viernes, 6 de mayo de 2016

BREVE RESUMEN DE LA REALIDAD DE LA IGLESIA EN LOS SIGLOS XVII y XVIII


(Basado en el tomo 2 de HISTORIA DEL CRISTIANISMO de Justo Gonzalez)
Gabriel Klaineman
Objetivos.

  • Los objetivos de este bosquejo acerca de esta porción de la historia son:
  • Seguir aportando material que nos ayude a conocer y valorar la “historia de la Iglesia” como uno de los temas a estudiar por parte de los que son miembros de ella.
  • Mostrarnos algún aspecto de como Dios obra e interviene soberanamente en la historia  de su Pueblo. 
  • Afirmar que Dios no tiene “contrato firmado con ningún hombre, ni con ninguna denominación”.


Mostrar que el Evangelio corre desde su inicio interrumpidamente, pasando de mano en mano, de generación en generación y que al igual que sucede con  los discípulos de Cristo a través de la historia, el Evangelio ha sido “como una oveja en medio de lobos al cual el Pastor cuida”.

Alertarnos de no repetir errores.

Introducción.

La grandeza y gloria de Dios puede descubrirse de muchas maneras. Desde contemplar la creación  con toda su variedad y complejidad, hasta acercándonos a la Palabra y descubrir allí “su rostro de amor”.
Cuando pensamos en Dios, su poder, su gloria y su magnificencia resaltan a la vista claramente. No se puede esconder tanta abundancia en un Dios omnipresente, omnisciente y omnipotente.
Sin embargo cuando nos ponemos a mirar la historia de su Pueblo surgen preguntas pues cuesta concebir que Dios haya dejado a aquellos que le tenían que representar, actuar libremente y dejar que lo hayan hecho tan mal.
Cuando uno mira la historia de Israel, es muy difícil no entristecerse a causa de un pueblo “rebelde y contradictor”. Un Pueblo que no supo representar los intereses de Dios ante las demás naciones.
Al mirar la historia del “nuevo Israel”, la Iglesia, nos invade la misma sensación de tristeza y vergüenza y se repite dentro de nuestro corazón la pregunta ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede ser Señor que permitas esto en tu Iglesia? ¿Cómo no defiendes tus intereses con mayor prontitud? ¿Cómo permites que tu Nombre sea descuidado, olvidado y aún blasfemado por tu propio Pueblo? ¿Hasta cuándo callarás?

 Todo el que haga un estudio serio de la Historia de la Iglesia se encontrará con una triste realidad y en su corazón surgirán preguntas como estas. Y creo que estas preguntas no son fáciles de responder. Solo podemos encontrar consuelo en que la Iglesia es de Dios, es su propiedad preciada y sus ojos están sobre ella. Podemos encontrar paz en que Él es su creador y consumador, “Yo edificaré mi Iglesia” dice el Señor. En esto podemos descansar y en ello debemos apoyarnos para cobrar fuerzas y servir a la causa de Dios en pos de la meta que el mismo puso, sabiendo y confiando que al final, en la Segunda Venida de Jesús, habrá una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, una novia ataviada, lista para la boda.

La historia es triste y dura, pero el futuro glorioso. Nos toca vivir este presente procurando serle agradable en todo y trabajar con todas nuestras fuerzas para colaborar en que la Iglesia materialice el Propósito Eterno de Dios y sea por fin, “una familia de muchos hijos semejantes a Jesús”.
Si bien Dios en su soberanía dejó al hombre actuar con cierta libertad y aún permitió que el hombre “maltrate la Iglesia y profane lo santo”, Él no ha soltado nunca el control de su Pueblo. Y aunque la verdad siempre pareció “encaminarse hacia la muerte tomando un callejón sin salida”, Dios siempre hizo resplandecer su Evangelio en uno u otro lugar y de una u otra manera. De la misma forma que como “la obra de redención se expresa en un aparente fracaso y muerte, que luego se consuma en una victoria dada por una poderosa resurrección”, así, la Iglesia a través de la historia, parece fracasar y extinguirse, pero resurge vez tras vez, resucitada mediante el poder de Dios.
Además, queremos proclamar también, y es nuestra esperanza cierta, que todo aquel que sea parte de la Iglesia, un día la verá gloriosa, hermosa, refulgente, representando a su Amado y alegrando el corazón de Dios. Para esto debemos trabajar.

Contexto.
Quisiera referirme muy brevemente a una porción de la historia de la Iglesia, para contemplar desde la posición privilegiada de aquellos que observamos desde la distancia los acontecimientos que se sucedieron, y poder  así, sacar algunas conclusiones.
El momento histórico al que me quiero referir está situado cronológicamente en los siglos XVII y XVIII ¿Cómo era el momento histórico de la Iglesia entonces?
Estamos hablando de la “era moderna”, la edad media con su “oscurantismo” ya había terminado. Justamente el “racionalismo”, “la ilustración”, “él renacimiento”, estaba en su plenitud en aquella época. Entonces, el hombre estaba “pensando” y pretendiendo explicar todas las cosas y queriendo decidir su propio destino.

En esta etapa la Iglesia católica y la Iglesia protestante estaban tratando de respetarse después de un sin número de conflictos y de la triste consumación de estos en la guerra de los treinta años.
Básicamente el Cristianismo estaba concentrado en Europa. La fe cristiana, que se había originado en la zona de Palestina, en el transcurso de la historia y por los acontecimientos que en ella se produjeron, quedó confinada a este continente.

