lunes, 8 de abril de 2013

La puerta del Reino - Jorge Himitian



Mat 7:13  Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; 
14  porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. 


  • EL ARREPENTIMIENTO

Las Escrituras son muy claras cuando señalan que el arrepentimiento es condición indispensable para recibir el perdón de los pecados y la salvación. (Marcos 1.14-15; Lucas 13.3; Hechos 2.38 y 3.19; etc.)

Pero ¿Qué es arrepentimiento?
Arrepentirse en mucho más que pedir perdón sintiendo contrición por haber ofendido a Dios. El verdadero arrepentimiento (del griego METANOIA) significa UN CAMBIO DE ACTITUD HACIA DIOS. Nuestra actitud interior es la que produce un determinado modo de pensar, de sentir y de actuar.
Todo hombre tiene, básicamente, una de estas dos actitudes delante de Dios: REBELIÓN o SUMISIÓN.

La actitud natural del ser humano ante Dios es de rebelión. Decimos natural porque la heredamos de nuestros primeros padres, Adán y Eva.

La rebeldía hacia Dios no siempre se manifiesta de un modo abierto y agresivo. Generalmente se expresa de manera más sutil: en independencia de Dios, en indiferencia ante sus leyes, en vivir como uno quiere. Dicho de otra forma en vivir como a uno se le da la gana.
La actitud de rebeldía hacia Dios es la raíz que genera todos los otros pecados que se cometen. Si el arrepentimiento es un cambio de actitud ante Dios, entonces, arrepentirse significa deponer la rebeldía y sujetarse definitivamente al Señor. 
La nueva actitud de SUMISIÓN a Cristo equivale a estar sujeto a su Palabra. Si no hay sujeción, aún no ha habido arrepentimiento; y sin arrepentimiento no hay salvación.
Cristo mismo dice en Mateo 7.21-23 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre”. En este pasaje, Jesús hace referencia a personas que creen en él, oran, profetizan, echan fuera demonios, hacen milagros, pero no se sujetan a la voluntad de Dios. Jesús advierte con toda claridad que el que oye sus palabras y no las hace edifica su casa sobre la arena; en el día de la tempestad caerá y será grande su ruina. No es suficiente oír la palabra, escuchar sermones, estudiar la Biblia o predicarla; la condición es vivir la Palabra. Edificar sobre la roca es oír y hacer lo que Jesús enseña.

  • LA FE Y LAS OBRAS

¿Significa esto que la salvación es por obras? De ninguna manera. La salvación es por la fe, pero una fe auténtica y comprometida, una fe que produce obras. La fe sin obras es muerta; (Santiago 2.14-26) y si está muerta ya no es fe, y sin fe no hay salvación. Las obras sin fe no salvan. La fe sin obras no es fe. Lo que vale según San Pablo, es la fe que obra por el amor. (Gálatas 5.6)
Las obras a la que Santiago alude, según el contexto de su epístola, no son las obras de la ley, sino las producidas por la verdadera fe, que consiste en una vida de amor práctico y de santidad.
En cambio, cuando Pablo habla acerca de la justificación por la fe, sin las obras, en Gálatas y Romanos, se refiere a las obras de la ley. Estas consisten en la observancia de la ley ceremonial (Circuncisión, festividades, ritos, sacrificios, etc. Gálatas 4.9-10; 5.2-6; 6.12-15) y en el esfuerzo propio por cumplir la ley moral con su consecuente fracaso (Romanos 7.14-19) El gran argumento de Pablo es que el perdón de los pecados y de la liberación del poder del pecado tan solo se pueden alcanzar por la fe en Jesucristo y por la acción de su Espíritu en nosotros (Romanos 3.21 al 8.16). El resultado de esa fe es que “ya no vivo yo, más vive Cristo en mí” (Gálatas 2.20)

  • LA LEY Y LA GRACIA

Es un error pensar que la ley exige santidad moral mientras que la gracia tolera el pecado y la mediocridad. Bajo la gracia no estamos libres de cumplir las exigencias morales de la ley. Las exigencias morales de la gracia son mayores que las de la ley (Véase Mateo 5.21-48, en el sermón del monte). La diferencia entre ambas consiste en que la ley sólo exige, en cambio la gracia provee por Jesucristo el poder para vivir de acuerdo con la justicia de la ley. (Romanos 8.4)

La ley nos exige ser santos, y nos condena por no serlo; la gracia nos perdona y nos capacita para vivir en santidad. El objetivo de la gracia no es sólo declararnos justos, sino hacernos justos.

