jueves, 3 de abril de 2014

¡Que el Señor nos envíe profetas! - Leonard Ravenhill

"Por qué no llega el avivamiento"



Una mirada a la iglesia hoy día nos hace pensar cuánto tardará un Dios Santo en cumplir su amenaza de vomitar esta Laodicea de su boca, pues si en algo están de acuerdo los comentaristas del Apocalipsis es que nos hallamos en la era de Laodicea en cuanto a la Iglesia.


Cristo es ahora «herido en la casa de sus amigos». El santo Libro del Dios viviente sufre más ahora de sus expositores que de sus opositores.

Sólo la Iglesia puede «poner límites al Santo de Israel» y hoy día lo hace con extraordinaria habilidad. Si hay grados en la muerte, entonces la peor muerte que conozco es predicar acerca del Espíritu Santo sin la unción del Espíritu Santo.

Debemos trazar, o sea, exponer bien la Palabra de Verdad. El texto: «He aquí yo estoy a la puerta y llamo» (Apocalipsis 3:20) no tiene nada que ver con los pecadores. Aquí encontramos el trágico retrato de nuestro Señor a la puerta de su iglesia laodicense tratando de entrar. Imagínatelo. En la mayoría de reuniones de oración el texto que más se emplea es: «Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos»; pero con demasiada frecuencia El no está en medio, sino a la puerta. Cantamos sus alabanzas, pero rehusamos su persona.

¡Oh creyentes en bancarrota, ciegos, y todavía alabándose de sus virtudes! Estamos desnudos y no nos damos cuenta de ello; somos ricos (nunca había tenido la iglesia mejores equipos que ahora), pero somos pobres (nunca había tenido menos unción espiritual que al presente). No tenemos necesidad de ninguna cosa (y, sin embargo, nos faltan casi todas las cosas que caracterizaron a la iglesia apostólica). ¿Puede El estar «en medio de nosotros» mientras nosotros mostramos sin ninguna vergüenza nuestra desnudez espiritual?


¡Oh, cuánto necesitamos el fuego! ¿Dónde está el poder del Espíritu Santo que rinde a los pecadores?
Los grandes predicadores hacen famosos los púlpitos, los profetas hacen famosas las prisiones. ¡Que el Señor nos envíe profetas, hombres terribles que alcen la voz y no callen, lanzando ungidos ayes sobre naciones corrompidas hombres demasiado ardientes para ser aceptados, demasiado duros para ser oídos, demasiado justicieros para ser tolerados! ¡Estamos cansados de hombres adornados con vestidos suaves y suave lengua, que usan ríos de palabras con unas gotas de espiritualidad, que saben más de competencia que de consagración, y de promoción que de oración! ¡Pastores que sustituyen la propagación por propaganda y se cuidan más de la diversión de la iglesia que de su santidad!

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