La Iglesia católica separada totalmente de la Iglesia protestante a cusa de la reforma, continuó siendo poderosa en muchas regiones del continente. Aunque en ella, en esta época también hubo un trabajo en pos de una reforma, definición de dogmas y el establecimiento de una ortodoxia más definida, no hubo un acercamiento a un cristianismo bíblico que pudiera llamar nuestra atención. Si quisiera destacar que en los siglos anteriores (XV y XVI), se había dado la conquista del nuevo mundo y que la Iglesia católica estaba trabajando en esa “empresa” y por esto, la obra misionera católica, extendió el catolicismo en muchos lugares lejanos, aumentando así su influencia y poder.
La Iglesia protestante, que es la que atenderemos, no se “embarcó” rápidamente, en los siglos anteriores a la evangelización del nuevo mundo, perdiendo la posibilidad de dar “las primicias” del evangelio en muchas tierras vírgenes.

Esto no pudo ser por la situación política religiosa de la época ya que por ejemplo España que era quien estaba en esta obra de expansión, era básicamente católica. Pero si bien esto es  determinante, es verdad también que la Iglesia protestante tampoco tenía una visión misionera. Justo Gonzalez dice por ejemplo: “Los reformadores del siglo XVI no les habían prestado gran atención a las misiones, pues estaban enfrascados en difíciles luchas en sus propias tierras. Algunos hasta llegaron a decir que la comisión dada por Jesús de ir por todo el mundo y predicar se aplicaba solamente a los apóstoles, y que la tarea de los cristianos a partir de entonces consistía en permanecer en el lugar en que Dios los había colocado.”
En conclusión, la Iglesia protestante no había podido y no había querido “ir a las misiones” en los siglos XV y XVI, tiempos cuando la reforma nació y se consolidó y tiempos donde “el mundo se agrandaba”.

Triste realidad de la Iglesia.
¿En que se encontraba la Iglesia protestante envuelta entonces (siglos XVII y XVIII)? Muertos los “padres de la Reforma” sus sucesores quedaron envueltos en la necesidad de establecer dogmas y definir la ortodoxia para la vida de la Iglesia. O sea, la Iglesia protestante estaba enredada en fijar los fundamentos innegables de su fe y en definir cuáles y como serían las prácticas que se darían en el seno de la Iglesia. Es por esto que a este período de la historia de la Iglesia, se le llama a veces “Era de los Dogmas”.
¿Qué es lo  triste al mirar “la foto” de este momento de la historia de la Iglesia?
En el inicio de la Iglesia, el fuego encendido en la comunidad primitiva por el Espíritu Santo, se había propagado por todo el imperio Romano. Fue así en los tres primeros siglos. Luego, desde Constantino en el siglo IV, “el Romanismo” se apoderó de la antorcha del cristianismo y la fe cristiana se desvirtuó siglo tras siglo hasta “la Reforma” en el siglo XV. Entonces, la “llama de la verdad” parecía que ahora encontraría libertad otra vez para propagarse mediante los Reformadores, pero no fue tan así. Los Reformadores mismos limitaron con sus decisiones la reforma propiamente dicha y la extensión de ella a otros lugares.

Los Reformadores, que pretendían volver a las Escrituras, hallando en ella la liberación de la Religión Católica, cayeron en una religiosidad y rigurosidad semejante  de la que habían salido. Luego, ellos mismos se volvieron contra todos los que pretendían encontrar en las Escrituras la libertad para vivir su fe de una manera distinta a la que ellos planteaban. Este es el caso de los Anabaptistas, perseguidos por los protestantes hasta casi extinguir ese movimiento reformador.
Aunque muchas veces errados en la profundidad de la Reforma, aunque muchas veces errados en los énfasis que hicieron y en las decisiones que tomaron, los Reformadores eran “celosos estudiosos de las Escrituras” y muchos de ellos estaban marcados por profundas experiencias espirituales.
En sus comienzos la Reforma buscaba, a través de sus líderes, establecer sus posturas doctrinales. Con el correr de los años los sucesores de los líderes Reformadores se volvieron en muchos casos “defensores acérrimos de las posturas doctrinales de sus maestros”, más que de las Escrituras. Entonces la lucha por defender ciertos dogmas y definir sus ortodoxias como Luteranos, Calvinistas, etc., tomaron el centro de la escena y concentraron el trabajo del clero protestante. Esta es la imagen, “la foto” de este momento.

En este clima, los que defendían ciertas doctrinas cristianas de los antiguos reformadores, iban tomando un estilo rígido, académico y frio. Basaban su defensa, no centrados en las Escrituras sino en la postura de sus predecesores. Así “el dogma tomó el lugar de la fe viva y la ortodoxia el lugar de la caridad”. Esto hizo que un cristianismo vivo, bíblico y piadoso se diluyera en medio de ortodoxias rígidas y frías vidas religiosas.
Entonces lo que sucedió fue como dijimos, que una vez más, el cristianismo que parecía que iba hallar libertad  en manos de los reformadores, ahora era herida de muerte por los mismos reformadores.

Dios permitió que se dé la paradoja de que, el mismo cristianismo verdadero que casi se extinguió en el “oscurantismo” ahora, de otra manera y con otros participantes, sea casi extinguido en la era del “racionalismo” y la “ilustración”. Esto es un vívido testimonio de que Satanás siempre, desde el principio trató de destruir el cristianismo y lo hizo intentando usar todo tipo de “herramientas”. Sin embargo Dios está sentado en el Trono y no permitió, ni permitirá que la llama se apague.
La “verdad cristiana” que había escapado del catolicismo, ahora estaba presa de la Iglesia Protestante ¿Qué hizo Dios para librarla?
Para salir de esta “fuerza centrípeta” en la que se encontraba la verdad del evangelio, presa del Protestantismo de la época, Dios levantó hombres que colaboraron para que “el fuego vuelva a arder con libertad”.
Estos hombres, lejos de representarnos estrictamente en el cristianismo que queremos vivir hoy, si son “eslabones importantes” en la cadena que se sucedió para que el evangelio llegase hasta nosotros. Por esto, es muy importante conocer estos hombres y algunas de sus enseñanzas y prácticas.

