Los tipos de esclavos.
Hay tres tipos de esclavos en el plano
religioso: los del deber, los del interés y los del miedo. La
esclavitud del deber es moral, pero deja a la persona sin alegría.
Aquel que hace lo que hace por obligación es alguien responsable, no
obstante vive, muchas veces, sin contentamiento real.
Normalmente realiza todas las cosas
con gran empeño, con un objetivo promocional de su desempeño
arraigado en la realización de las tareas.
El deber es extrañamente cómplice de
la personalidad perfeccionista. Detrás de un ejecutivo con un carácter
obsesionado por el deber, se encuentra un esclavo de elogios, que
vende su alma carente de aprobación por recibir aunque sea el menos
signo de reconocimiento. No le gusta vivir sin reflectores, por eso
busca hasta el menos farolito que ilumine su silueta obesa y ávida de
apreciación positiva de cualquier observador.
La imagen del deber cumplido aprecia
ostentar los trofeos que le garanticen los aplausos de la gente
acreditada para hacer evaluaciones.
Soportar la critica pesada es un
quehacer ingrato en demasía para esos esclavos de si mismos, que
viven a la caza de loores.
Luis Allen, en su tesis de doctorado
sobre lideres fuertes, dijo lo siguiente: aquellos que son obcecados
por el éxito, pero vienen de familias pobres y carentes, acaban
cercados por ayudantes aduladores que ayudan a promover su imagen
ante la opinión pública. Ellos se envician en la consagración y son
esclavos de sentimientos engañosos. Si no nos lisonjeados, quedan
ofendidos y dolidos, obteniendo de este modo las lamidas como masajes
a su ego.
Los incentivos son instrumentos
excelentes para estimular a las personas y hacerlas proseguir, pero
todos aquellos que dependen el estimulo para mantenerse en la cuerda
floja de la opinión pública son esclavos baratos que no valen el
galanteo. Si nosotros no soportamos una condenación injusta, es
porque tenemos justicia propia en demasía y somos esclavos de
emociones aplastantes. El deber es el déspota que consigue reprimir
la única oferta que da verdadera identidad a una persona: el amor.
Otro tirano que consigue esclavos bien
baratos es el interés.
Sacar beneficio es una trampa que
siempre atrapa a gente ambiciosa. Si muchos venden su alma por una
buena imagen, hay un grupo mucho mayor que negocia por baratijas. La
lucratividad es un impotente señor de esclavos. No es bueno perder,
pues toca nuestra autoestima. Nadie quiere estar en segundo lugar, y
un buen resultado siempre fomenta la garra y el esfuerzo sudoroso.
La esclavitud de mérito, tanto del
deber como de la lucratividad, es una prisión de máxima seguridad.
Aunque los esclavos del deber sean ética mente más admirados, los de
la lucratividad son mucho mas osados y consiguen beneficios más
significativos. Pero tanto el deber cumplido como el premio
conquistado son generadores de esclavos.
La religión compra a mucha gente con
promesas y usa un patrimonio futuro como garantía para ganarse a las
personas más carentes.
Como todos nosotros somos de alguna
forma necesitados de cuidados especiales, los agentes de ese comercio
instigan a las pobres almas con la pericia de quien va a tener algún
provecho.
Sin embargo, hay una prisión mucho mas
reforzada que las dos anteriores. Es el calabozo del miedo. Una
multitud tímida vive, en este mundo, dominada por el pavor y esclava
en las riendas de las amenazas.
Sé que hay un temor necesario, ya que
un persona totalmente sin miedo es una gran imprudencia. Aquel que no
tiene temor a cosa alguna a cosa alguna termina destruyéndose en la
imprudencia de sus elecciones.
Por ende, la esclavitud del miedo es la
pero forma de dominación.
Nunca encontré un esclavo mas esclavo
que el esclavo del pánico. El miedo ahoga la esperanza y mantiene la
existencia bajo medidas cautelares. Una persona aterrorizada es una
persona que no consigue celebrar la vida y festejar la aceptación
incondicional de Cristo.
Job era un esclavo. Su discurso confirma
el síndrome de la víctima y su posición ratifica la esclavitud del
deber y del miedo de perder. Además, Job vivía bajo la sombra de la
desconfianza. Porque el temor que me espantaba me ha venido, Y me ha
acontecido lo que yo temía. Job 3:25 Este es el perfil del esclavo
del miedo y jamas las marcas de un hijo. Una relación dominada pro
un porrazo que podría acontecer es una sujeción inaceptable en la
vida de alguien que conoce el amor incondicional de Dios.
EL PEOR DE LOS DICTADORES
El miedo es el peor de los dictadores.
Este apareció en el mundo después del pecado en el jardín del Edén
y ha controlado la historia de la raza humana con mano de hierro.
Debajo de su brazo fuerte, hay una presión asfixiante que sofoca a la
víctima como una anaconda. Quien vive reprimido por el miedo no
consigue gozar de la intimidad de ser hijo de Dios. Aunque el temor
del Señor sea el principio de la sabiduría, ningún hijo de Abba
puede tener miedo de El. Mas allá de todo, la Biblia es muy clara:
En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el
temor; porque el temor lleva en si castigo. De donde el que teme, no
ha sido perfeccionado en el amor 1 Jn. 4:18
El significado del temor del Señor no
es el miedo, sino el respeto, consideración, reverencia. Ningún hijo
de experimenta la comunión con su padre bajo el control del miedo.
Es imposible vivir relajado en un ambiente controlado por el
amedrentamiento.
Abba no es un verdugo. Aunque yo tenga
un profundo respeto por El, o el mismo temor ante su santidad, yo
nunca puedo tener miedo de El. Mi relación con mi Padre celestial
tiene que ser necesariamente amorosa y afectiva. Aunque El sea extraordinariamente majestuoso y fuera
de mi compresión tridimensional, no es un ser que da miedo a sus
hijos.
Yo no puedo estar desconfiando de su
amor incondicional, ni esperando algún perjuicio de su parte, que me
deje aterrorizado. Abba no es un ser atemorizante tratando de asustar
personas. Todo lo que El hace o permite tiene un propósito
maravilloso, definido en su amor para con sus hijos.
El amor es la esencia de Abba, y en su
naturaleza no hay indicio alguno de déspota, tirano o incitador de
cautiverio. El apóstol sabia de esto muy bien cuando dijo con
precisión milimétrica:
Pues no habéis recibido el espíritu de
esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el
espíritu de adopción, por el cual clamamos ¡Abba Padre! Ro. 8:15
La religión ha producido los esclavos
mas deprimentes que se pueden encontrar por ahí. Pero el evangelio
de Jesucristo es el granero de los hijos de Dios que viven en la
libertad del amor. Ningún hijo de Dios convive con el miedo de ser
rechazado o con la posibilidad de ver evaluado su certificado de
nacimiento. El Padre no engendra un hijo para después abortarlo. Y,
en el reino de Dios, no hay guarderías y orfanatos con hijos
abandonados o niños de la calle.