viernes, 6 de mayo de 2016

BREVE RESUMEN DE LA REALIDAD DE LA IGLESIA EN LOS SIGLOS XVII y XVIII


(Basado en el tomo 2 de HISTORIA DEL CRISTIANISMO de Justo Gonzalez)
Gabriel Klaineman
Objetivos.

  • Los objetivos de este bosquejo acerca de esta porción de la historia son:
  • Seguir aportando material que nos ayude a conocer y valorar la “historia de la Iglesia” como uno de los temas a estudiar por parte de los que son miembros de ella.
  • Mostrarnos algún aspecto de como Dios obra e interviene soberanamente en la historia  de su Pueblo. 
  • Afirmar que Dios no tiene “contrato firmado con ningún hombre, ni con ninguna denominación”.


Mostrar que el Evangelio corre desde su inicio interrumpidamente, pasando de mano en mano, de generación en generación y que al igual que sucede con  los discípulos de Cristo a través de la historia, el Evangelio ha sido “como una oveja en medio de lobos al cual el Pastor cuida”.

Alertarnos de no repetir errores.

Introducción.

La grandeza y gloria de Dios puede descubrirse de muchas maneras. Desde contemplar la creación  con toda su variedad y complejidad, hasta acercándonos a la Palabra y descubrir allí “su rostro de amor”.
Cuando pensamos en Dios, su poder, su gloria y su magnificencia resaltan a la vista claramente. No se puede esconder tanta abundancia en un Dios omnipresente, omnisciente y omnipotente.
Sin embargo cuando nos ponemos a mirar la historia de su Pueblo surgen preguntas pues cuesta concebir que Dios haya dejado a aquellos que le tenían que representar, actuar libremente y dejar que lo hayan hecho tan mal.
Cuando uno mira la historia de Israel, es muy difícil no entristecerse a causa de un pueblo “rebelde y contradictor”. Un Pueblo que no supo representar los intereses de Dios ante las demás naciones.
Al mirar la historia del “nuevo Israel”, la Iglesia, nos invade la misma sensación de tristeza y vergüenza y se repite dentro de nuestro corazón la pregunta ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede ser Señor que permitas esto en tu Iglesia? ¿Cómo no defiendes tus intereses con mayor prontitud? ¿Cómo permites que tu Nombre sea descuidado, olvidado y aún blasfemado por tu propio Pueblo? ¿Hasta cuándo callarás?

 Todo el que haga un estudio serio de la Historia de la Iglesia se encontrará con una triste realidad y en su corazón surgirán preguntas como estas. Y creo que estas preguntas no son fáciles de responder. Solo podemos encontrar consuelo en que la Iglesia es de Dios, es su propiedad preciada y sus ojos están sobre ella. Podemos encontrar paz en que Él es su creador y consumador, “Yo edificaré mi Iglesia” dice el Señor. En esto podemos descansar y en ello debemos apoyarnos para cobrar fuerzas y servir a la causa de Dios en pos de la meta que el mismo puso, sabiendo y confiando que al final, en la Segunda Venida de Jesús, habrá una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, una novia ataviada, lista para la boda.

La historia es triste y dura, pero el futuro glorioso. Nos toca vivir este presente procurando serle agradable en todo y trabajar con todas nuestras fuerzas para colaborar en que la Iglesia materialice el Propósito Eterno de Dios y sea por fin, “una familia de muchos hijos semejantes a Jesús”.
Si bien Dios en su soberanía dejó al hombre actuar con cierta libertad y aún permitió que el hombre “maltrate la Iglesia y profane lo santo”, Él no ha soltado nunca el control de su Pueblo. Y aunque la verdad siempre pareció “encaminarse hacia la muerte tomando un callejón sin salida”, Dios siempre hizo resplandecer su Evangelio en uno u otro lugar y de una u otra manera. De la misma forma que como “la obra de redención se expresa en un aparente fracaso y muerte, que luego se consuma en una victoria dada por una poderosa resurrección”, así, la Iglesia a través de la historia, parece fracasar y extinguirse, pero resurge vez tras vez, resucitada mediante el poder de Dios.
Además, queremos proclamar también, y es nuestra esperanza cierta, que todo aquel que sea parte de la Iglesia, un día la verá gloriosa, hermosa, refulgente, representando a su Amado y alegrando el corazón de Dios. Para esto debemos trabajar.