La reacción.
Como respuesta al dogmatismo y racionalismo que reinaban en los siglos XVII y XVIII, surgieron movimientos cristianos que pretendían salir de embudo que apresaba y hundía el cristianismo en la frialdad de la religiosidad estéril. Estos movimientos influenciaron no solo en los lugares que surgieron sino que también fueron parte de la génesis del “movimiento evangelístico protestante hacia las naciones”.
Nombramos a modo, simplemente de esbozo, a dos movimientos que tomaron una postura diferente a la que gobernaba la época.  Estos movimientos son: el Espiritualismo y el Pietismo.

Justo Gonzalez dice del Espiritualismo:
Las discusiones al parecer interminables acerca de los dogmas, y la intolerancia que los cristianos de diversas confesiones mostraban entre sí, llevaron a muchos a buscar refugio en una religión puramente espiritual. Acontecimientos tales como la Guerra de los Treinta Años daban a entender que ambos bandos se habían olvidado de la caridad, que es parte esencial de las enseñanzas de Jesús. Al mismo tiempo, el énfasis excesivo en la recta doctrina tendía a darles mayor poder en la iglesia a las clases pudientes, que tenían mejores oportunidades de educación. Quienes carecían de tales oportunidades eran vistos como niños que necesitaban de alguien que les guiara a través de los vericuetos del dogma, para no caer en el error. Por ello, el movimiento espiritualista de los siglos XVII y XVIII atrajo tanto a personas cultas cuya amplitud intelectual no podía tolerar las estrecheces de los teólogos de la época, como a otras de escasa educación formal, para quienes ese movimiento era una oportunidad de expresión. Así se explica el hecho de que, mientras algunos de los fundadores de los diversos grupos y escuelas eran personas relativamente incultas, pronto contaron entre sus seguidores a otras gentes de más letras y más elevada posición social.
De este movimiento, los Cuáqueros (Jorge Fox) son los más conocidos.
Justo Gonzalez dice del pietismo:
El más notable movimiento de protesta contra el tono de fría intelectualidad que parecía dominar la vida religiosa fue el pietismo. Este se opuso a la vez al dogmatismo que reinaba entre teólogos y predicadores, y al racionalismo de los filósofos.
Ambos le parecían contrastar con la fe viva que es esencia del cristianismo.
Mas, antes de pasar adelante, conviene que nos detengamos a aclarar lo que quiere decir el término “pietismo”. Como ha sucedido en tantos otros casos, éste fue al principio un mote que sus enemigos le pusieron al movimiento, cuyos jefes no se daban tal nombre. Luego, la palabra “pietismo” frecuentemente ha tenido connotaciones negativas de santurronería.
Pero, como veremos en el presente capítulo, los jefes de este movimiento, aunque sí se preocupaban por la santidad de vida y por los ejercicios religiosos, estaban lejos de ser santurrones de rostros pálidos y expresiones amargas. Al contrario, parte de lo que les preocupaba era que la fe cristiana parecía haber perdido algo de su gozo, que era necesario redescubrir.
Por otra parte, el término “pietismo” se utiliza a veces para referirse únicamente al movimiento que tuvo lugar en Alemania, entre luteranos, bajo la dirección de personas tales como Spener y Francke. Pero aquí incluiremos bajo ese título otros movimientos de semejante inspiración, dirigidos por Zinzendorf y Wesley.

Acerca de Spener, considerado el padre del pietismo Gonzalez cuenta: Lo que Spener deseaba era un despertar en la fe de cada cristiano. Para ello apelaba a la doctrina luterana del sacerdocio universal de los creyentes, y sugería que se hiciera menos énfasis en las diferencias entre laicos y clérigos, y más en la responsabilidad de todos los cristianos. Esto a su vez quería decir que debía haber más vida devocional y más estudio bíblico por parte de los laicos, como sucedía ya en los “colegios de piedad”. En cuanto a los pastores y teólogos, lo primero que debía hacerse era asegurarse de que los candidatos a tales posiciones fueran “verdaderos cristianos” de fe profunda y personal. Pero además Spener invitaba a los predicadores a dejar su tono académico y polémico, pues el propósito de la predicación no era mostrar la sabiduría del predicador, sino llamar a todos los fieles a la obediencia a la Palabra de Dios.

En todo esto no había ataque alguno a la doctrina de la iglesia, hacia la cual Spener mostraba gran respeto y con la cual afirmaba estar de acuerdo. Pero sí había un intento de colocar esa doctrina en su justo lugar, de tal modo que no viniera a ser el centro de la fe. El propósito del dogma no es servir de sustituto a la fe viva y personal. Es cierto que el error en cuestiones de dogmas puede tener funestas consecuencias para la vida cristiana; pero también es cierto que quien se queda en el dogma no ha penetrado al centro del cristianismo, y confunde la envoltura con la sustancia.
Lo que Spener proponía era nada menos que una nueva reforma, o al menos que se completara la que había comenzado en el siglo XVI, y había quedado interrumpida en medio de las luchas doctrinales. Pronto algunos de entre sus seguidores empezaron a ver en él a un nuevo Lutero.
Pero los jefes de la ortodoxia luterana no veían con buenos ojos el movimiento que Spener encabezaba.

Este parecía prestarles poca atención a las cuestiones doctrinales que tantas disputas habían costado. Las doctrinas luteranas, y los grandes documentos confesionales, le parecían útiles como modos de resumir las enseñanzas bíblicas; y lo mismo era cierto con respecto a los escritos de Lutero, a quien Spener citaba frecuentemente. Pero nada de esto podía ponerse al nivel de las Escrituras. Aún más, éstas no debían leerse con la actitud fría y objetiva de quien lee un documento jurídico, sino que era necesario leerlas con fe personal y bajo la dirección del Espíritu Santo. Todo esto no era sino lo que el propio Lutero había dicho. Empero ahora la ortodoxia luterana veía en ello una negación de la autoridad del gran Reformador, y por ello atacó vehementemente a Spener y sus seguidores.
Había, sin embargo, ciertos elementos en los que Spener iba más allá de lo que había dicho Lutero.

