Meditación de IVAN M. BAKER, 1/11/2000
Son las 4:49 de la mañana y vino fuerte sobre mí la carga del mensaje que debo predicar.
Cuando entré gozosamente a este movimiento de renovación, lo hice porque entendí que volvíamos a las Escrituras, a la plenitud de las Escrituras; que nunca más íbamos a tapar la unción del Espíritu, sino que nos íbamos a entregar a ella gozosos. El bautismo en el Espíritu Santo no sería más un tema tabú que producía una confusión cotidiana, ni una teología bíblica, sino una aclaración poderosa dada por el Señor.
Dios nos hizo volver al Evangelio del Reino, que se había predicado tan confusamente .Yo pienso que no necesitamos agregar palabra a lo que ya se dijo. Yo adhiero al Evangelio del Reino como premisa para que la obra que hagamos sea acepta a Dios. El Evangelio del Reino difiere fundamentalmente del evangelio de las ofertas porque solo en el primero se cumplen las demandas de Dios y de su Palabra sobre nuestras vidas, entendiendo que un
discípulo es uno que oye todo lo que Cristo dice y hace todo lo que Cristo manda. No se dan solamente las bendiciones de Dios y las ofertas del Señor, sino que también las demandas están igualmente claras e inconfundiblemente explicadas. De lo contrario, el Evangelio pierde sustancia.
Entendí que el Evangelio del Reino es el gobierno de Dios en nuestra vida. El gobierno de
Dios significa que somos sujetos al Él; que no solamente bebemos de la fuente de la
bendición prometida, sino que somos fuertes y hábiles en poner nuestras vidas en
sacrificio vivo, en salir del mundo y de su concupiscencia, en huir de él y ser un pueblo
peculiar, donde todas las demandas de Dios están presentes y cumplidas, por lo tanto
todas las promesas de Dios están igualmente presentes y cumplidas. Pero esto es
imposible si la premisa es que el ministerio sea agradar el oído de los oyentes, dedicarles
sermones positivos, un mensaje de que todo va bien, llevarles al éxtasis de la no
responsabilidad, de la no consagración, de la no santidad de la carne. Sin embargo, sin
santidad no veremos al Señor.
Principios fundamentales que debemos enfatizar:
1. La bendición: si no hay bendición, no hay Evangelio. Tenemos que enfatizar labendición, el amor de Dios, la paciencia de Dios, la misericordia de Dios, las
promesas del Señor. Ese es el Evangelio, las Buenas Noticias, el llamado.
2. Las condiciones: por ejemplo, no solamente puedo y debo decir “la sangre de
Jesucristo me limpia de todo pecado”, sino también: “si andamos en luz como Él
está en luz, tenemos comunión unos con otros”. El versículo es incompleto sin esa
parte. En verdad debo predicar así: “pero si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de
todo pecado”. El don que Dios da a los que son fieles es la sangre que nos limpia,
pero no podemos dar indiscriminadamente esta palabra fuera de su contexto a
nadie. Siempre irá junto con el contexto, la condición con la bendición.
3. La advertencia: Es el tercer elemento indispensable. Son las palabras que
comienzan con “cuidado que”, o “no sea que”. Eso también tenemos que darlo;
no es cuestión de predicarlo todos los días, pero tenemos que estar seguros de
que la congregación entiende su responsabilidad ante el gran amor de Dios. Este
ingrediente tiene que estar presente para que podamos decir con verdad que
basamos la iglesia sobre la predicación del Evangelio del Reino.
Así que hay tres cosas sobre las cuales basamos este Evangelio: Primero la bendición, la
igualmente explícita condición y frecuentemente la advertencia: “Ten cuidado que”, “No
sea que”. Por ejemplo:
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que
hemos oído, no sea que nos deslicemos”.
El uso indiscriminado de las bondades y de las bendiciones de Dios, dadas
deliberadamente y sin contexto, es el oprobio de la iglesia. Es el final del Evangelio, es la
corrupción del mundo y del corazón del hombre, la mezcla infinita que siempre trajo dolor
y confusión. La espada tiene que ser aguda, tiene que ser de doble filo, tiene que penetrar
hasta las coyunturas y los tuétanos, hasta que discierna los pensamientos y las intenciones
del corazón. ¡Oh hermanos, qué importante es que este Evangelio sea predicado, que este
Evangelio sea vivido!
