedo de que mis deficiencias, mis faltas, lo que falta en mí quede muy expuesto. Porque aquello que es fuerte en mi hermano desnuda lo que es flojo en mí. Y no me gusta. Me acuerdo bien cuando Dios comenzó a poner el espejo y no fue fácil. Por ejemplo tuvimos los primeros retiros de pastores, cuando comenzamos a tener mucha gente, muchos pastores se acercaron. Y tuvimos un retiro con muchos pastores. Y todos saben de la simpatía que tiene este compañero mío. Algunos dicen que Mario es como la miel. Y terminaba una reunión, yo hablaba con uno y con otro. Y de repente veía una rueda de diez o quince alrededor de Mario. Y no me gustaba. Porque lo atractivo que era él, exponía, muy fuertemente, lo no atractivo que era yo. Después descubrí la verdadera razón. Pero no me alegraba. Y tenía que confesar a Mario. Una vez le dije: "Cuidate porque soy un peligro para vos, porque en mi corazón hay un monstruo que no es tu amigo". No usaba entonces la palabra monstruo, pero le decía que había algo dentro mío que no quería ser su amigo, que no quería lo mejor para él, quería lo mejor para mí.
¿Que hay que hacer con el monstruo? Exhibirlo. Mostrarle a todos lo feo que es. No es nada más y nada menos que vos mismo. La definición bíblica de esto es envidia y celos. Así lo llama el Señor.
El remedio para esto: Todo lo que dijimos antes más confesión específica. Veo poco de esta confesión. Pero sé que hay mucho de este problema. Lo veo en las peleas. Lo veo en las defensas. Pero decimos: “Yo no... No sé por que me dicen esto”. No tratas al monstruo y se pone peor.
3- Competencia velada:
Más que sentimientos de competencia aparece una real competencia. Escondida, no declarada, pero real. Y esto sucede en el ministerio. La gran mayoría de nosotros, si no estuviéramos en la Iglesia. Y dependiéramos de nuestros talentos y nuestros recursos en este mundo, no tendríamos ningún reconocimiento de nada ni por nadie. Seríamos uno más, trabajando en una oficina. Pero llegamos a la Iglesia. Y Dios nos da dones. Y hay hermanos que son un poco ciegos y nos admiran. Entonces entramos en una trampa. El monstruo no está siendo tratado. Empezamos tener una idea equivocada que este lugar nos lo merecemos. Que tenemos condiciones. Y empezamos a actuar conforme a esta idea que tenemos de nosotros. Y esto produce un daño terrible a la Iglesia.
Es cuando alguien, de alguna manera, ya pasa a actuar, a hacer cosas para alimentar este monstruo. Algunos síntomas son: Hablo mucho de mis hechos, mis éxitos. Me hago propaganda. Algunos pastores comienzan a hacer propaganda de su obra. Hacé la verdadera propaganda: Decile a todos lo falluto que sos. Otro síntoma: Me ofendo con criticas. Es cuando es muy difícil para los demás tratar con mis fallas.
Algunos se permiten pensar que son más capaces que los demás. Ya no son sólo sentimientos. Son acciones y reacciones. Es un competencia velada, está, de alguna forma, limitada, pero se está manifestando. La Biblia tiene un nombre para esto. Yo digo, débilmente, que esto es competencia velada. La Biblia lo llama orgullo.
El remedio para esto: Todo lo de arriba más sujeción a tratamiento intensivo. Esto significa que le digamos a los hermanos: “Por favor ayudame. Decime todo lo que está mal”. Que seamos como David, que dijo: “Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo que no me herirá la cabeza” (Salmo 141:5). Él tenía al monstruo enjaulado.
4- Competencia abierta:
He visto un grado peor a lo que recién hablamos. Es la competencia abierta. El monstruo ya está afuera de la jaula. Ya está devorando hermanos. Ya está pisoteando gente. Está defendiendo sus derechos ministeriales ¿Alguna vez han visto esto? ¿Cuando nos vamos a dar cuenta que el único derecho que tenemos es el infierno?
