A.W.Tozer
Señor, Señor nuestro,
no hay nadie como tú en las alturas de los cielos ni en la tierra debajo de ellos.Tuyas son la grandeza y la dignidad y la majestad. Todo lo que hay en el cielo y
en la tierra es tuyo; tuyos son el reino, y el poder, y la gloria por Siempre, oh
DIOS, y tú eres exaltado como cabeza de todo. Amén.
Cuando hablamos de Dios
como trascendente, queremos decir que
Él es exaltado muy por
encima del universo creado; tan por
encima, que el
pensamiento humano no es capaz de imaginárselo.
No obstante, para pensar
con exactitud acerca de esto, necesitamos
tener presente que "muy
por encima" no se refiere aquí a una distancia
física con respecto a la
tierra, sino a la calidad del ser. No nos interesan
la situación en el
espacio, ni la simple altitud, sino la vida.
Dios es espíritu, y para
Él la magnitud y la distancia carecen de
sentido. Para nosotros
son útiles como analogías, y por eso Dios se refiere
a ellas cuando se rebaja
para hablarle a nuestro limitado entendimiento.
Las palabras de Diosque
aparecen en el libro de Isaías,"Asídijo el Alto
y Sublime, el quehabitala
eternidad", dan una clara impresión de altitud,
pero se debe a que
habitamos en un mundode materia, espacioy tiempo,
y tenemos la tendencia a
pensar en términos materiales, de manera que
sólo podemos captar las
ideas abstractas cuando se las identifica de
alguna forma con cosas
materiales. En su lucha por librarsede la tiranía
del mundo natural, el
corazón humano debe aprender a traducira un nivel
superior el lenguaje que
usa el Espíritu para instruirnos.
Es el espíritu el que le
da significación a la materia, y sin el espíritu,
nada tiene valor alguno.
Se aleja una niña pequeña de un grupo de
excursionistas y se
pierde en mediode la montaña, y de inmediato, toda
la perspectiva mental de
los miembros de la excursión cambia. La
extasiada admiración por
la grandeza de la naturaleza deja paso a una
fuerte angustia por
causade la niña perdida. Elgrupo se dispersa por toda
la montaña llamando
ansiosamente a la niña, y buscando afanosamente
en todo
rincónapartadodonde podría estar escondidala pequeña.
¿Qué ha producido este
cambio tan súbito? Allí sigue la montaña
llena de árboles,
erguida entre las nubes en su asombrosa belleza, pero
nadie seda cuenta de ella
ahora.Toda la atención se centra en la búsqueda
de una pequeña niña de
pelo rizado que todavía.no tiene ni dos años de
edad y pesa poco más de
doce kilos. Aunque tan jovencita y tan pequena,
es más valiosa para sus
padres y amigos que toda la inmensa mole de la
grandiosa y antigua
montaña que habían estado admirando sólo unos
minutos antes. Y todo el
mundo civilizado está de acuerdocon su juicio,
porque aquella niña
pequeña es capaz de amar, reír, hablar y orar, y la
montaña no. Es la
calidad del ser de la niña lo que le da su valor.
No obstante, no debemos
comparar el ser de Dios con ningún otro,
así como no podemos
comparar a la niña con la montaña. No debemos
pensar que Dios es el más
alto dentro de un orden ascendiente de seres
que comienza con la
célula ma simple y va pasando del pez al ave, al animal,
al hombre, al ángel, al
querubín y por fin a Dios. Esto sería concederle
a Dios la eminencia,
incluso la preeminencia; pero eso no basta. Le
debemos conceder la
trascendencia, en el significado más pleno de esta
palabra. Dios permanece
distinto para siempre, en una luz inalcanzable.
Él está tan por encima
de un arcángel,como de una oruga, porque al fin
y al cabo, el abismo que
separa al arcángelde la oruga no es más que un
abismo finito. La oruga y
el arcángel, aunque tan distantes la una del otro
en la escala de los seres
creados, son sin embargo uno, en el hecho de
que ambos son creados.
Ambos están situados dentro de la categoría de
"aquello que no es
Dios", y los separa de Dios la infinitud misma.
La reserva y la
compulsión luchan para siempre dentro del corazón
que quisiera hablar sobre
Dios.
¿Cómo se van a atrever
los mortales tan impuros
a cantar tu gloria y tu
gracia? Muy por debajo de
tus pies nos encontramos,
y no vemos más que
sombrasde tu rostro.
Isaac Watts
Con todo, nos consolamos
con el conocimiento de que es Dios
mismo quien pone en
nuestro corazón el anhelo de buscarle y hace
posible en cierto grado
que lo conozcamos, y se complace hasta en el
más débil esfuerzo por
parte nuestra por darle a conocer.