El propósito de la gracia no es meramente salvarnos del infierno, sino edificar para la gloria del Padre, una gran familia de muchos hijos semejantes a Jesús.

  • EL “KYRIOS” JESUCRISTO.

Durante años hemos predicado e insistido en que la condición para ser salvos es aceptar a Jesucristo como único y suficiente Salvador. Por supuesto que Cristo es el único y suficiente Salvador; la Biblia enseña con suma claridad que fuera de él no hay salvación. (Hechos 4.12) Pero eso no es lo que está en cuestión, sino cuál es la condición para ser salvos.
Aunque parezca sorprendente, no existe ni un sólo versículo en las Escrituras que afirme que Jesucristo me salva cuando lo reconozco como mi Salvador. El apóstol Pablo, en Romanos 10.8-9 declara: “Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor (EL “KYRIOS”), y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, SERÁS SALVO”.
No sólo este versículo sino un cuidadoso estudio a través de todo el Nuevo Testamento nos revela que la CONDICIÓN para ser salvos es reconocer a Jesucristo como el “KYRIOS”.
“Kyrios” es la palabra griega traducida “Señor” en castellano; y significa: Jefe, Dueño, Amo y máxima Autoridad. Todo esclavo (“doulos”) tenía un “kyrios”, quien era su amo y propietario. En el imperio Romano se le daba al César el máximo título de “KYRIOS”, quien era el soberano, la máxima autoridad y el dueño de todas las personas y bienes del imperio.
En Filipenses 2.9-11, Pablo proclama que Dios exaltó a Cristo “hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla…. y toda lengua confiese que JESUCRISTO ES EL KYRIOS para gloria de Dios Padre”. 
Pedro en Pentecostés concluye su predicación diciendo: “A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho KYRIOS y Cristo” (Hechos 2.36)
Pablo le dice al carcelero de Filipos: “Cree en el KYRIOS Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa”. (Hechos 16.31)
En 2º Corintios 4.5 el apóstol dice: “porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como KYRIOS” y según 1º Corintios 1.2, la iglesia está formada por “todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre del KYRIOS Jesucristo, KYRIOS de ellos y nuestro”.

El término “KYRIOS”, con referencia a Cristo, aparece en el Nuevo Testamento más de 600 veces, mientras que el término “SOTER” = SALVADOR sólo se encuentra 16 veces.

Observa la distribución:
 KYRIOSSOTER
En los evangelios1302
En Hechos1702
En las epístolas de Pablo2606
Resto del Nuevo Testamento506
Total61016


¿Es esto una mera cuestión de términos? De ningún modo. Es una cuestión fundamental en nuestra doctrina soteriológica y requiere nuestra más seria revisión.
Los apóstoles no mutilan el evangelio presentado a Jesucristo solamente como Salvador. El kerigma apostólico lo presenta como el Hijo de Dios que murió, resucitó y es el Señor.
Para ser salvo el pecador debe creer y reconocerlo como SEÑOR con todo lo que ello implica.
Aceptar a Cristo meramente como Salvador sería pretender recibir el perdón, la salvación, la paz, la felicidad y la vida eterna sin una verdadera sujeción a su Señorío, y tal cosa no coincide con las enseñanzas del Nuevo Testamento. Cristo me salva y me da todos los beneficios de la salvación cuando doblo mis rodillas delante de él y le reconozco como Señor. Esto indica el fin de mi rebelión y la aceptación de su gobierno y autoridad sobre mí. Es la entrega total de lo que soy y tengo, incluyendo mi familia, mi casa, mis bienes, mi dinero, mi tiempo, mis planes, todo, absolutamente todo.
Aceptar a Cristo como Señor es reconocerlo como Jefe, Dueño, Amo y máxima Autoridad sobre mi vida.
Para que Cristo sea mi Salvador debo reconocerlo como mi Señor. Esta es la esencia del evangelio del reino de Dios.