Iván muchas veces nos contaba de uno que oraba todos los domingos así: “Señor, yo soy un pecador. Soy un miserable”. Y esto en la reunión, porque aprendió, según la teología evangélica, que todos tenemos que reconocer que somos pecadores. Es el punto número uno: somos pecadores. Entonces oraba así. Y los hijos del pastor, que eran unos pícaros, un día, al final de una reunión, fueron a este hombre y le dijeron: “Hermano, ¿sabe lo que oí de usted? Acá mismo estuvieron diciendo que usted es un miserable, un gusano que no sirve para nada”. Y el hombre, enojado, dijo: “¿Quién dijo eso de mí?”. Y ellos le respondieron: “Vos mismo, en la oración”.
Es impresionante como está esto en la Iglesia. Al principio creía que era un chiste, una historia de cincuenta años atrás. Pero hoy es demasiado real esta historia. ¿Por qué delante de Dios nos reconocemos como los peores y después no lo queremos aceptar delante de los hombres? Porque, la verdad, es que tenemos dificultades en entender este monstruo: Quién es, cómo es y que hay que encerrarlo en una jaula.
Una herramienta: El compañerismo
Hay una palabra de Pablo que siempre me parece muy difícil de aceptar. Es cuando recomienda a Timoteo y dice que lo reciban porque es el único que tengo que “piense en vuestros intereses”. Pero Pablo, ¿Y los demás? Tenés un equipo como de veinte hermanos. El pasaje dice:
Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Filip. 2:19-21
¿Y qué es lo suyo propio? Es lo que al hombre más le interesa, que es tener buena fama. Por esto, tal vez, Dios nos ha hablado tanto de coyunturas de compañerismo. Por que no conozco, en forma práctica, herramienta mejor que esta para desnudar este monstruo. Si no tuviera esta relación con Mario, sería pastor pero no estaría expuesto ante este problema. Por eso, esta relación sirve para enjaular a este monstruo. Algunos se aman mucho a sí mismos, hasta que entran en esta relación. Y ahí empiezan los problemas.
El corazón de Jesús era sin monstruo. No tenía este monstruo. Pero la tentación la tuvo. El Diablo lo tentó para que entrara en este camino. ¿Cuando puedo decir que. en mi vida. estoy agradando a Dios? Tengo la fuerte impresión que con sólo entender este problema de mi corazón, y querer tratar, de todo corazón, con este problema en mi interior, y trabajar en mi vida para permitir que el Espíritu produzca el ser como Jesús en mí, sólo esto ya alegra muchísimo a nuestro Padre. Que nuestro corazón esté inclinado en esta dirección como estaba David. Que tengamos esta decisión muy en nuestro interior : Honor para mí es una tontería. Es algo impresentable. Es una cosa corrompida y fea. Porque el único que es digno de honor es Dios.
Muchas veces nos escuchan hablando de Iván, Y recuerdo momentos impresionantes con Iván. Uno de ellos me marcó mucho. Estaba orando con Iván. Y él oró así: "Señor, tu sabes que no nos alegra que nos den honor". Y él dijo esto delante del Señor, no nos alegra que nos den honor. Yo pensé: "No, a mí me alegra". No pude decir amén a esta oración. Porque a mí me alegra. Así que tenemos a Jesús. Vemos a un hombre terriblemente malo como David, que hizo lo que hizo. Y sin embargo, Jehová se alegraba en el corazón de David. Y puedo decirles que vi esto muy fuerte en la vida de Iván. Quizás fue la enseñanza que Iván nunca predicó, pero estaba siempre enseñándonos.
Oración final: "Gracias Padre por Jesús. Te pedimos de tu misericordia para poder andar en este camino. Para que nuestra vida tenga sólo un sentido: Alegrarnos con tu gloria. Y servir para su gloria como tu Hijo te sirvió. En el nombre de Él te lo pedimos. Amén"
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.