Como hemos señalado anteriormente, el Reformador estaba tan preocupado por la doctrina de la justificación, que le prestó poca atención a la santificación. En medio de sus luchas por la doctrina de la justificación por la fe, Lutero había insistido en que lo importante no era la pureza del creyente, o la clase de vida que llevara, sino la gracia de Dios, que perdona al pecador. Calvino y los reformados, al tiempo que concordaban con Lutero, señalaban que el Dios que justifica es también el Dios que regeneray santifica al creyente, y que por tanto hay un lugar importante para el proceso de santificación. La santidad de vida no es lo que justifica al cristiano. Pero Dios sí le ofrece su poder santificador al creyente a quien justifica. En este punto, Spener y los suyos se acercaban más a Calvino que a Lutero. El propio Spener había conocido en Estrasburgo y en Ginebra las doctrinas y prácticas de la tradición reformada, y le parecía que el luteranismo necesitaba mayor énfasis en el proceso de la santificación. Esta era parte de la reforma que ahora proponía, y por ello algunos de los teólogos luteranos lo acusaban de ser un calvinista disfrazado de luterano.

A la postre, y aun a pesar de la oposición de muchos círculos oficiales, el pietismo se adentró de tal modo en el luteranismo, que dejó sobre éste un sello indeleble, y le puso fin a la frialdad de la ortodoxia luterana.
Pero el pietismo tuvo otra consecuencia de gran importancia para la historia del cristianismo: el comienzo del movimiento misionero protestante.

La cadena en el plan soberano de Dios, al menos desde la perspectiva de la que nos estamos parando para observar, se siguió fortaleciendo y extendiendo… ¿Qué sucedió?

Justo Gonzalez dice:
Mientras tanto, el impacto de Spener y del pietismo se había hecho sentir en el joven Nicolás Luis, conde de Zinzendorf, en cuyo bautismo Spener había servido de padrino.
Cuando llegó la hora de hacer estudios superiores, sus guardianes, pietistas convencidos, lo enviaron a la Universidad de Halle, donde estudió bajo Francke (discípulo de Spener). De allí pasó a la Universidad de Wittenberg, que era entonces uno de los principales centros de la ortodoxia dogmática, y sus conflictos con varios profesores y compañeros sirvieron para arraigar aún más sus convicciones pietistas. Más tarde viajó por Europa y, a insistencia de su familia, estudió derecho. Después se casó y entró al servicio de la corte de Dresden.
Fue entonces que Zinzendorf entró por primera vez en contacto con los moravos, quienes cambiarían el curso de su vida.
 Pues bien, los desastres de la Guerra de los Treinta Años y su secuela habían llevado a algunos de estos husitas moravos a emigrar, y Zinzendorf les ofreció asilo en ciertas tierras que había comprado recientemente. Allí se establecieron los moravos, y fundaron una comunidad que llamaron Herrnhut (el redil del Señor), y que estaba destinada a jugar un papel importantísimo en la historia de las misiones. Pronto Zinzendorf se interesó tanto en aquella comunidad, que renunció a sus responsabilidades en Dresden y se estableció en ella.

En 1731, en una visita a Copenhague, Zinzendorf conoció a unos esquimales que se habían convertido gracias a la labor del misionero luterano Hans Egede, y a partir de entonces su entusiasmo por la obra misionera no tuvo límites. Pronto aquel movimiento, que al principio contaba solamente con doscientos refugiados, tuvo más de cien misioneros.
Aunque la Iglesia de los Moravos nunca contó con grandes multitudes, y pronto le resultó imposible continuar sosteniendo un número muy elevado de misioneros, su impacto en la historia del cristianismo protestante fue notable, en primer lugar, porque contribuyó al gran despertar misionero del siglo XIX; y, en segundo lugar, porque imprimió su sello sobre Juan Wesley y, a través de él, sobre el metodismo.

Así llegamos al John Wesley  y el “metodismo”. Este importante avivamiento que revolucionó una nación y se extendió a otros países, es el clímax  de lo que quiero expresar y la conclusión a la que quiero arribar ya que podemos observar desde la distancia cómo aunque el “cristianismo” parecía morir atrapado “entre los barrotes de los intelectuales y teólogos” ahora resurgía una vez más para alcanzar a los sencillos, abriéndose camino por la gracia de Dios.

La verdad del evangelio apresada en manos del clero protestante, fue liberada por la mano de Dios como cuando Pedro estaba encarcelado. Dios milagrosamente permitió que hombres se levantaran, circunstancias coincidieran y un avivamiento poderoso sucediera.

Conclusión.
Sabemos el glorioso impacto que el metodismo tuvo en su momento y también sabemos su triste presente. Esto nos muestra como la historia se repite y se nos muestra también como una advertencia a nosotros, para que entendamos que la historia y la Iglesia son dinámicas y que tenemos que aprender a revisarnos constantemente para poder pararnos de la manera correcta en todo tiempo.
Así podríamos continuar contando como a través de la historia “el evangelio” fue atacado y oprimido de muchas maneras y aún muchas veces por los mismos hombres que han sido instrumentos en un momento para librarlo de las “garras” de otros. También podemos ver como movimientos que surgieron con el fin de traer libertad a la verdad luego se encargaron con los años de encarcelarla.
Nosotros deberíamos mirar la historia y aprender de ella. Poder a la luz del pasado revisar nuestro presente y poder velar que realmente estemos siendo instrumentos para que la verdad brille y fluya con libertad y que no se nos halle siendo elementos de contaminación, desviación, dilución o retención de las verdades eternas que fueron legada un día a los santos.

miércoles, 20 de abril de 2016

EL DISCIPULADO - Jorge Himitian



Este es otro de los temas que el Señor nos reveló en su Palabra en los primeros años de la renovación. El primer tema fue la adoración; el segundo, el Señorío de Cristo y el evangelio del reino de Dios; y el tercer tema, el discipulado.