Contexto.
Quisiera referirme muy brevemente a una porción de la historia de la Iglesia, para contemplar desde la posición privilegiada de aquellos que observamos desde la distancia los acontecimientos que se sucedieron, y poder  así, sacar algunas conclusiones.
El momento histórico al que me quiero referir está situado cronológicamente en los siglos XVII y XVIII ¿Cómo era el momento histórico de la Iglesia entonces?
Estamos hablando de la “era moderna”, la edad media con su “oscurantismo” ya había terminado. Justamente el “racionalismo”, “la ilustración”, “él renacimiento”, estaba en su plenitud en aquella época. Entonces, el hombre estaba “pensando” y pretendiendo explicar todas las cosas y queriendo decidir su propio destino.

En esta etapa la Iglesia católica y la Iglesia protestante estaban tratando de respetarse después de un sin número de conflictos y de la triste consumación de estos en la guerra de los treinta años.
Básicamente el Cristianismo estaba concentrado en Europa. La fe cristiana, que se había originado en la zona de Palestina, en el transcurso de la historia y por los acontecimientos que en ella se produjeron, quedó confinada a este continente.

La Iglesia católica separada totalmente de la Iglesia protestante a cusa de la reforma, continuó siendo poderosa en muchas regiones del continente. Aunque en ella, en esta época también hubo un trabajo en pos de una reforma, definición de dogmas y el establecimiento de una ortodoxia más definida, no hubo un acercamiento a un cristianismo bíblico que pudiera llamar nuestra atención. Si quisiera destacar que en los siglos anteriores (XV y XVI), se había dado la conquista del nuevo mundo y que la Iglesia católica estaba trabajando en esa “empresa” y por esto, la obra misionera católica, extendió el catolicismo en muchos lugares lejanos, aumentando así su influencia y poder.
La Iglesia protestante, que es la que atenderemos, no se “embarcó” rápidamente, en los siglos anteriores a la evangelización del nuevo mundo, perdiendo la posibilidad de dar “las primicias” del evangelio en muchas tierras vírgenes.

Esto no pudo ser por la situación política religiosa de la época ya que por ejemplo España que era quien estaba en esta obra de expansión, era básicamente católica. Pero si bien esto es  determinante, es verdad también que la Iglesia protestante tampoco tenía una visión misionera. Justo Gonzalez dice por ejemplo: “Los reformadores del siglo XVI no les habían prestado gran atención a las misiones, pues estaban enfrascados en difíciles luchas en sus propias tierras. Algunos hasta llegaron a decir que la comisión dada por Jesús de ir por todo el mundo y predicar se aplicaba solamente a los apóstoles, y que la tarea de los cristianos a partir de entonces consistía en permanecer en el lugar en que Dios los había colocado.”
En conclusión, la Iglesia protestante no había podido y no había querido “ir a las misiones” en los siglos XV y XVI, tiempos cuando la reforma nació y se consolidó y tiempos donde “el mundo se agrandaba”.