Este es el Evangelio del Reino, el Evangelio glorioso, el de las Buenas Noticias de Dios. Es el
evangelio que santifica, que purifica, que forma discípulos, santos, hombres y mujeres
esclavos de Cristo. Pone la alarma y el pueblo huye de la tentación, huye del pecado, huye
del mundo a los brazos de Dios para ser pueblo santo y agradable a Él. Por eso tenemos
que predicar la bendición, la condición y la advertencia.
Pero en general siempre se busca la bendición. Siempre queremos responsabilizar a Dios
por todo y no tener ninguna responsabilidad nosotros. La palabra dice muy claramente
que sin santidad no veremos al Señor. Si el Evangelio que predicamos no lleva a la Iglesia a
la santidad, somos falsos testigos de la verdad. Somos parte del elenco que Pablo señala,
de los que retiraron sus ojos de la Palabra y se volvieron a las fábulas. Porque encontraron
filones interesantes de poca doctrina y mucha bendición, para complacer el oído de los
oyentes.
Pero en cuanto al mismo Pablo, amonesta a Timoteo solemnemente: “Te conjuro delante
de Dios”, como haciendo juramento delante del Señor, invitando a Timoteo a un
verdadero pacto mutuo a predicar la Palabra en tiempo y fuera de tiempo, a redargüir, a
exhortar con toda autoridad y doctrina; en tiempo y fuera de tiempo, cuando quieren oír y
cuando no quieren oír, lo agradable y lo desagradable, juntamente; la bendición, la
condición y la advertencia; “porque vendrán días cuando no sufrirán la sana doctrina,
quitarán sus ojos de la Palabra y se volverán a las fábulas”. Esos serán falsos maestros,
falsos profetas que van a terminar en la perdición.
Pablo sabía que Timoteo podía llegar a ser débil frente al reto de Dios, frente a la
demanda de Dios. Por eso enfatiza que habrá tiempo cuando quieren oír y tiempo cuando
no quieren oír: “redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”. Una cosa
no es posible: tener mensajes complacientes e iglesia santa, con pastores livianos y no
consagrados, ¡imposible! Los pastores tienen que orar por la santidad, clamar por la
santidad, predicar la santidad. Dios quiere un pueblo suyo propio, celoso de buenas obras.
Recién cuando tomamos todo el capítulo de las advertencias, empezamos a darnos
cuenta cuál es el ministerio que tenemos que dar. Seguramente no es liviano,
seguramente no complace al auditorio. Seguramente contiene muchas cosas que
molestan, por eso no las queremos decir. Pero si no las decimos, nos transformamos en
falsos enseñadores y nos unimos al elenco de los profetas falsos. ¡Dios nos libre y nos
guarde! ¿Eso empaña el gozo? No. El gozo no es cantar lindas canciones y reír en la
reunión. El gozo viene de la obediencia, cuando los siervos de Dios están bien
alimentados, nutridos en la verdad, cuando tienen sus vidas limpias y sus ojos abiertos,
cuando se han santificado, sus ropas están limpias, sus lámparas encendidas y el aceite de
Dios llenando la cuba.
Esta es la Iglesia que Dios aprueba. Debemos ministrar de tal manera que Dios apruebe
nuestro ministerio. No será fácil. No fue fácil para Pablo ni para Timoteo. Por eso este
recado tan fuerte, tan angustioso, tan solemne que el padre espiritual da a su hijo y
discípulo Timoteo:
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los
vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino,que prediques la
palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende,
exhorta con toda paciencia y doctrina.”.
Este es el movimiento de restauración que Dios nos propuso, es el Evangelio del
movimiento de restauración. Esta es la santidad que Dios demanda y éste, el día de hoy,
es la segunda oportunidad que Dios nos da de levantar un pueblo así. Si fallamos, me
parece que no tendremos más oportunidades.
Cuidémonos unos a otros, amonestémonos como Pablo amonestó a Timoteo; quitemos
todo lo liviano, todo lo teórico, lo carismático que no obedece al Señor. Lo lindo, lo
agradable que hace saltar y cantar a los santos pero no les da la palabra correcta, no los
amonesta como corresponde. Las festividades de alegría que no contienen en la intimidad
de sus espíritus la verdadera palabra del Evangelio, la verdadera santidad, la verdadera
solemnidad frente a las riquezas de la gloria de la herencia que nos ha sido ofrecida. ¿Qué
tienen que ver las reuniones con esto? Si no traen esos ingredientes de santidad, si no
está la amonestación, si no está la aclaración meridiana, si no está la exhortación santa, si
no está la demanda espiritual y divina, no hay nada, ¡no hay nada! Hemos perdido el
tiempo de Dios y el nuestro. Hemos engañado al pueblo que Dios puso en nuestras manos
para que lo instruyamos y exhortemos al amor, a las buenas obras y a la santidad, sin la
cual nadie verá al Señor.