  • DERRIBAR PARA EDIFICAR

El estilo de vida del hombre moderno, al igual que el de todos los tiempos, obedece a la estructura de su hombre interior (el “viejo hombre”). Dicha estructura se erige dentro de cada descendiente de Adán como un prisma triangular cuyas tres caras son: ORGULLO – REBELDÍA – EGOÍSMO, y constituye el “YO” pecaminoso del hombre.

Cada cara del prisma sostiene, afirma y contiene a las otras dos. El orgullo sostiene, afirma y contiene a la rebeldía y al egoísmo, y así cada uno a los otros dos. Al mantenerse cualquiera de ellos se mantienen los tres, al caer cualquiera de ellos can los tres.
Son los mismos tres aspectos que podemos observar en el pecado de Lucifer, de Adán, de Caín y de toda la raza humana.
El actual estilo de vida de los hombres responde justamente a este hombre interior orgulloso, rebelde y egoísta.
Podemos observar que del EGOÍSMO proviene el individualismo, el egocentrismo, el hedonismo, el materialismo, la injusticia, la avaricia, la pereza, la “viveza”; del ORGULLO, la ambición, la soberbia, la envidia, la vanagloria, la ostentación, el clasismo, la ingratitud, la hipocresía, etc.; y de la REBELDÍA proviene la desobediencia, la fornicación, la mentira, el robo, la ira, la insolencia, el hacer lo que a uno se le antoja. En realidad, las tres conforman una sola cosa.
Cristo al evangelizar tiene como objetivo derribar esta estructura interior en los hombres, para edificar en su lugar un nuevo hombre con características diametralmente opuestas: HUMILDAD (en vez de ORGULLO),MANSEDUMBRE (en vez de REBELDÍA) y AMOR (en vez de EGOÍSMO).
Para ello apunta sus armas espirituales contra la altivez del corazón humano en cualquiera de sus tres caras.
En Mateo 5.3-10 es por demás evidente que Jesús a través de las bienaventuranzas apunta a derribar el orgullo, la rebeldía y el egoísmo del corazón de los hombres al hablar de los pobres en espíritu, de los mansos, de los misericordiosos, etc.
Lo mismo notamos en Mateo 11.28-30, en Lucas 14.25-33, en Marcos 8.34-37, etc.
Es por eso que Jesús al evangelizar usa con frecuencia términos como estos: “Reino de Dios”, “discípulos”, “arrepentíos”, “sígueme”, “niéguese a si mismo”, “tome su cruz”, “perder la vida”, “renunciar a todo lo que se posee”, “llevad mi yugo”, “aprender a ser manso y humilde”, “hacer la voluntad del Padre”, etc. (Terminología que es muy infrecuente en nuestra evangelización moderna).
Cada una de estas frases son como poderosos proyectiles y tienen en si mismas una carga espiritual suficiente para derribar la altivez interior del pecador.
El evangelio que no exige renuncia al orgullo, a la rebeldía y al egoísmo, no es el evangelio de Cristo. Hemos intentado construir lo nuevo sin derribar lo viejo.
Primero es preciso derribar lo viejo mediante la “locura” de la cruz. Si le quitamos al evangelio su “locura”, le habremos quitado también su poder salvador.

Es muy difícil procurar introducir a los pecadores a vivir según el “nuevo hombre”, sin guiarlos a la muerte del “viejo hombre”. Para Pablo, según Romanos 6, el bautismo no es un mero “testimonio público de fe” sino muerte y resurrección. El declara: “Hemos muerto al pecado” (v.2)¸ ”hemos sido bautizado en su muerte” (v.3); “somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que... andemos en vida nueva” (v.4); “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (v.6)
Antes de la resurrección está la cruz; antes de la vida nueva, la muerte.

Construyamos lo nuevo sobre cimientos nuevos. Sólo podemos edificar a quienes son verdaderos discípulos de Jesucristo, en cuyos corazones está bien implantado el reino de Dios.

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