Triste realidad de la Iglesia.
¿En que se encontraba la Iglesia protestante envuelta entonces (siglos XVII y XVIII)? Muertos los “padres de la Reforma” sus sucesores quedaron envueltos en la necesidad de establecer dogmas y definir la ortodoxia para la vida de la Iglesia. O sea, la Iglesia protestante estaba enredada en fijar los fundamentos innegables de su fe y en definir cuáles y como serían las prácticas que se darían en el seno de la Iglesia. Es por esto que a este período de la historia de la Iglesia, se le llama a veces “Era de los Dogmas”.
¿Qué es lo  triste al mirar “la foto” de este momento de la historia de la Iglesia?
En el inicio de la Iglesia, el fuego encendido en la comunidad primitiva por el Espíritu Santo, se había propagado por todo el imperio Romano. Fue así en los tres primeros siglos. Luego, desde Constantino en el siglo IV, “el Romanismo” se apoderó de la antorcha del cristianismo y la fe cristiana se desvirtuó siglo tras siglo hasta “la Reforma” en el siglo XV. Entonces, la “llama de la verdad” parecía que ahora encontraría libertad otra vez para propagarse mediante los Reformadores, pero no fue tan así. Los Reformadores mismos limitaron con sus decisiones la reforma propiamente dicha y la extensión de ella a otros lugares.

Los Reformadores, que pretendían volver a las Escrituras, hallando en ella la liberación de la Religión Católica, cayeron en una religiosidad y rigurosidad semejante  de la que habían salido. Luego, ellos mismos se volvieron contra todos los que pretendían encontrar en las Escrituras la libertad para vivir su fe de una manera distinta a la que ellos planteaban. Este es el caso de los Anabaptistas, perseguidos por los protestantes hasta casi extinguir ese movimiento reformador.
Aunque muchas veces errados en la profundidad de la Reforma, aunque muchas veces errados en los énfasis que hicieron y en las decisiones que tomaron, los Reformadores eran “celosos estudiosos de las Escrituras” y muchos de ellos estaban marcados por profundas experiencias espirituales.
En sus comienzos la Reforma buscaba, a través de sus líderes, establecer sus posturas doctrinales. Con el correr de los años los sucesores de los líderes Reformadores se volvieron en muchos casos “defensores acérrimos de las posturas doctrinales de sus maestros”, más que de las Escrituras. Entonces la lucha por defender ciertos dogmas y definir sus ortodoxias como Luteranos, Calvinistas, etc., tomaron el centro de la escena y concentraron el trabajo del clero protestante. Esta es la imagen, “la foto” de este momento.

En este clima, los que defendían ciertas doctrinas cristianas de los antiguos reformadores, iban tomando un estilo rígido, académico y frio. Basaban su defensa, no centrados en las Escrituras sino en la postura de sus predecesores. Así “el dogma tomó el lugar de la fe viva y la ortodoxia el lugar de la caridad”. Esto hizo que un cristianismo vivo, bíblico y piadoso se diluyera en medio de ortodoxias rígidas y frías vidas religiosas.
Entonces lo que sucedió fue como dijimos, que una vez más, el cristianismo que parecía que iba hallar libertad  en manos de los reformadores, ahora era herida de muerte por los mismos reformadores.

Dios permitió que se dé la paradoja de que, el mismo cristianismo verdadero que casi se extinguió en el “oscurantismo” ahora, de otra manera y con otros participantes, sea casi extinguido en la era del “racionalismo” y la “ilustración”. Esto es un vívido testimonio de que Satanás siempre, desde el principio trató de destruir el cristianismo y lo hizo intentando usar todo tipo de “herramientas”. Sin embargo Dios está sentado en el Trono y no permitió, ni permitirá que la llama se apague.
La “verdad cristiana” que había escapado del catolicismo, ahora estaba presa de la Iglesia Protestante ¿Qué hizo Dios para librarla?
Para salir de esta “fuerza centrípeta” en la que se encontraba la verdad del evangelio, presa del Protestantismo de la época, Dios levantó hombres que colaboraron para que “el fuego vuelva a arder con libertad”.
Estos hombres, lejos de representarnos estrictamente en el cristianismo que queremos vivir hoy, si son “eslabones importantes” en la cadena que se sucedió para que el evangelio llegase hasta nosotros. Por esto, es muy importante conocer estos hombres y algunas de sus enseñanzas y prácticas.

