lunes, 4 de noviembre de 2013

VIVAMOS EN VICTORIA (Predicado por Iván Baker en el retiro de pastores año 1987)


Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.2° Corintios 2:14

Hace algunos años me detuvo en el circo romano frente a las ruinas de lo que había sido, hace ya casi veinte siglos, el magnífico palacio del Emperador Nerón. Ya nada quedaba de la gloria de ese lugar, pero aún se hacía visible en la arena de la pista oval que se extendía a la derecha y a la izquierda del palacio. Desde allí es que el emperador contemplaría, en medio del entusiasmo de la multitud, el paso de los legendarios carros romanos impulsados por los veloces caballos.

Culminaba la fiesta cuando el vencedor se presentaba radiante, emocionado,
con los brazos levantados en señal de victoria, y recibía, quizá de la misma
mano del emperador, entre el estruendoso aplauso y los vítores de la multitud
enfervorecida, la corona de laureles, el trofeo de la victoria.
Pero pronto se eclipsaron estas imágenes y un pensamiento profundo y
solemne me sobrecogió. Según cuenta la historia, allí mismo, frente al
palacio, era posible que mis pies pisaban la tierra misma que bebió la sangre
de nuestros hermanos que dieron sus vidas por ser fieles a Jesús. Ellos
penetraron las regiones celestiales entre las aleluyas de los ángeles.
Triunfaron; “no amaron sus vidas hasta la muerte”. Ceñirán sus coronas.
Nada mejor aquí que recordar las palabras de Pablo:
 “¿No sabéis que los que
corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el
premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de
todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible,
pero nosotros, una incorruptible”. 2° Corintios 2:14

LA VICTORIA DE CADA DIA GARANTIZA LA VICTORIA FINAL
Así como una línea está formada por una sucesión de puntos donde cada
punto conlleva y orienta la línea, nuestra victoria final es el producto de
constantes, pequeñas victorias obtenidas en cada paso de nuestra vida
cristiana.
El Señor quiere que siempre seamos victoriosos. Juan nos dice que: “todo lo
que es nacido de Dios vence al mundo” (1° Juan 5:4). Lo dice también Pablo
en el texto citado al principio. Notemos que Juan dice que todos triunfamos:
“Todo lo que es nacido de Dios…” Pablo subraya siempre: “Dios nos lleva
siempre en triunfo…” Entonces es la voluntad de Dios que todos seamos
siempre triunfantes, cualquiera sea la circunstancia: en la salud, en la
enfermedad, en la abundancia, en la escasez, en el despojamiento e todo, en
la vida o en la muerte. ¡Siempre y en cualquier circunstancia, en Cristo
somos más que vencedores! (Ver Romanos 8:38,39).

DIOS HA PROVISTO TODO PARA QUE VIVAMOS EN VICTORIA
Podemos estar seguros que nuestro padre nunca nos pedirá algo que no le
podemos dar. Nuestro Padre es justo y lleno de amor y misericordia. Nunca
va a sobrecargar a alguno de sus hijos de una carga que no pueda soportar. Es
cierto que a veces estamos sometidos a pruebas enormes. Pero él nos asegura
que su gracia será suficiente: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados
más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis resistir” (1° Corintios 10:13)
¡Que increíble es esto, que seres tan débiles estén destinados a ser tan fuertes
y victoriosos! ¿Cuál es el secreto? Es que ésta gran victoria no es algo que
nosotros logramos sino algo que Dios hace en nosotros por medio de
Jesucristo, en el poder incomparable del Espíritu Santo, cuando le damos
plena libertad para actuar en nuestras vidas, “…haciendo él en vosotros lo
que es agradable a Dios” (Hebreos 13:21). Quizá Pablo nunca expresó mejor
el secreto de su victoria que cuando declaró: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo…” (Gálatas 2:20).

NECESITAMOS ESTAR BAJO EL GOBIERNO DE DIOS

Si esto es así, ¿Por qué ay tantas creyentes débiles y frustrados? Por mucho
tiempo este fue mi dilema, no sólo al observar otras vidas sino también la
mía. Mis mejores esfuerzos por ser victorioso frecuentemente terminaban en
desaliento. Después comprendí cuál era la traba: yo estaba esperando
bendición de Dios, cuando algunas de las áreas de mi vida no estaban bajo el
gobierno de Dios. Estas áreas estaban bajo mi control. Había una mezcla
entre su voluntad y la mía.
Pronto me di cuenta que era inútil luchar con Dios. El no me había mentido.
Cuando me llamó me pidió todo, y me di cuenta que él no iba a cambiar.
Ahora digo: ¡Aleluya; que bueno es que Dios no cambia! Ahora me doy
cuenta que toda mi vida debe estar bajo su autoridad. Este es un paso esencial
para nuestra vida de victoria.
Pero esto no es todo. Porque quizá nos queda la idea de un sometimiento
pasivo a la voluntad de Dios. Nada más equivocado. Someternos solamente
no nos hace victoriosos. La victoria es efecto de una lucha, y ninguna lucha
es pasiva. Somos soldados. El combate arrecia cada día contra el enemigo
que nos asedia constantemente.
Al someternos a Dios él nos da sus recursos para ser triunfantes en ésta
lucha. Aquí de nuevo debemos entender bien: Dios nos manda tomar todos
los recursos que él nos da. No es suficiente tomar algunos. Esto es
justamente lo que nos recomienda el apóstol Pablo: “Tomad toda la
armadura de Dios” (Efesios 6:13-18).