En las últimas décadas la palabra discipulado se ha incorporado a la jerga evangélica. Hoy son muchos los que hablan del discipulado, pero la mayoría aún no entiende su verdadero significado.

LA GRAN MISIÓN

El mundo evangélico prefirió por muchos años usar la versión de Marcos al hablar de “la gran comisión” (como lo titulan algunas traducciones; a mí me gustaría titularla “la gran misión”), Marcos (16.15): Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura.

Este fue el pasaje más usado por los predicadores evangélicos. Yo pertenecía a un grupo evangelístico de jóvenes, y Marcos 16.15 era nuestro versículo lema.

Pero cuando Dios nos visitó con su Espíritu Santo nos ayudó a entender la parte que nos faltaba de la gran comisión, llevándonos a Mateo 28.18-20. En realidad Mateo dice lo mismo que Marcos, pero con otras palabras. Los cuatro evangelios son complementarios. Pero nosotros nos habíamos quedado únicamente con el enfoque de Marcos. Si sumamos lo que está escrito en los cuatro evangelios, tendremos una visión completa de la misión de la iglesia en el mundo. Nosotros no habíamos tenido en cuenta los detalles de Mateo, y eso es lo que el Señor nos hizo comprender en aquellos años.

Mateo lo relata así:

Y Jesús se acercó y les habló diciendo:
Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado;
y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Amén.

En Marcos 16, yo solo mencioné el versículo 15. Pero en el versículo 16 Jesús siguió diciendo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. Esta segunda parte tampoco la tomábamos muy en cuenta.

Los que veníamos del sector evangélico no-pentecostal, hasta que Dios nos bautizó con el Espíritu Santo, tampoco tomábamos en cuenta los dos versículos subsiguientes (Marcos 16.17-18):

Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.

El movimiento pentecostal puso mucho énfasis en estos dos versículos, lo que les dio un gran impulso evangelístico y un significativo crecimiento numérico.

Pero la visión de hacer discípulos fue la revelación y el énfasis al que el Espíritu Santo nos llevó a partir de la década de los sesenta.


¿Qué significó para aquellos discípulos de Jesús esta orden: “Id, y haced discípulos a todas las naciones?”
La única referencia que ellos tenían era lo que Jesús había hecho con ellos. Si un padre le dice a sus hijos: Quiero que se casen, que tengan hijos, que los críen…
La referencia es lo que su padre hizo con ellos.

Jesús les dice a sus discípulos: Todo poder y autoridad me ha sido dada en lo cielos y en la tierra, por lo tanto ahora ustedes vayan y hagan discípulos a todas las naciones; no solamente aquí en Israel, sino en todas las naciones. Lo que yo hice con ustedes es lo que ustedes tienen que hacer a otros.

Sobre estas palabras del evangelio de Mateo, Dios nos dio luz. Nos dimos cuenta de que en nuestros programas como iglesia teníamos reuniones de todo tipo: reunión de evangelización, reunión de la cena del Señor, reunión de enseñanza, reunión de oración, escuela dominical, reunión de jóvenes, reunión de adolescentes, reunión de mujeres, reunión de bautismos, y hasta de casamientos y entierros. Pero, ¿hacer discípulos? No sabíamos que era eso.

Recuerdo que alguien nos preguntó:
¿Cuántas reuniones tienen en la semana?
-Muchas, y de diferentes clases.
Y ¿cuántos discípulos están formando?
No sabíamos qué responder.

La luz principal que recibimos sobre el discipulado vino a través del hermano Iván Baker (ya con el Señor). Iván se había reunido con un grupo de obreros y hermanos de su congregación de Isidro Casanova (Zona Oeste del Gran Buenos Aires), para buscar al Señor en oración. Allí Dios les habló sobre el llamado de Jesús a Simón Pedro y a Andrés, y la promesa de hacerlos “pescadores de hombres”. Iván comprendió la radicalidad del llamado de Jesús al decir: “Sígueme”, a fin de que cada convertido fuera un discípulo de él. Y luego el Señor los llevó al pasaje de Mateo 28.18-20. Era a mediados del año 1968. Iván nos fue compartiendo esta revelación.
Esto produjo un gran cambio en nuestra comprensión de la gran comisión, y gradualmente cambió nuestro ministerio y nuestra metodología de trabajo en la edificación de la iglesia.

Antes nuestras actividades principales estaban centralizadas en la reunión congregacional. Considerábamos al púlpito el eje central de nuestro ministerio. Descubrimos que Jesús muy pocas veces usó el púlpito. Jesús se concentró en construir relaciones permanentes con determinadas personas, a quienes llamó discípulos. Les enseñó, los conoció profundamente, fue ejemplo cercano para ellos, los corrigió, los entrenó, y los envió.

Para nosotros esto fue una revolución. Cambió el eje de nuestra forma de trabajo pastoral. Tuvimos que comenzar a relacionarnos con algunos personalmente para entablar una relación de discipulado, de paternidad espiritual, como lo hacía Jesús.
Uno puede predicar a cien personas, a mil o a diez mil; pero no puede tener cien, mil o diez mil discípulos y formarlos responsablemente. El discipulado es igual a la paternidad, a los hijos hay que criarlos, conocerlos, amarlos, educarlos, corregirlos y formarlos como hombres.

Vimos que Jesús era para sus discípulos un padre, un amigo, alguien que gastaba tiempo en estar con ellos. Él predicó a las multitudes, sanó a muchos enfermos, alimentó a miles; pero sabía muy bien que su tarea principal era estar con un círculo menor: sus doce discípulos.

