sábado, 2 de noviembre de 2013

LA BENDICIÓN DE SER SEGUNDO - Vanjo Farias Cap. 2

Capítulo 2 

Enfrentando la carne con la cruz .

 No existe vacuna contra este mal, y pienso que nunca seremos totalmente curados de él, mientras estemos en este cuerpo. Mi fe y confianza es que podemos ejercitarnos y crecer en victoria. Crear el hábito de la humillación conciente. Actuar, diariamente, contrariando las inclinaciones naturales de nuestro corazón y haciendo lo que Dios nos ordena, sin sentir que estamos siendo hipócritas. Puedo buscar y alegrarme en la honra de mi hermano, aún sin
sentir el deseo, de la misma manera que huyo de una mujer que me atrae, aún queriendo hacer lo contrario. No es hipocresía, es obediencia por la fe.

Sólo la humillación de la cruz puede destruir tal deformación de la naturaleza humana

“ Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.”
(Gal. 5:24)

“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el
mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gal. 6:14)

 Esta es la gloria de la cruz: nos liberta del mundo con sus valores influenciados por el
pecado e independencia de Adán, y por la soberbia de Lucifer.

 Sólo en la cruz podemos imitar a Jesús que, aún siendo el Señor de todos (Hechos 10:36),
se entregaba, cuando era ultrajado, a Aquel que juzga rectamente (1 Pedro 2:20-23).

 La cruz anula las pasiones de la carne, pues nos obliga a depender total y exclusivamente
del Padre y de Su justicia perfecta. Nos enseña a sufrir el rechazo y el desprecio. La cruz nos
humilla y nos deja indefensos. Es imposible ser humildes sin sufrir humillación (Isaías 50:5-
10). La humillación es indispensable para la santificación. Los que no soportan su propia
humillación jamás conocerán la cruz de Cristo y el poder de Su resurrección (Filip. 3:7-11).

 Por otro lado, los que osaron seguir los pasos del mudo Cordero de Dios, gustaron de un
consuelo y una paz nunca soñados. Consiguieron experimentar la compasión, en vez de la
competencia. Supieron, con invariable certeza, lo que Jesús comunicó cuando dijo: “...
hallareis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29), porque ya aprendieron a ser, como
el propio Cordero, mansos y humildes.

 La cruz nos obliga a perder las esperanzas en el mundo y en la tierra. La cruz destruye
nuestras expectativas de reconocimiento y exige que miremos con fe y esperanza hacia la
eternidad.

 En Apoc. 2:13, el propio Señor da testimonio de un discípulo desconocido. Desconocido
para nosotros, no para Él. Para nosotros es un tal Antipas, para Jesús es “mi testigo fiel”.
¡Que glorioso testimonio! ¿Qué siervo no quiere oír esto de su Señor?

 Cuando perdemos de vista esta confianza y esperanza, nos ocupamos buscando
reconocimiento y aceptación delante del pueblo. Somos atacados por el mal que destruyó a
Saúl.

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