La reacción.
Como respuesta al dogmatismo y racionalismo que reinaban en los siglos XVII y XVIII, surgieron movimientos cristianos que pretendían salir de embudo que apresaba y hundía el cristianismo en la frialdad de la religiosidad estéril. Estos movimientos influenciaron no solo en los lugares que surgieron sino que también fueron parte de la génesis del “movimiento evangelístico protestante hacia las naciones”.
Nombramos a modo, simplemente de esbozo, a dos movimientos que tomaron una postura diferente a la que gobernaba la época.  Estos movimientos son: el Espiritualismo y el Pietismo.

Justo Gonzalez dice del Espiritualismo:
Las discusiones al parecer interminables acerca de los dogmas, y la intolerancia que los cristianos de diversas confesiones mostraban entre sí, llevaron a muchos a buscar refugio en una religión puramente espiritual. Acontecimientos tales como la Guerra de los Treinta Años daban a entender que ambos bandos se habían olvidado de la caridad, que es parte esencial de las enseñanzas de Jesús. Al mismo tiempo, el énfasis excesivo en la recta doctrina tendía a darles mayor poder en la iglesia a las clases pudientes, que tenían mejores oportunidades de educación. Quienes carecían de tales oportunidades eran vistos como niños que necesitaban de alguien que les guiara a través de los vericuetos del dogma, para no caer en el error. Por ello, el movimiento espiritualista de los siglos XVII y XVIII atrajo tanto a personas cultas cuya amplitud intelectual no podía tolerar las estrecheces de los teólogos de la época, como a otras de escasa educación formal, para quienes ese movimiento era una oportunidad de expresión. Así se explica el hecho de que, mientras algunos de los fundadores de los diversos grupos y escuelas eran personas relativamente incultas, pronto contaron entre sus seguidores a otras gentes de más letras y más elevada posición social.
De este movimiento, los Cuáqueros (Jorge Fox) son los más conocidos.
Justo Gonzalez dice del pietismo:
El más notable movimiento de protesta contra el tono de fría intelectualidad que parecía dominar la vida religiosa fue el pietismo. Este se opuso a la vez al dogmatismo que reinaba entre teólogos y predicadores, y al racionalismo de los filósofos.
Ambos le parecían contrastar con la fe viva que es esencia del cristianismo.
Mas, antes de pasar adelante, conviene que nos detengamos a aclarar lo que quiere decir el término “pietismo”. Como ha sucedido en tantos otros casos, éste fue al principio un mote que sus enemigos le pusieron al movimiento, cuyos jefes no se daban tal nombre. Luego, la palabra “pietismo” frecuentemente ha tenido connotaciones negativas de santurronería.
Pero, como veremos en el presente capítulo, los jefes de este movimiento, aunque sí se preocupaban por la santidad de vida y por los ejercicios religiosos, estaban lejos de ser santurrones de rostros pálidos y expresiones amargas. Al contrario, parte de lo que les preocupaba era que la fe cristiana parecía haber perdido algo de su gozo, que era necesario redescubrir.
Por otra parte, el término “pietismo” se utiliza a veces para referirse únicamente al movimiento que tuvo lugar en Alemania, entre luteranos, bajo la dirección de personas tales como Spener y Francke. Pero aquí incluiremos bajo ese título otros movimientos de semejante inspiración, dirigidos por Zinzendorf y Wesley.

Acerca de Spener, considerado el padre del pietismo Gonzalez cuenta: Lo que Spener deseaba era un despertar en la fe de cada cristiano. Para ello apelaba a la doctrina luterana del sacerdocio universal de los creyentes, y sugería que se hiciera menos énfasis en las diferencias entre laicos y clérigos, y más en la responsabilidad de todos los cristianos. Esto a su vez quería decir que debía haber más vida devocional y más estudio bíblico por parte de los laicos, como sucedía ya en los “colegios de piedad”. En cuanto a los pastores y teólogos, lo primero que debía hacerse era asegurarse de que los candidatos a tales posiciones fueran “verdaderos cristianos” de fe profunda y personal. Pero además Spener invitaba a los predicadores a dejar su tono académico y polémico, pues el propósito de la predicación no era mostrar la sabiduría del predicador, sino llamar a todos los fieles a la obediencia a la Palabra de Dios.