Todo esto nos llevó nuevamente a las Escrituras, y pudimos constatar que esta nueva comprensión provenía de Dios. Usando la Concordancia Bíblica descubrimos que la palabra ‘discípulo’ es la que más se usa en el Nuevo Testamento para referirse a los hijos de Dios

- La palabra ‘creyente’ -la más empleada por el mundo evangélico- aparece en el Nuevo Testamento solo 12 veces.
- La palabra ‘cristiano’ -que nos gusta mucho usarla- aparece en todo el N.T. solo 3 veces.
- La palabra ‘convertido’ no aparece ni una sola vez. La Biblia habla de la conversión, pero el término ‘convertido’ o ‘inconverso’ no aparecen nunca.
- La palabra ‘evangélico’ o ‘católico’, ni una sola vez.

- ¡En cambio la palabra ‘discípulo’ se menciona más de 250 veces en el N.T.!

No es que los números lo definan todo, pero algo nos quieren mostrar.
Jesús dijo claramente: “Vayan y hagan discípulos”. No dijo: Vayan y hagan evangélicos, o católicos; ni siquiera creyentes, sino discípulos.


¿QUÉ ES UN DISCÍPULO?

Para que haya un discípulo, debe haber alguien que lo discipule o le enseñe. Por eso Jesús dijo: “Hagan discípulos… bautizándolos… enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado”.
Y esto trajo cambios fundamentales entre nosotros:

  1. Hay que enseñar lo que Jesús enseñó. No estamos autorizados a enseñar otra cosa. Nuestra responsabilidad es enseñar los mandamientos de Jesús, pues no son nuestros discípulos sino de Cristo.

  1. Hay que enseñarles que guarden; esto significa que obedezcan, que cumplan, que vivan de acuerdo a los mandamientos de Jesús. Esta comprensión produjo un gran cambio en todo lo que tiene que ver con la educación cristiana. En occidente el objetivo de la enseñanza ha sido transmitir información, conocimiento. En una escuela, después de enseñar a los alumnos se les toma un examen para ver si saben, si recibieron bien la información que se les transmitió. Si el estudiante sabe, es aprobado. Si no sabe, es reprobado.(*)
En cambio en el discipulado el objetivo es que guarden. Esto tiene que ver con la vida, la
manera de vivir. El propósito es que el discípulo viva de acuerdo a la palabra de Dios, a los
mandamientos de Jesús.
Todo lo que tenía que ver con educación cristiana, (llámese Escuela Dominical, seminarios,
estudios bíblicos, u otros formatos de enseñanza) tomó el estilo y el objetivo de enseñanza
imperante en occidente, que era mayormente transmitir información.
En cambio el discipulado toca la vida, la conducta, el comportamiento, el carácter, la
familia, la manera de hablar, la manera de trabajar. Tiene que ver con lo cotidiano, para
que los discípulos vivan de acuerdo a la voluntad de Dios.

Al principio todo esto parece lento porque tenemos la impresión de que avanzaríamos más si le predicáramos a mil personas. No descartamos para nada el predicar a mil o a cien mil, pero eso solo no es suficiente. Es necesario tener una relación cercana con algunos, para que luego estos, estando bien formados, puedan hacer lo mismo con otros, y así sucesivamente.


(*) Aunque en la actualidad ha habido cambios, y en los centros de educación más actualizados hay un enfoque que se va asemejando cada vez más al del discipulado en cuanto a objetivos de la enseñanza que ya no solo tienen que ver con saberes, sino con competencias, es decir con el saber hacer; sin embargo en la década del sesenta el sistema que se utilizaba era como el que señalamos.

Primero tuvimos que entender bien qué es un discípulo según Jesús. Porque si él nos ordenó hacer “discípulos”, el que tiene la autoridad para definir qué es un discípulo es el mismo Jesús. Entonces fuimos a Lucas 14, donde Jesús define claramente qué es un discípulo. En este pasaje pudimos confirmar nuevamente el evangelio del reino y el señorío de Cristo. Solo predicando el evangelio del reino se puede lograr un discípulo. Predicando un evangelio sin reino, proponiendo que la gente acepte a Jesús como Salvador es posible lograr un evangélico pero no un discípulo.

Lucas 14.25-33:

25 Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo:
26 Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.
27 Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
28 Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?
29 No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él,
30 diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar.
31 ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?
32 Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz.
33 Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

  1. Es importante observar que Jesús dirige estas palabras a la multitud.
  2. No los anima a hacerse sus discípulos en base a una decisión superficial o al entusiasmo del momento, sino que les pide que hagan bien la cuenta antes de tomar tal decisión.

Tres características que señala Jesús de un discípulo:
  1. Versículo 26:

Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.

La palabra aborrecer en la Biblia tiene dos significados. Uno es sinónimo de odiar. Y el otro, de poner en segundo lugar. ¿En cuál de estos dos sentidos Jesús está usando la palabra aborrecer?

El sentido común nos diría: poner en segundo lugar, pues Jesús nunca nos mandaría a odiar a nadie; menos a nuestros seres queridos. Pero, aun más importante que nuestro sentido común es la versión de Mateo que en el pasaje paralelo dice: “El que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10.37).

Entonces, según Jesús, un discípulo es aquél en cuya vida Jesús es el número uno; antes que padre, madre, esposa o esposo; antes que hijos, hermanos, y aun antes que su propia vida.

  1. Versículo 27:

Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.

Según Jesús, un discípulo es alguien que lleva su cruz y sigue a Jesús.

¿Qué significa llevar la cruz y seguir a Jesús?
Para responder correctamente debemos preguntarnos: ¿Qué significó para Jesús llevar la cruz? Pues lo que significó para él debe significar también para nosotros.

Vayamos al pasaje bíblico que lo explica muy bien: Filipenses 2.8:
“… y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

Así que para Jesús llevar la cruz significó hacerse obediente a la voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias, hasta la muerte de cruz.

Para Jesús llevar la cruz significó decir: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22.42).

Tomar la cruz es renunciar a hacer mi voluntad y aceptar la voluntad del Padre aunque tenga que morir. Ser obediente hasta las últimas consecuencias. Eso es ser un discípulo.

  1. Versículo 33:

Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee,
no puede ser mi discípulo.

¿A cuánto debemos renunciar? A todo lo que poseemos.