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que
hemos oído, no sea que nos deslicemos.”
No seamos livianos en el uso de la Palabra. En estos días escuché el mensaje de un
hermano que usó justamente la bendición más grande con la liviandad más profunda:
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro”
olvidó de que esto está dirigido a una iglesia que sufre, pero no por sus pecados, sino por
su fidelidad; por eso les dice:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o
persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero.”
Hemos entregado todas las cosas a Cristo. Hemos rendido la vida, tiempo, honor y gloria a
Él, entonces viene la Palabra para esta clase de discípulos: “ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados ni potestades…” ¿pero a los demás? Les dice:
“es necesario que con más diligencia atiendas las cosas que has oído, no
sea que te deslices”
Por eso dijo Cristo:
“Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará… y los recogen, y los
echan en el fuego, y arden”.
También dice Pablo:
“Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente
para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en
esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.”
También dice de sí mismo:
“Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera
peleo, no como quien golpea el aire,sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo
en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo
venga a ser eliminado.”
Otra palabra de Pablo:
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros
mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en
vosotros, a menos que estéis reprobados?”
rotas y que no contienen agua. Eso fue lo que les pasó a los Efesios, y está registrado en el
capítulo 2 de Apocalipsis. Dejaron su primera forma de servir a Dios; la instancia es volver
al principio, y hacer las primeras obras. Las primeras obras que hicieron cuando no
conocían otra cosa que a Cristo, no tenían otra Biblia que el Espíritu que les guiaba, no
tenían otra voz que la de Cristo, no eran teólogos, no conocían aún la Biblia. Estaban
guiados por el Espíritu de Dios, las cisternas profundas llenas de agua de Dios estaban
corriendo entre ellos… hasta que se hicieron sabios y entendidos en materia de religión,
de doctrinas, comenzaron a copiar métodos. Luego, lo que empezaron en el Espíritu lo
siguieron en la carne, al punto que el Señor, a una iglesia que trabajaba diligentemente,
que no desmayaba, que había hecho muchas cosas religiosas, de aparente buen nombre,
la descalifica. Y les exige que vuelvan al principio. Algunos piensan que tenían que poner
más amor. No es eso lo que la Palabra dice:
“Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras
obras;”
El primer amor era cuando todo lo hacían en Cristo. El amor de ahora es religioso,
teológico, lo divino elaborado por el hombre, lo divino administrado por el hombre, lo
divino hecho en la virtud, cansancio, fatiga y dedicación del hombre.
Dios no olía perfume grato; ellos fueron salvos, pero la propuesta no es que meramente
se salven por fuego. El ejemplo de Cristo es elocuente:
“Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que
mora en mí, él hace las obras.”.
El ejemplo de Pablo es contundente: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. No mis tinajas,
no mis cisternas; las de Cristo, las de Dios. Las mías están rajadas. “Texto sin contexto es
pretexto”. Dios nos libre al enarbolar la bandera de la renovación, de la restauración, del
avivamiento que empezamos hace treinta años. Ahora Dios nos da una nueva
oportunidad, y que esta nueva oportunidad venga con todo el poder de la Palabra, con
toda razón del Espíritu, con toda amonestación de lo alto, con toda fuerza; imitemos a los
hombres que así predican, que así enseñan e imitémoslos como hombres dignos de ser 6
imitados. Pero los que juegan con la doctrina, los que buscan formas de atraer, los que
insisten en dar al pueblo lo que el pueblo quiere recibir, van a ser finalmente
descalificados y no habrá para ellos esperanza. Dios nos libre de ser negligentes, o torpes
e ignorantes en las cosas más importantes, como el Reino de Dios, el Evangelio de Cristo,
el llamado del Señor.
Dios está trabajando para que tener un pueblo propio, santo, celoso de buenas obras.
Amén.
Algunos versículos que pueden enriquecer esta palabra:
Hebreos 2:1-3
Hebreos 12:12-17
Hebreos 5:11-14 y 6:1-9
Hebreos 10:36-39
Hebreos 3:12-14
Santiago 2:14 y 26
Juan 15:1-6
Romanos 11:16-22
1º Corintios 9:26-27
2º Corintios 13:5
Hebreos 3:12-14