Extractado del libro del mismo nombre de Evangevaldo Farías
El otro día, revisando mis cosas, encontré un pequeño pedazo de papel donde, hace años atrás escribí:
“Cómo me avergüenza que aún no he encontrado en Dios todo mi placer”.
Al leer aquella frase sentí mucha más vergüenza. Recordé que cuando la había escrito estaba compungido y sinceramente deseoso de vivir para el completo agrado de mi Señor. Pero pasados tantos años,pestaba viviendo el mismo conflicto, la misma necesidad, y nuevamente no pude contener el llanto. Una vez más, delante de mi Fiel y misericordioso Sumo Sacerdote, derramé mi corazón en oración. Él me llenó de esperanza. ¡Aleluya!
Aun no habiendo en el mundo nada que sea realmente importante para mí, aunque no haya un hobby o pasatiempo preferido. Aunque no exista ninguna actividad que yo considere necesaria y sin la cual no pueda vivir, aun así, hay algo de mí que no encuentra placer en Dios. El problema no está en el mundo, ni en aquello que el mundo me pueda ofrecer: el problema está dentro de mí. Es mi propia carne la que se rehúsa vivir para Dios1. El problema soy yo mismo, miserable hombre, que pretende hacer de sí mismo el centro de su vida.
¿Qué llevaría al hombre a desear otra cosa más que la comunión con Dios? ¿Qué, en esta vida o en la venidera, podría ser preferible a la presencia de Dios? ¿Qué cosa es esta llamada carne, que consigue hacernos olvidar de cuán dulce es la comunión con el Señor, y nos lleva a buscar contentamiento y descanso en otro lugar o actividad, y no en la presencia de nuestro Dios bendito? ¿Qué poder terrible es este que hace que tengamos motivaciones íntimas que apuntan para nuestra alabanza y no para la gloria de Dios? ¿No fuimos creados para alabanza de su gloria? ¿Por qué, entonces, no vivimos solo para su gloria?
¿Cuándo hallará el Espíritu Santo el ambiente para convencernos de que la palabra en 1ª Corintios 10:31 no es retórica de Pablo, sino la voluntad de Dios
1: Rom. 8:6-7
para nosotros en cada detalle de nuestra vida? Así que “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”, es la voluntad explícita de Dios para nosotros. Con todo, ¿quién de nosotros vive esta excelencia? De las personas que conocemos, ¿cuántas viven así?
¡Qué extraño es encontrar un corazón totalmente libre para ser sólo del Señor!
Miro a Jesús y me lleno de esperanza, la fe se renueva en mi corazón. Percibo una vez más que somos la familia de Dios, somos su descendencia, nacimos de su Espíritu. Habita en nosotros el mismo Espíritu que habita en Cristo, tenemos su “ADN”1. Podemos ser como Él fue en esta Tierra2. ¡Aleluya! Mirándolo a Él puedo confiar que es posible ser así.
En estos últimos días he estado lleno de esperanza respecto a que el Señor traerá tiempos de refrigerio para nuestra alma sedienta. Aún en medio de la“multiplicación de la iniquidad” y los “tiempos difíciles” que caracterizan a los últimos días, cuando “el amor de muchos se enfriará”, tengo la certeza de que el Señor se dará a conocer a su Pueblo de modo nuevo y revolucionario. Que su gloria, como nunca antes, será vista en la Iglesia. Su Amada Novia estará ataviada, preciosa para esperarle3.
Dios convoca a los suyos a la santidad y a la comunión4.
¡Presentémonos! ¡Ofrezcámonos! Seamos contados entre aquellos con los cuales Él se mostrará fuerte. Seamos, cada uno de nosotros, de aquellos cuyo corazón es totalmente de Él. Él lo merece.
“Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia.” (Sal. 16:3)
¡Aleluya!
1: Juan 20:17; Heb. 12:11; 1 Cor.15:48-49; Ef. 5:1 / 2: 1 Juan 4:17 / 3: Tito 2:11-15; 2 Pedro 3:11-12 / 2 Cor. 7:1; 2 Tim. 3:12; Salmo 4:3; 65:4
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