En todo esto no había ataque alguno a la doctrina de la iglesia, hacia la cual Spener mostraba gran respeto y con la cual afirmaba estar de acuerdo. Pero sí había un intento de colocar esa doctrina en su justo lugar, de tal modo que no viniera a ser el centro de la fe. El propósito del dogma no es servir de sustituto a la fe viva y personal. Es cierto que el error en cuestiones de dogmas puede tener funestas consecuencias para la vida cristiana; pero también es cierto que quien se queda en el dogma no ha penetrado al centro del cristianismo, y confunde la envoltura con la sustancia.
Lo que Spener proponía era nada menos que una nueva reforma, o al menos que se completara la que había comenzado en el siglo XVI, y había quedado interrumpida en medio de las luchas doctrinales. Pronto algunos de entre sus seguidores empezaron a ver en él a un nuevo Lutero.
Pero los jefes de la ortodoxia luterana no veían con buenos ojos el movimiento que Spener encabezaba.

Este parecía prestarles poca atención a las cuestiones doctrinales que tantas disputas habían costado. Las doctrinas luteranas, y los grandes documentos confesionales, le parecían útiles como modos de resumir las enseñanzas bíblicas; y lo mismo era cierto con respecto a los escritos de Lutero, a quien Spener citaba frecuentemente. Pero nada de esto podía ponerse al nivel de las Escrituras. Aún más, éstas no debían leerse con la actitud fría y objetiva de quien lee un documento jurídico, sino que era necesario leerlas con fe personal y bajo la dirección del Espíritu Santo. Todo esto no era sino lo que el propio Lutero había dicho. Empero ahora la ortodoxia luterana veía en ello una negación de la autoridad del gran Reformador, y por ello atacó vehementemente a Spener y sus seguidores.
Había, sin embargo, ciertos elementos en los que Spener iba más allá de lo que había dicho Lutero.

Como hemos señalado anteriormente, el Reformador estaba tan preocupado por la doctrina de la justificación, que le prestó poca atención a la santificación. En medio de sus luchas por la doctrina de la justificación por la fe, Lutero había insistido en que lo importante no era la pureza del creyente, o la clase de vida que llevara, sino la gracia de Dios, que perdona al pecador. Calvino y los reformados, al tiempo que concordaban con Lutero, señalaban que el Dios que justifica es también el Dios que regeneray santifica al creyente, y que por tanto hay un lugar importante para el proceso de santificación. La santidad de vida no es lo que justifica al cristiano. Pero Dios sí le ofrece su poder santificador al creyente a quien justifica. En este punto, Spener y los suyos se acercaban más a Calvino que a Lutero. El propio Spener había conocido en Estrasburgo y en Ginebra las doctrinas y prácticas de la tradición reformada, y le parecía que el luteranismo necesitaba mayor énfasis en el proceso de la santificación. Esta era parte de la reforma que ahora proponía, y por ello algunos de los teólogos luteranos lo acusaban de ser un calvinista disfrazado de luterano.

A la postre, y aun a pesar de la oposición de muchos círculos oficiales, el pietismo se adentró de tal modo en el luteranismo, que dejó sobre éste un sello indeleble, y le puso fin a la frialdad de la ortodoxia luterana.
Pero el pietismo tuvo otra consecuencia de gran importancia para la historia del cristianismo: el comienzo del movimiento misionero protestante.

La cadena en el plan soberano de Dios, al menos desde la perspectiva de la que nos estamos parando para observar, se siguió fortaleciendo y extendiendo… ¿Qué sucedió?