Al decir, “toda la armadura”, vuelvo a decir que no será suficiente tomar una
parte. Por supuesto, nuestra lucha es espiritual, y las armas que debemos usar
son espirituales, pero Pablo nos describe estas armas con el ejemplo de la
antigua armadura romana. Quisiera anotar algunas cosas que me hicieron
mucho bien, pero primero consideremos la acción de nuestro adversario.

LA ESTRATEGIA DEL ADVERSARIO

Pablo ponía atención en “no ignorar sus maquinaciones”. ¿Cómo son sus
ataques? ¿De que manera se manifiestan? Hay tres áreas en que generalmente
ataca:
 Nos incita a licencias y pecados sexuales.
 Trata de desalentarnos.
 Procura estimular nuestra altivez.
Estos ataques nos pueden llegar por mil vías y agentes diferentes. De
nuestro andar entre la gente, en el trabajo. De los medios de difusión. De
nuestro tiempo perdido en vanidades. De los flechazos de impureza que
nos llegan de las imágenes y las canciones sensuales.
Otro terreno que codicia es el hogar. Le encanta producir conflictos en el
matrimonio, entre padres e hijos. Otro terreno predilecto es el de la
iglesia, produciendo conflictos entre hermanos, pastores y obreros. Pone
toda su astucia para evitar que cooperen, para impedir que oren, que sean
santos.
El objetivo de sus ataques es que nos rebelemos contra Dios, hacernos
desobedecer y destruir nuestra vida espiritual.
Sin embargo, Dios ha provisto toda la protección necesario. Para cada
situación nos ha dado adecuada salida; para cada ataque la adecuada arma
de contraataque. Toda ésta protección es tan perfecta porque ¡El mismo
Jesús, gloriosamente presente en el Espíritu, es nuestra protección! Cristo
ya nos ha dado la victoria. Tratamos con un enemigo ya vencido en Cristo
Jesús nuestro Salvador.

¿CUALES SON NUESTRAS ARMAS ESPIRITUALES?

Volvamos a la carta de Pablo a los Efesios para ver la alegoría de la
armadura las piezas que se señalan para nuestra defensa. Después
veremos las de la lucha y el ataque. Estas piezas de armadura representan
nuestra conducta, nuestra forma de vivir. Nuestro caminar en rectitud es
nuestra primera protección. Jesús pudo decir: “Viene el enemigo, pero
nada tiene en mí”. No había pecado en Jesús; el enemigo no tiene parte en
él.

Primero Pablo indica que deben estar “ceñidos nuestros lomos con la verdad”

Luego que debemos estar vestidos con “la coraza de justicia”.
También que debemos tener “calzados los pies con el apresto del 
evangelio de la paz”.
Además, nos recomienda: “Tomad el yelmo de la salvación”.
Ahora vemos las armas que debemos usar en el combate:
“Sobre todo el escudo de la fe”
En segundo lugar, Pablo nos insta a tomar “la espada del Espíritu, que es 
la palabra de Dios”.
Luego nos dice que debemos estar “orando en todo tiempo, con toda 
oración y súplica, y velando en ello”.
En realidad al ponernos ésta armadura estamos “revistiéndonos de 
Cristo” (Gálatas 3:27). ¿No es él nuestra verdad, justicia, la gloria de 
nuestro evangelio, nuestra salvación? ¿No es de su boca que sale la 
espada de dos filos, y que él nos ha dado? ¿No es él nuestra oración? El 
abrió el camino por su sangre para que podamos orar. Ayuda nuestra 
flaqueza por su Espíritu. ¡Nuestra victoria es revestirnos de él!

NUESTRA ESTRATEGIA EN EL COMBATE

Hemos revisado la estrategia de nuestro adversario y la manera en que 
nos llegan sus ataques. Hemos pasado revista a nuestras armas. Ahora nos 
toca revisar nuestra estrategia en el combate.
 Debemos estar conscientes que nuestro enemigo nos acosa. No es 
cuestión de una vez por semana. La batalla es sin cuartel y sin 
horarios.
 Debemos estar velando, “orando en todo tiempo y velando en 
ello”.
 Debemos actuar sin demora cuando el Espíritu Santo nos advierte 
un ataque.

Algunas exhortaciones finales:
Indignémonos santamente ante cualquier insinuación a la impureza. Tratemos 
de la misma manera toda insinuación hacia nuestra propia exaltación. 
Apliquemos la sangre redentora sobre toda ofensa. Aprendamos a triunfar 
sobre todos los defectos. Aprendamos a desalojar todo lo negativo de nuestra 
mente por medio de la salvación que Cristo nos ha dado. Llenemos la mente 
de fe, confianza y esperanza. Cambiemos nuestras cavilaciones por oraciones 
que se toman fuertemente de sus promesas.

No estamos solos. Busquemos otro hermano/a que esté accesible, y 
pongámonos de acuerdo en el nombre del Señor para orar juntos, confesar y 
exhortarnos y enseñarnos mutuamente. Sintamos carga y responsabilidad el 
un por el otro.

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por 
medio de Aquel que nos amó, Por lo cual esto seguro que ni la 
muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni 
lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna 
otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es 
Cristo Jesús Señor nuestro.
 Romanos 8: 37-39

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