Entonces, según Jesús, un discípulo es aquél que renuncia a todo lo que posee. Todo es todo. Ropa, muebles, artículos del hogar, casa, auto, dinero, empresa, propiedades, tiempo, familia, proyectos, planes. Sin olvidarnos nada.

Jesús es nuestro gran modelo. Él renunció a todo lo que tenía e hizo la voluntad del Padre en todos los aspectos de su vida. Y sus discípulos debemos seguir su ejemplo.

Todo esto es una confirmación del evangelio del reino y el señorío de Cristo sobre nuestras vidas. Si Jesús es nuestro Kyrios, debemos obedecerlo y reconocer que todo lo que somos y tenemos le pertenece a él.
Esto cambió el objetivo de nuestro ministerio, y nos llevó a reenfocarnos hacia lo que nos ordenó Jesús, hacer discípulos. Para ello tuvimos que relacionarnos personalmente con algunos y dedicarnos a su formación.

Comprendimos que la palabra discípulo en la práctica significa alumno. Un alumno es alguien que va a la escuela para aprender. Tenemos un libro de texto que son las enseñazas y los mandamientos de Jesús, que están registradas en las Sagradas Escrituras. Entonces un discípulo es uno que se sujeta a todas las enseñanzas de Jesús.


EL ANDAR EN LUZ

Otro aspecto importante a tener en cuenta para que el discipulado funcione es que haya una comunión transparente entre el discípulo y su discipulador. Comprendimos la necesidad de andar en luz, tal como lo señala el apóstol Juan.

1 Juan 1.6:

Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos:
Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.
Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas,
mentimos, y no practicamos la verdad;
pero si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos comunión unos con otros,
y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.

Para que haya comunión debemos andar en luz unos con otros. Esto significa una relación de sinceridad, de transparencia. Es una relación de confianza en la que podemos abrir nuestro corazón y confesar nuestros pecados, tentaciones o debilidades; podemos pedir consejo, orar unos por otros sobre nuestras necesidades específicas. Una relación de amor y verdad, desechando la apariencia y el fingimiento. Es entonces que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. Y esto es más que perdón, es limpieza, es santificación.


POR LAS CASAS

Con esta nueva comprensión, al leer los primeros capítulos de Hechos de los Apóstoles, pudimos entender por qué la iglesia se reunía en grupos pequeños por las casas, y no se contentaba solo con tener reuniones multitudinarias.

El reunirse por las casas hace posible tener círculos más pequeños de comunión donde podemos conocernos y tener una relación personal con cada uno de los discípulos. La idea no es simplemente tener una reunión casera con el mismo formato que la reunión congregacional. La esencia y la razón de ser de un grupo en el hogar es que sea un grupo de discipulado; esto significa que un hermano más crecido en el Señor es el responsable de un grupo de discípulos para la edificación y formación de ellos.
De este modo la iglesia crece no solo numéricamente sino también espiritualmente. Y los nuevos discípulos, además de sumarse a la reunión congregacional, son integrados en grupos más pequeños de comunión en donde son conocidos, amados, ayudados, ministrados, enseñados, aconsejados; recibiendo allí una atención y una formación personalizada. A la vez son animados e instruidos a ser obreros del Señor, a evangelizar y a discipular a otros en la medida que vayan creciendo en el conocimiento de la palabra de Dios.

Las reuniones multitudinarias son buenas y hermosas pero no son suficientes para la debida edificación de cada discípulo a la imagen de Cristo.

En los primeros años, a estos grupos pequeños que se reunían por las casas las llamábamos “células”. Pues una célula es la parte mínima de un cuerpo. Las células tienen vida, nacen, crecen y se multiplican, tienen un núcleo; y ese término describía bien el funcionamiento y crecimiento de los grupos pequeños. Pero luego cuando llegó el gobierno militar a Argentina (años 70), como la palabra “célula” era muy usada por los guerrilleros, para evitar confusión vimos conveniente evitar el término “células” y comenzamos a llamarlas “grupos de hogar”.


¿QUÉ DEBEMOS ENSEÑAR A LOS DISCÍPULOS?

Muy pronto tomamos conciencia de que para la debida formación de los discípulos necesitábamos un programa de enseñanza.

Jesús al decir: “Vayan y hagan discípulos…”, explicó también el cómo: “Bautizándolos… y enseñándoles a que guarden todas las cosas que yo os he mandado”. Allí estaba el programa de enseñanza: Enseñar a los discípulos todos los mandamientos de Jesús.

Esta clara instrucción de Jesús nos ayudó a entender qué es la didaké. Didaké es una palabra griega, y se refiere a la totalidad de los mandamientos de Jesús y de los apóstoles en el Nuevo Testamento. En las versiones españolas está traducido por “doctrina” o “enseñanza”. En griego: “didaké” o “didaskalía”.

En el seminario donde yo estudié, a una de las materias que nos enseñaban se la llamaba ‘Doctrina Cristiana’, pero en realidad, según su contenido era ‘Teología Sistemática’, que no tiene nada que ver con lo que el Nuevo Testamento llama ‘doctrina’.

El que nos ayudó a entender lo que es la doctrina fue el hermano Keith Bentson.
Con su estilo práctico de enseñar, Keith nos contó que cierta vez alguien le preguntó: “¿Cuál es la doctrina de ustedes?”
Él le respondió: “Nuestra doctrina es que los hijos obedezcan a los padres; que el marido ame a su esposa, y no sea áspero con ella; que ayudemos a los pobres en sus necesidades; que perdonemos al que nos ofende…”
- No, hermano, usted no entendió mi pregunta.
- Sí, lo entendí perfectamente. Usted quiere preguntarme acerca nuestro Credo o de nuestros dogmas. Pero doctrina no es eso. La doctrina son los mandamientos de Jesús y de los apóstoles.


¿Qué es doctrina?