Justo Gonzalez dice:
Mientras tanto, el impacto de Spener y del pietismo se había hecho sentir en el joven Nicolás Luis, conde de Zinzendorf, en cuyo bautismo Spener había servido de padrino.
Cuando llegó la hora de hacer estudios superiores, sus guardianes, pietistas convencidos, lo enviaron a la Universidad de Halle, donde estudió bajo Francke (discípulo de Spener). De allí pasó a la Universidad de Wittenberg, que era entonces uno de los principales centros de la ortodoxia dogmática, y sus conflictos con varios profesores y compañeros sirvieron para arraigar aún más sus convicciones pietistas. Más tarde viajó por Europa y, a insistencia de su familia, estudió derecho. Después se casó y entró al servicio de la corte de Dresden.
Fue entonces que Zinzendorf entró por primera vez en contacto con los moravos, quienes cambiarían el curso de su vida.
 Pues bien, los desastres de la Guerra de los Treinta Años y su secuela habían llevado a algunos de estos husitas moravos a emigrar, y Zinzendorf les ofreció asilo en ciertas tierras que había comprado recientemente. Allí se establecieron los moravos, y fundaron una comunidad que llamaron Herrnhut (el redil del Señor), y que estaba destinada a jugar un papel importantísimo en la historia de las misiones. Pronto Zinzendorf se interesó tanto en aquella comunidad, que renunció a sus responsabilidades en Dresden y se estableció en ella.

En 1731, en una visita a Copenhague, Zinzendorf conoció a unos esquimales que se habían convertido gracias a la labor del misionero luterano Hans Egede, y a partir de entonces su entusiasmo por la obra misionera no tuvo límites. Pronto aquel movimiento, que al principio contaba solamente con doscientos refugiados, tuvo más de cien misioneros.
Aunque la Iglesia de los Moravos nunca contó con grandes multitudes, y pronto le resultó imposible continuar sosteniendo un número muy elevado de misioneros, su impacto en la historia del cristianismo protestante fue notable, en primer lugar, porque contribuyó al gran despertar misionero del siglo XIX; y, en segundo lugar, porque imprimió su sello sobre Juan Wesley y, a través de él, sobre el metodismo.

Así llegamos al John Wesley  y el “metodismo”. Este importante avivamiento que revolucionó una nación y se extendió a otros países, es el clímax  de lo que quiero expresar y la conclusión a la que quiero arribar ya que podemos observar desde la distancia cómo aunque el “cristianismo” parecía morir atrapado “entre los barrotes de los intelectuales y teólogos” ahora resurgía una vez más para alcanzar a los sencillos, abriéndose camino por la gracia de Dios.

La verdad del evangelio apresada en manos del clero protestante, fue liberada por la mano de Dios como cuando Pedro estaba encarcelado. Dios milagrosamente permitió que hombres se levantaran, circunstancias coincidieran y un avivamiento poderoso sucediera.

Conclusión.
Sabemos el glorioso impacto que el metodismo tuvo en su momento y también sabemos su triste presente. Esto nos muestra como la historia se repite y se nos muestra también como una advertencia a nosotros, para que entendamos que la historia y la Iglesia son dinámicas y que tenemos que aprender a revisarnos constantemente para poder pararnos de la manera correcta en todo tiempo.
Así podríamos continuar contando como a través de la historia “el evangelio” fue atacado y oprimido de muchas maneras y aún muchas veces por los mismos hombres que han sido instrumentos en un momento para librarlo de las “garras” de otros. También podemos ver como movimientos que surgieron con el fin de traer libertad a la verdad luego se encargaron con los años de encarcelarla.
Nosotros deberíamos mirar la historia y aprender de ella. Poder a la luz del pasado revisar nuestro presente y poder velar que realmente estemos siendo instrumentos para que la verdad brille y fluya con libertad y que no se nos halle siendo elementos de contaminación, desviación, dilución o retención de las verdades eternas que fueron legada un día a los santos.