jueves, 23 de mayo de 2013

EL ESPÍRITU DEL DISCIPULADOR


Jorge Himitian (06/10/1980)   

Introducción:

En nuestra tarea de hacer discípulos es fundamental que velemos sobre nuestro propio espíritu. Proverbios 4.23 dice: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”, y en 1 Timoteo 4.16 Pablo le dice a su discípulo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo eso, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. También en 1 Timoteo 4.12, le recomienda que sea ejemplo en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Con el correr del tiempo nos iremos dando cuenta de que nuestra mayor influencia sobre nuestros discípulos es nuestra manera de ser, nuestro carácter, espíritu, conducta, etc. Es por ello que, como obreros del Señor, debemos velar sobre nosotros mismos. Hay aspectos o áreas en nuestras vidas que ningún otro hermano puede conocer tanto como nosotros mismos, y en esas áreas nosotros somos los principales responsables de cuidarnos.

1) DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRAS INTENCIONES Y MOTIVACIONES.

¿Cuál es nuestra motivación más honda al hacer la obra de Dios?
¿Decae nuestro ánimo o nos molesta cuando algún colega nos aventaja en gracia y en frutos?
Cuando alguno nos elogia públicamente solemos exteriorizar modestia con nuestras palabras y gestos, pero ¿qué sucede en nuestro interior? Dios mira nuestro corazón y no nuestras exteriorizaciones.
Cuando nuestra obra progresa más que la de los demás, ¿nos sentimos superiores?
¿Nuestros hermanos nos conocen como somos, o fingimos y procuramos dar una mejor imagen de lo que en realidad somos?
Creo que necesitamos, cada uno de nosotros, con cierta frecuencia, hacer un profundo examen de nuestras intenciones y motivaciones. Muchas veces hallaremos en nuestro corazón una mezcla de motivaciones sanas y carnales, y cada vez que tengamos conciencia de ello, deberemos humillarnos delante del Señor, despojándonos de nuestro corazón “perverso y engañoso”. Necesitamos reafirmar una y otra vez que la gloria de Dios ha de ser nuestra única intención, y que el amor al Señor será nuestra suprema motivación al hacer la obra. Es muy importante que velemos sobre esta área de nuestra vida.

2) DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRO EJERCICIO DE AUTORIDAD.

Dios nos ha delegado autoridad para edificar a nuestros hermanos. Si no ejercemos autoridad no podemos edificar la casa de Dios. Pero debemos velar mucho sobre esta área porque el ejercicio de autoridad entraña riesgos y peligros que debemos evitar.

Quiero señalar algunos de esos peligros:

1) La ambición de poder. Este es una de los males más arraigados dentro de la naturaleza humana. Cuando notamos que los mandos responden (a uno decimos “ven”, y viene; a otros decimos “ve”, y va; a un tercero decimos “haz tal cosa”, y la hace), es posible sentir una satisfacción carnal. Es así como podemos llegar a pervertirnos en nuestro corazón y hacer uso de la autoridad para alimentar nuestro ego. Si ejercemos autoridad debe ser únicamente para servir a los hermanos (Mateo 20.25-28)

2) La autoridad despótica. ¡Cuánto daño hace ejercer autoridad sin amor, sin gracia, sin cariño! Ejercer autoridad no significa actuar y hablar con un tono dictatorial y enérgico, sino mostrar al discípulo la voluntad del Señor con amor y firmeza. Si bien en algunas ocasiones es necesaria una serie de reprensión, sin embargo, no puede ser ese el tono permanente en nuestra relación con los discípulos (1 Tesalonicenses 2.7-8)

3) La falta de autoridad. Otro peligro es mantener una estructura aparente de autoridad sin ejercerla realmente. Ser demasiado blando y condescendiente de modo tal que la vida del discípulo no se desarrolle ni crezca. La relación no es más que una buena amistad. No hay instrucciones, mandatos claros, control, dirección, etc. (2 Timoteo 4.2; Tito 2.15)

4) El pretender ser autoridad en todos los temas. No somos autoridad en todas las materias. Debemos saber limitarnos a las áreas que nos competen. Debemos saber decir “NO SE”. En ciertas situaciones debemos saber derivar a otro, y muchas otras veces consultar y asesorarnos en vez de dar una respuesta apresurada.