Según el Nuevo Testamento, doctrina es lo que Jesús enseñó en el Sermón del Monte (Mateo 5, 6 y 7); pues al concluir sus enseñanzas Mateo 7.28 dice: Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina (didaké).

A estos tres capítulos, Mateo 5 al 7, más que “Sermón del Monte” habría que titularlo: “La doctrina de Jesús”. Doctrina no es teología ni el credo particular de una determinada denominación.

El texto de Mateo 5 comienza así:
Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.
Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo…

Aquí el verbo “enseñar” en griego es “didaskein”. De allí viene el sustantivo didaké o su sinónimo didaskalía. Por eso a veces también se traduce por “enseñanza”. Lo importante es el contenido de la doctrina o enseñanza. Son mandamientos que nos revelan la voluntad de Dios para todos los hombres.

En Juan 7.16-18, Jesús dice:
Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia.
En el discipulado no tenemos derecho a enseñar nuestras propias enseñanzas o nuestros propios métodos de multiplicación. Discipular es enseñar con toda fidelidad la doctrina de Jesús, que es la doctrina del Padre. Son los mandamientos que nos enseñan a vivir según la voluntad de Dios.

Jesús se vació de sí mismo y se sometió en todo al Padre. En Juan 17.8, le dice al Padre: porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron.

Hechos 4.42, hablando de los tres mil nuevos discípulos en Jerusalén, dice:

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles,
en la comunión unos con otros,
en el partimiento del pan y en las oraciones.

La doctrina de los apóstoles era la doctrina de Jesús. Ellos fueron fieles a las instrucciones de Jesús: “enseñándoles a que guarden todas las cosas que yo os he mandado”.
EL KERIGMA APOSTÓLICO

Algunos años después comprendimos que en la formación de los discípulos, junto con la didaké, es indispensable el kerigma.

Jesús, antes de su pasión y muerte, les dijo a sus discípulos (Juan 16.12-14):

Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.

Según Jesús, la función del Espíritu Santo sería revelar a los discípulos la VERDAD COMPLETA acerca de Jesús. Pablo dice que el misterio de Cristo fue revelado a los apóstoles y profetas por el Espíritu (Efesios 3.5).

Durante el ministerio terrenal de Jesús los doce tuvieron algunos chispazos de revelación acerca de la persona de Jesús. Por ejemplo, cuando Pedro, ante la pregunta de Jesús: “Y vosotros ¿quien decís que soy?”, respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16.15-16).
Inmediatamente Jesús le aclaró: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Es decir, esto no salió de ti sino de mi Padre.


El kerigma revela la persona de Cristo

La comprensión que ellos tenían de Jesús era parcial y hasta fluctuante.
A veces creían y otras veces dudaban. Pero la revelación cabal, total acerca de Jesús no la tuvieron hasta que recibieron el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Recién entonces, el velo les fue quitado, y tuvieron el conocimiento pleno de quién es Jesús. El misterio de Cristo les fue revelado. A la proclamación de esta verdad el Nuevo Testamento lo define como Kerigma. Al español está traducido como “predicación”.

La palabra “predicación” en castellano no tiene la misma fuerza ni el significado completo que tiene la palabra griega kerigma. El diccionario de la lengua española dice: “Predicación: acción de predicar”. Pero kerigma no se limita a la acción de predicar, se refiere también al contenido de la predicación.

Hoy hay muchos predicadores que predican sus propios sermones, sus propias ideas, y hasta predican cosas contrarias al kerigma revelado a los apóstoles. ¡Cuidado!

Así como la didaké consiste en mandamientos que nos revelan la voluntad de Dios, el kerigma consiste en la verdad que nos revela quién es Jesús. El kerigma tiene un propósito definido: revelar a Cristo proclamando la revelación que le fue dada a los apóstoles y profetas por el Espíritu Santo.

Debemos predicar el kerigma, y enseñar la didaké.
La función del Espíritu es revelarnos a Cristo para que conozcamos cabalmente quién es Jesús. El Espíritu vino para glorificar a Cristo, para dárnoslo a conocer.

Cuando en el día de Pentecostés Dios derramó el Espíritu sobre los ciento veinte, se reunieron miles de personas; muchos se preguntaban “¿qué es esto?”; otros decían: “estos están borrachos”. Se levantó Pedro y proclamó a viva voz:
Varones hermanos, estos no están borrachos como algunos suponen, no ven que son las nueve de la mañana. Esto es lo que dijo el profeta Joel: En los postreros días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda carne…”, y Pedro les explicó el fenómeno que ellos acababan de presenciar. Pero a continuación les proclamó el kerigma (Hechos 2.22-36):

Varones israelitas, oíd estas palabras:
Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él,
como vosotros mismos sabéis;
a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole;
al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte,
por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.
Porque David dice de él [en el Salmo 16]:
Porque no dejarás mi alma en el Hades,
Ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.
Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo (al Mesías) para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.
A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.

Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice [Salmo 110]:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.

Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel,
que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis,
Dios le ha hecho Señor [Kyrios, Adonai] y Cristo [Mesías].

Esto es kerigma: Proclamar a Cristo, anunciar quién es Jesús.

Ante semejante revelación los judíos reunidos se desesperaron. ¿Entonces ese hombre, por quien hace 53 días gritamos: “¡Crucifícale, crucifícale!” era el Mesías?
Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hechos 2.38).


El kerigma revela también la obra de Cristo

El kerigma revela no solo la persona de Cristo sino también y la obra de Cristo.

  • La obra de Cristo por nosotros, en su muerte y resurrección.
  • La obra de Cristo en nosotros, por el Espíritu Santo.
  • La obra de Cristo entre nosotros, haciéndonos iglesia.
  • La obra de Cristo a través de nosotros, nuestra misión en el mundo.

Los discípulos necesitan conocer, vivir y comunicar a otros toda la didaké y todo el kerigma. Ambos cosas son indispensables para la transformación de nuestras vidas, familias, comunidades, y para la transformación de las naciones.