Si algunode los
vigilantes, o de los santos que han pasado siglos de
felicidad junto al mar de
fuego viniera a la tierra, cuán insignificante le
sería la incesante
charla de las agitadas tribus de los hombres. Cuán
extrañas y vacías
sonarían para él las insulsas e inútiles palabrasque se
acostumbra escuchar en
los púlpitos y si alguien así hablase en la tierra,
¿acaso no hablaría
sobre Dios?¿No encantaría y fascinaría a sus oyentes
con arrebatadas
descripciones del Ser divino? Y después de escucharle,
¿podríamos consentir de
nuevo en escuchar algo inferior a la teología, la
doctrina sobre Dios? A
partir de aquel momento, ¿no les exigirían a los
que presumen
deenseñamosque noshablasendesdeel montede la visión
divina, o de lo
contrario, permaneciesen totalmente callados?
Cuando el salmista vio la
transgresión del malvado, su corazón le
dijo cómo podía ser
esto posible. "No hay temor de Dios delante de sus
ojos", explicaría,
y al decirlo, nos revelaría la psicología del pecado.
Cuando los hombres dejan
de temer a Dios, quebrantan sus leyes sin
vacilación alguna. El
temor a las consecuencias no es impedimento
cuando se ha perdido el
temor de Dios.
En la antigüedad se
decía de los hombres de fe que "caminaban en
el temor de Dios" y
que "servían al Señor con temor". Por íntima que
fuera su comunióncon
Dios, por osadas que fueran sus oraciones,en la
base de su vida religiosa
se hallaba el concepto de Dios como digno de
temor reverente. Esta
idea del Dios trascendente se encuentraen toda la
Biblia y le da color a la
personalidad de los santos. Ese temor de Dios
era más que una
aprensión natural al peligro; era un temor no racional,
una aguda sensación de
insuficiencia en la presenciade Dios.
Cada vez que Dios se les
aparecía a los hombres en los tiempos de
la Biblia, las
consecuencias eran las mismas: una sobrecogedora sensación
de terror y
consternación, un angustioso sentir de pecado y de culpa.
Cuando Dios hablaba,
Abram se extendía con el rostro en tierra para
escucharlo. Cuando Moisés
vio al Señíor en la zarza ardiente, escondió
el rostro con temor de
mirar a Dios. La visión de Dios que tuvo Isaías le
arrancó un grito:"¡Ay
de míl que soy muerto",y una confesión: "porque
siendo hombre inmundode
labios... han visto mis ojos al Rey".
Es probable que el
encuentro de Daniel con Dios fuera el más
maravilloso de todos. El
profeta levantó los ojos y vio a Uno cuyo
"cuerpo era como de
berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos
como antorchas de fuego,
y sus brazos y sus pies como de color de bronce
bruñido, y el sonido de
sus palabras como el estruendode una multitud"
Después escribiría: "Y
sólo yo, Daniel, vi aquella visión,y no la vieron
los hombres que estaban
conmigo, sino que se apodero de ellos un gran
temor, y huyeron y se
escondieron. Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran
visión, y no quedó
fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento,
y no tuve vigor
alguno.Pero oí el sonido de sus palabras; y al
oír el sonido de sus
palabras, caí sobre mi rostroen un profundo sueño."
Esas experiencias señalan
que una visión de la trascendencia divina
termina pronto todas las
controversias entre el hombre y su Dios. La
discusión se va del
hombre que queda listo, junto con el vencido Saulo,
para preguntar
mansamente: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" Al
contrario de esto, la
seguridad en ellos mismosque sienten los cristianos
modernos, la ligereza que
está presenteen tantas de nuestras reuniones
religiosas, la asombrosa
falta de respeto que se muestra por la Persona
de Dios, son evidencias
suficientes de la profunda ceguera del corazón.
Muchos se dicen
cristianos, hablan mucho acerca de Dios, y hasta oran
algunas veces, pero es
evidente que no saben quién es Él. "El temor del
Señor es una fuente de
vida", y apenas se encuentra entre los cristianos.
En cierta ocasión,
mientras conversaba con su amigoEckermann, el
poeta Goethe se volvió
hacia el tema de los pensamientos religiosos y
habló del abuso del
nombre divino. "La gente lo trata" Le dijo, "como si
ese Ser incomprensible y
altísimo, que está incluso más allá del alcance
del pensamiento, solo
fuera su igual. Si así no fuera, no dirían 'el Señor
Dios, el querido Dios,el
buen Dios. Esta expresión se vuelve para ellos,
especialmente para los
clérigos, que lo tienen a diario en la boca, una
simple frase, un nombre
estéril al que no va unido pensamiento alguno.
Si se sintiesen
impresionados por su grandeza, quedarían mudos, y de
tanta veneración, no
estarían dispuestos ni a nombrarlo.":
Señor de todo ser,
lejano en tu trono; tu gloria
arde desde el sol y la
estrella;centroy alma de cada
esfera, y sin embargo,
cuán cercano para cada
corazón amante. Señor
de toda vida, cuya luz es
verdad, cuyo calor es
amor; ante tu trono siempre
resplandeciente, no
pedimos resplandor ninguno
para nosotros. Oliva Wendell Holmes