5) Manejar vidas en vez de formarlas. El peón y el aprendiz, ambos están bajo autoridad, pero después de varios años el peón sigue siendo peón y el aprendiz un oficial. Un discípulo es un aprendiz; debemos sobre todo enseñarle, formarle, Es fácil manejar una vida; la cuestión es formarla. No le digas lo que él puede descubrir, no hagas lo que él puede hacer, delégale responsabilidades y dale campo para que pueda experimentar.

6) El perpetuar una autoridad vertical innecesariamente. Nuestro objetivo es que nuestros discípulos crezcan y lleguen a la madurez. En la medida en que esto ocurra la verticalidad debe ir declinando para dar lugar a la mutualidad. “Someteos los unos a los otros…” (Efesios 5.21 y 1 Pedro 5.5) No debemos ser un tapón para nuestros discípulos, por el contrario debemos animarles a que crezcan aún más que nosotros mismos.

7) El ser “intocable”. Debe recordar que sobre todo somos hermanos. Cualquier discípulo tiene que tener libertad para amonestarnos cuando vea algo mal en nuestra vida. Hay aquellos que nos cuestionan porque tienen rebeldía en su corazón, pero están los que alguna vez nos cuestionan porque tienen más vida propia e inquietudes legítimas en su interior; no debemos resistir sistemáticamente todo cuestionamiento sino considerar objetivamente el aporte de algún hermano que piense un poco diferente a nosotros.

8) El tratar a todos de la misma manera. No podemos tratar a todos por igual. No podemos discipular del mismo modo al joven y al anciano. El trato debe ser acorde a cada persona. En 1 Timoteo 5.1-2 Pablo pide a Timoteo que su trato sea según la persona. Sería perjudicial tener un método único y dar a todos el mismo tratamiento. Aunque los principios y enseñanzas son los mismos para todos, sin embargo, el trato debe ser según la persona, teniendo en cuenta su edad, personalidad, capacidad, etc.

3) DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRO CARÁCTER Y CONDUCTA.

A la larga transmitiremos a nuestros discípulos lo que somos. Al principio podremos impresionar con buena enseñanzas, pero con el correr del tiempo trascenderá nuestro carácter y llegarán a conocernos. Si en nuestras vidas hay fallas importantes de conducta (sobre todo en nuestro hogar y en nuestro trato comercial), nuestros discípulos deducirán que, aunque seamos muy enfáticos al enseñar, en la vida práctica se puede vivir mediocremente y seguirán no nuestra enseñanza sino nuestro ejemplo. Habrá quienes al conocernos más íntimamente se escandalizarán y se alejarán, y otros sufrirán secretamente nuestro doblez. Es por eso que Pablo le dice a Timoteo “ten cuidado de ti mismo…. Porque haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 3.2-7; Tito 1.6-8)
4) DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRA CONCIENCIA.


Vez tras vez Pablo exhorta a Timoteo a mantener una buena conciencia delante de Dios (1 Timoteo 1.5; 1.19; 3.9) Si tenemos pecados ocultos en nuestras vidas, estamos andando en tinieblas y fingiendo fe. Esta es un área que tan solo nosotros podemos conocer. Debemos velar para que nuestra vida sea transparente delante de nuestros hermanos. Si pecamos, no demoremos en confesarlo. Nuestra hipocresía ofende más a Dios que nuestro pecado. Seamos íntegros, sinceros, hombres de verdad, humildes. Si tú no te cuidas en esto, ningún otro de puede cuidar; por lo tanto, “ten cuidado de ti mismo”. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.